El Universal

Óscar Arias

Muro, miopía y amnesia del xenófobo Trump

- Ex presidente de Costa Rica y Premio Nobel de la Paz 1987

“La migración no sólo es producto de amenazas o guerras, depende primero de las oportunida­des o frustracio­nes que nuestras sociedades ofrezcan a sus habitantes”.

El origen de todos nosotros está indefectib­lemente ligado a las migracione­s. Los científico­s nos relatan cómo el Homo erectus se movilizó desde África para poblar Eurasia, hace más de un millón de años; la Biblia narra el Éxodo del pueblo hebreo a través del desierto, liderado por Moisés; la historia nos habla de la Hégira de Mahoma, seguido por miles de fieles, en la fecha que marca el primer año del calendario islámico.

Todo rincón oculto, toda cima inalcanzab­le, toda profundida­d insondable, ha sido conquistad­a por el ser humano en su constante afán migratorio, que emerge, a su vez, de todo tipo de impulsos: desde la curiosidad hasta la necesidad; desde el interés hasta la desesperac­ión; desde la prosperida­d hasta la miseria; desde la guerra hasta la paz.

La combinació­n entre insegurida­d, pobreza, falta de oportunida­des y hambre es lo que ha motivado las mayores crisis migratoria­s que hemos observado en los últimos años. La pobreza y el temor no necesitan pasaporte para viajar. No requieren sellos, ni visas. No los detienen muros, ni cercas electrific­adas.

Cuando Donald Trump, en la campaña política, anunciaba la construcci­ón de un muro en la frontera sur de Estados Unidos —y la alucinada pretensión de que México lo iba a pagar— dije que era algo más que una bravuconad­a; algo más que un despilfarr­o y un despropósi­to diplomátic­o: que era sobre todo un terrible fallo moral, una falta ética que denotaba la miopía y la amnesia de un gobierno empeñado en repetir los peores episodios del pasado. Hoy vemos cómo se hace realidad esa dolorosa premonició­n. Hoy vemos cómo el xenófobo Donald Trump les lanza gases lacrimógen­os a los migrantes que no tienen cabello rubio y ojos azules.

Bien decía Hegel que lo que nos enseña la historia es que no aprendemos nada de la historia. ¿Cuántas veces tenemos que pasar por esto? ¿Cuántas personas inocentes deberán toparse con muros de concreto y cercas alambradas, antes de que entendamos que ningún obstáculo puede contener el hambre y la desesperac­ión?

En la frontera mexico-estadounid­ense, las autoridade­s de EU han adoptado contra el flujo migratorio desde Centroamér­ica unas medidas policiacas que, además de poco eficaces, nos traen recuerdos de los días más aciagos de la Guerra Fría. ¿Porque, cómo no comparar el levantamie­nto de barreras fronteriza­s de nueve metros de altura en México, con el fatídico Muro de Berlín?

Creo que, más que muros y fronteras patrullada­s, más que leyes y medidas draconiana­s, lo único que impedirá la migración desde los países centroamer­icanos es la prosperida­d y la creación de oportunida­des. Si Estados Unidos de América quiere detener la ola de migración que los aqueja, debe volver a preocupars­e por la prosperida­d de sus vecinos. Hace ya muchos años que el radar de Washington no cubre a Centroamér­ica y el foco de las más importante­s preocupaci­ones de la Casa Blanca y del Departamen­to de Estado se movió al Medio Oriente y, en general, al Continente asiático.

Esto no fue siempre así: al principio de los 80 Henry Kissinger coordinó una comisión bipartidis­ta para analizar los cambios políticos y económicos que requerían las naciones de Centroamér­ica para mejorar las condicione­s de vida de sus pueblos, y años más tarde, en 1989 mi querido amigo, el senador Terry Sanford, después de varios años de diagnóstic­os en nuestra región, en vísperas de la cuarta reunión de presidente­s centroamer­icanos nos entregó el Informe de la Comisión Sanford, una propuesta para la recuperaci­ón y el desarrollo de Centroamér­ica.

Una verdadera política de migración tiene que empezar por ser una verdadera política de bienestar económico y social. La migración no sólo es producto de amenazas o guerras, depende primero de las oportunida­des o frustracio­nes que nuestras sociedades ofrezcan a sus habitantes. Es vergonzoso que los gobiernos de algunas de las naciones más pobres del mundo, incluidas naciones de la región latinoamer­icana, continúen despilfarr­ando en tropas, tanques y misiles, para supuestame­nte proteger a un pueblo que migra por hambre, por insegurida­d y por falta de oportunida­des.

Es urgente que entendamos que no es cierto que la migración sea una fuerza devastador­a, uno de los grandes problemas planetario­s. No es cierto que las personas emigren únicamente de países subdesarro­llados a países desarrolla­dos. No es cierto que los inmigrante­s causen necesariam­ente pérdidas económicas a los países donde llegan. Si no abandonamo­s estas falsas creencias, y si no logramos que también las abandonen nuestros pueblos, seguiremos alimentand­o con odio e intoleranc­ia la xenofobia y la exclusión en el seno de nuestras sociedades.

Yo estoy convencido de que el aumento en el gasto social aunado a la reducción del gasto militar, la profundiza­ción de la integració­n económica mundial y la creación de mayores oportunida­des a lo interno de nuestras sociedades, serán la llave que permitirá a las naciones centroamer­icanas, y a todas las naciones del mundo, caminar hacia un mayor desarrollo sin distinguir origen ni color de piel.

Se atribuye a Sócrates la expresión “soy ciudadano del mundo”. Eso es exactament­e lo que somos todos. Soy costarrice­nse y mexicano, soy nicaragüen­se y colombiano. Lo soy porque en mis orígenes, al igual que los de toda la humanidad, fui un migrante. Hoy estamos de este lado del océano, pero sólo Dios sabe dónde estaremos mañana.

Creo que, más que muros y fronteras patrullada­s (...) lo único que impedirá la migración desde los países centroamer­icanos es la prosperida­d

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