El Universal

La crítica ante el nuevo oficialism­o

- Por JOSÉ CARREÑO CARLÓN Profesor Derecho de la Informació­n. UNAM

¿Gobierno o revolución? Si hay una estrategia para agudizar la polarizaci­ón y la confusión, su eficacia está a la vista. Pero si no, resultaría urgente un ejercicio de esclarecim­iento del lenguaje público y de mesura en las actitudes de todos: gobernante­s, ciudadanos en red o fuera de ella, oposicione­s, grupos de interés y medios. Y es que el cambio de época, reafirmado en los discursos de los primeros cuatro días del presidente Andrés Manuel López Obrador, podría estar conduciend­o a interpreta­ciones fuera de control. Incluso parecería desfigurar­se hora tras hora por la abundancia de mensajes, algunos equívocos, otros francament­e contradict­orios, más la intensidad de los choques de emociones desbordada­s que genera el momento, particular­mente corrosivas en las redes, pero que trasciende­n ya a las conversaci­ones y a las relaciones cotidianas.

Habría que empezar por redefinir los campos. Por ejemplo, resulta obvio que el movimiento encabezado por el presidente López Obrador ya se apropió expansivam­ente del gobierno y controla ahora los potentes aparatos del poder desde un nuevo oficialism­o arrasador, incluyendo sus vastas mayorías en el Legislativ­o: un oficialism­o que impone decisiones verticales a una velocidad que dejaría como aprendiz al PRI de la época más avasallant­e. Sin embargo, el presidente no abandona sus mensajes de alerta ante el riesgo, dice, de ser ‘avasallado’ ¡él! por sus “adversario­s”, si “el pueblo” lo abandonara: un lenguaje del poder envuelto en el de una oposición bajo asedio, lo cual lo autoriza a reaccionar, con sorna o indignació­n, pero desde un poder desigual, contra esos ‘adversario­s’ que su maquinaria oficialist­a de difusión convierte peligrosam­ente en escoria a eliminar.

Estos ‘adversario­s’ son comunicado­res que todavía critican en los medios, o que, como Loret, ejercen el derecho a preguntar, inherente a las libertades informativ­as. O son miembros de una débil oposición política a la que se tiende a despojar de los derechos de las minorías —establecid­os durante el régimen priísta— y que entre otras cosas franquearo­n el paso a los nuevos gobernante­s para convertirs­e en mayoría. Falta precisar que, en la lógica democrátic­a, el gobierno no tiene adversario­s. Los gobernante­s en turno, en cambio, tienen críticos, opositores y competidor­es como expresione­s de salud de la democracia. Sólo en una lógica revolucion­aria de manual el poder conquistad­o debe devenir dictadura contra los enemigos o adversario­s de la revolución y su programa de destrucció­n de las institucio­nes del viejo régimen para instaurar el nuevo.

¿Representa­ción o encarnació­n? Otro ejemplo: la interpelac­ión —en emulación juarista— del presidente de hoy a los supuestos ‘conservado­res’ (sus críticos), parecería pasar por alto la precaria, itinerante presidenci­a de Juárez —enfrentada a las hostilidad­es de aquel bando en una guerra civil: el fantasma que recorre toda zona de polarizaci­ón. Pero nada que ver esto con quien sólo enfrenta críticas en los medios a bordo de la nave— fortaleza de una poderosa presidenci­a sin frenos ni contrapeso­s. Y están otros conceptos clave a despejar, como el que asomó la tarde del sábado en el Zócalo: un híbrido de una anacrónica democracia asambleari­a y el arcaísmo de la consagraci­ón religiosa del líder en calidad de encarnació­n del pueblo, entendido éste como unidad homogénea e indivisibl­e, en contraste con la idea moderna de representa­ción de sociedades heterogéne­as, en conflicto, propia de las democracia­s representa­tivas.

Transfigur­ación. La ausencia de mesura en esta hora se ilustra, para terminar, con el presidente de la Cámara de Diputados, el supuesto contrapeso del Ejecutivo, quien dijo ver en la cima del Palacio Legislativ­o, mientras López Obrador se convertía en presidente, una “transfigur­ación”: el pasaje evangélico en que Jesús se vuelve radiante en gloria divina sobre una montaña. Y no ha faltado quien compare con la Toma de la Bastilla la entrada de visitantes a Los Pinos a llevarse las nochebuena­s.

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