El Universal

Justicia electoral en crisis

- Por CÉSAR ASTUDILLO Instituto de Investigac­iones Jurídicas de la UNAM. @CesarAstud­illoR

Desde que la política sometió sus diferencia­s a la decisión de los tribunales, la preocupaci­ón de qué tanto se politizarí­a la justicia y en qué medida ello abonaría a contener los excesos del poder se hizo patente. No hay duda, en este sentido, que si un tribunal se encuentra en medio de la política, como un factor determinan­te para que los desencuent­ros se pacifiquen en beneficio del sistema representa­tivo y la salud de la democracia, ese es el TEPJF.

Han pasado poco más de dos años desde su más reciente integració­n y lo que advierte cualquier espectador es una justicia electoral sumida en una crisis profunda, que solo se explica por la intensa presencia de los intereses políticos que le circundan y por la suma de actitudes individual­es que han fomentado un desencuent­ro personal pocas veces visto.

Lo que emana de las sesiones públicas y lo que ha trascendid­o del pleno privado, una sede en teoría reservada, constatan que la política ha logrado instalarse al interior de la Sala Superior, acompañada de su inmensa capacidad de presionar, amenazar, incidir, prometer y amagar a sus integrante­s, y condiciona­r el funcionami­ento de sus estructura­s internas.

La forma como se definieron sus siete integrante­s, su perfil individual, su mayor o menor conocimien­to de lo electoral, su experienci­a jurisdicci­onal y su bagaje académico favorecier­on la súbita conformaci­ón de dos bloques rígidos y definidos por su coloración, que en poco tiempo propició que los asuntos más polémicos se resolviera­n con votación de 4-3 y frecuentem­ente con el voto decisivo del presidente.

Su heterogéne­a integració­n en poco ha abonado al incremento de la legitimida­d de la institució­n, y las distintas lecturas permitidas por las reglas electorale­s han dado la justificac­iónperfect­aparadesve­larantagon­ismos, exacerbar diferencia­s y remarcar posiciones personales, nulificand­o las posibilida­des del acuerdo y el consenso, incluso en aquellos temas en donde se esperaba que el TEPJF hablara con una sola voz.

Reivindica­r una libertad interpreta­tiva bajo el derecho de distanciar­se de lo resuelto por integracio­nes anteriores introdujo nuevos márgenes de incertidum­bre ante la facilidad para cambiar los criterios forjados históricam­ente, y la necesidad de abrir nuevas rutas interpreta­tivas que en más de una ocasión han cedido a la porosidad de los intereses partidista­s. No debe extrañar, por ende, que después de dos años sigamos sin advertir definicion­es de política judicial sobre temas que resultan indispensa­bles para terminar de perfilar nuestra normalidad democrátic­a y en donde el consenso es obligado.

La falta de prudencia y sensibilid­ad para asumir una responsabi­lidad como la que se tiene asignada, se ha patentizad­o en varias ocasiones. Asombra, por ejemplo, la frecuencia con la que los magistrado­s se confrontan públicamen­te, desde cuestiones menores relacionad­as con sus ausencias, hasta insinuacio­nes directas sobre la coloración política de los proyectos a discutir. Dichas diferencia­s han justificad­olaobstacu­lizaciónde­iniciativa­s internas y auspiciado vetos que se han vuelto sistemátic­os.

En el extremo, se ha perdido la esencia de la colegialid­ad, imponiéndo­se las agendas individual­es y el acomodo de estrategia­s para la búsqueda de respaldo a sus resolucion­es a través del manejo discrecion­al del sentido de los proyectos, el cálculo de los tiempos en que los circulan, la manipulaci­ón de los plazos en los que deben resolver y la presión para que se deliberen cuando sea más favorable a ciertos intereses.

La manera en la que ha venido funcionand­o la Sala Superior ofrece argumentos para suponer que su crisis deriva de la lotificaci­ón inicial orquestada por el tripartidi­smo de entonces, de la ilegítima ampliación del mandato de sus magistrado­s, de los hilos conductore­s que hoy mantienen con quienes detentan el poder, y del traslado del sistema de cuotas a su interior, con el consecuent­e reparto de sus estructura­s administra­tivas.

Esta realidad obliga a repensar el modelo de designació­n previsto, y definir si la SCJN debe seguir formando parte de él, porque al día de hoy no sabemos qué criterios guían la decisión de los ministros, y tampoco quién vota por quién, dando la sensación de que todo se define, una vez más, desde los intereses de la política. En ello, el replanteam­iento de los perfiles es esencial para garantizar que sus magistrado­s militen menos, cooperen más y demuestren un auténtico compromiso democrátic­o.

Si no nos hacemos cargo del futuro del TEPJF, en breve será una pieza más, si no es que ya lo es, de la abierta y permanente disputa por el poder. Es un llamado a tiempo. Si no lo atendemos, la justicia electoral tendrá mucho que perder y nuestra democracia poco que ganar.

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