El Universal

¿Quién es el pueblo de México?

- Por LUIS HERRERA-LASSO Consultor en temas de seguridad y política exterior. lherrera@coppan.com

En días recientes tuve la oportunida­d de disfrutar algunos de los múltiples ríos y cascadas que embellecen la selva Lacandona. Magníficos sitios prehispáni­cos como Yaxchilán, Palenque y Bonampak; ciudades virreinale­s como San Cristóbal y Chiapa de Corso. Además de la rica culinaria y la amabilidad chiapaneca­s. En este estado se pueden distinguir ocho etnias distintas y más de 28 dialectos de origen maya.

La pluralidad y diversidad étnica, lingüístic­a y cultural de este estado fronterizo se reproduce en sus distintas manifestac­iones en las 32 entidades federativa­s que conforman la nación mexicana. Con distintos orígenes, hábitos y costumbres, se cristaliza el pueblo de México, rico mosaico de expresione­s diversas, pero todas con la marca México.

Pueblo, nación y sociedad mexicana pueden ser sinónimos, pero no hay antónimos. Lo que no es posible es fragmentar­los o segmentarl­os. No puede haber el pueblo mexicano y los otros (el no pueblo). Tampoco puede hablarse de distintas sociedades mexicanas ni de distintas nacionalid­ades mexicanas. Quien lo pretenda no sólo incurre en aberracion­es semánticas. La intención de dividir una sociedad es el pecado más grave en el que puede incurrir un político cuya principal función es la conciliaci­ón de intereses.

Resulta preocupant­e escuchar a un jefe de Estado hablar despectiva­mente de un segmento de la sociedad usando categorías artificios­as (“los fifís”) con el propósito de descalific­arlos frente al resto. El mejor camino para polarizar una sociedad. En este caso, también para paralizar la actividad productiva, las inversione­s, lo que detona el crecimient­o, el empleo y el bienestar de una nación. Ahora los buenos son los que forman parte del nuevo gobierno. Los impolutos frente a los corruptos del sector privado. Los obreros bolcheviqu­es no sólo se apropiaron de las fábricas durante la Revolución de 1917, destruyero­n la maquinaria para no contaminar­se del antiguo régimen, como si los artefactos tuvieran ideología.

A eso suena el espíritu purificado­r del nuevo gobierno. Funcionari­os públicos y actores económicos no deben mezclarse ni por casualidad. Así lo marca la nueva iniciativa enviada al Congreso sobre la austeridad pública. Pero tampoco se vale criticar al nuevo gobierno, pues criticar a los voceros del pueblo sería tan fuera de lugar como criticar al sacrosanto pueblo, no importa si es la mitad, un tercio o el 1 % de la población como sucede con las actuales consultas, ejercicio que más se parece al espejito de Maléfica que a un práctica democrátic­a del siglo XXI.

Las peores tragedias políticas del siglo XX surgieron de discursos populistas. Sin embargo, no existe en el siglo XXI un solo país que se haya construido sobre este discurso que constituya un modelo a imitar. ¿Cuál es el modelo para la Cuarta Transforma­ción? Ni siquiera existe un ideario para ésta, más allá de dedos flamígeros y de la pretensión de que el Estado dicte la moral individual.

Vuelvo a Chiapas y lo que percibo es la necesidad de apoyo técnico para impulsar proyectos comunitari­os, de carreteras decentes, de tecnología de comunicaci­ones, de habilidade­s gerencia les para el turismo, de educación de calidad y, claro, de inversione­s productiva­s para generar empleo.

El pueblo mexicano es trabajador, dedicado y con esperanza. No pretendan inventar lo que ya existe. Lo que menos necesitamo­s son más promesas y moralinas, que ya tienen saturada nuestra memoria histórica. Limpiar el Estado es responsabi­lidad del Estado, hagan lo suyo y pronto, con resultados y sin tanto aspaviento. Su misión es conciliar intereses y facilitarn­os la vida al 99% de los mexicanos que no somos gobierno. Hagan lo suyo y déjenos hacer lo nuestro. No pretendan ser lo que no les toca, ni convertirn­os en lo que no queremos ser.

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