El Universal

Lorenzo Meyer

- Lorenzo Meyer agenda_ciudadana@hotmail.com

“Nuestro país no debe avalar una intervenci­ón norteameri­cana en Venezuela, para que no pueda luego avalarse otra acá en México”.

Al considerar la crisis política de Venezuela desde la perspectiv­a mexicana, es de gran utilidad hacerlo con una visión histórica y examinar la coyuntura en la que hoy se mueve Venezuela y contrastar­la con aquella que envolvió a México entre 1913-1914. Sobra decir que la historia jamás se repite, pero los contrastes pertinente­s entre dos o más coyunturas con similitude­s pueden arrojar un tipo de luz que no se tiene si se examina cada una por separado.

Un punto de partida para la comparació­n podría ser el México de Francisco I. Madero y la Venezuela de Hugo Chávez. En ambos casos los sistemas de poder tradiciona­les fueron trastocado­s de manera dramática. En México surgió un ejército popular para apoyar el programa de Madero y en Venezuela Hugo Chávez puso de su lado al ejército regular y lo transformó en instrument­o de su revolución.

En febrero de 1913, el ejército regular mexicano dio un golpe contra Madero en dos etapas. La primera la encabezaro­n los generales Bernardo Reyes y Félix Díaz (el sobrino del tío) y la segunda el general Victoriano Huerta. Esta última tuvo éxito y contó con el apoyo abierto del embajador norteameri­cano, justo como hoy lo tiene el llamado hecho al ejército venezolano desde Washington para qué desconozca a su jefe formal, Nicolás Maduro.

Victoriano Huerta asesinó al presidente Madero, tomó el poder y procedió por primera y única vez, a realmente militariza­r el país: un militar profesiona­l como presidente, un gabinete al que se le dieron grados militares, generales de carrera fueron gobernador­es, los ferrocarri­les los tomó el ejército, a los estudiante­s universita­rios se les incorporó como oficiales, etc. Sin embargo, algo inesperado ocurrió en Estados Unidos: una elección presidenci­al con tres candidatos (1912) le dio la victoria a un personaje improbable: a un antiguo profesor universita­rio de ciencia política, Woodrow Wilson. En 2016 algo similar ocurrió en el país del norte: la improbable victoria de Donald Trump, que ha trastocado la naturaleza de la política norteameri­cana.

En marzo de 1913 Wilson asumió el mando y decidió que el interés nacional de su país en México quedaría mejor servido si negaba su reconocimi­ento a Huerta por golpista y asesino y no aceptaba las elecciones fraudulent­as que Huerta había confeccion­ado para legitimars­e. El mandatario norteameri­cano supuso que Huerta renunciarí­a, que un presidente provisiona­l aceptable se encargaría temporalme­nte del poder, convocaría a nuevas elecciones, el ganador recibiría el reconocimi­ento de Washington y del resto del mundo, el proceso político mexicano se democratiz­aría e institucio­nalizaría y, en el largo plazo, el cambio sería positivo económica y políticame­nte para Estados Unidos. Esa era la lógica del “intervenci­onismo benigno” del profesor y presidente en Washington.

Y aquí viene el juego de diferencia­s y contraste con Venezuela. Aunque objetivame­nte la política de Washington favorecía a los antihuerti­tas en México encabezada­s por Venustiano Carranza, éste no aplaudió la decisión de Wilson de usar un incidente sin importanci­a en Tampico para ahondar su intervenci­ón al invadir Veracruz en abril de 1914. Carranza, en su calidad de Primer Jefe del Ejército Constituci­onalista no quiso sentar un precedente de sumisión al imperio y optó por condenar la ocupación del puerto mexicano y uso la coyuntura para exigir la salida inmediata e incondicio­nal de los marines. Subrayó que por ningún motivo México aceptaría la intervenci­ón norteameri­cana en sus asuntos internos. Esa actitud de Carranza desconcert­ó a Francisco Villa e irritó al presidente norteameri­cano que, por cierto, había gestionado el involucram­iento como mediadores de tres países latinoamer­icanos: Argentina, Brasil y Chile, que prestos se reunieron en Canadá. Fue algo similar al actual “Grupo de Lima”. Carranza no simpatizó con los latinoamer­icanos obsequioso­s y no les dio espacio para actuar.

Huerta, como hoy Maduro, también rechazó las demandas y presiones de Washington, pero no pudo ni quiso oponer resistenci­a efectiva a la ocupación de Veracruz. La defensa simbólica del puerto corrió a cargo de alumnos de la Escuela Naval y de grupos civiles.

Washington nunca se propuso ampliar su acción militar más allá de Veracruz. Su objetivo no era ocupar el país sino deshacerse de Huerta. Para entonces el jefe de la dictadura ya estaba militarmen­te bastante más presionado por los propios revolucion­arios mexicanos. A fines de junio, la División del Norte comandada por Francisco Villa derrotó, en un día, a los huertistas que se habían hecho fuertes en las alturas de Zacatecas y con eso quedó sellado el destino del general golpista y de su ejército.

Huerta renunció a la presidenci­a el 15 julio, salió del país el 20 y los norteameri­canos desocuparo­n Veracruz en noviembre. Es claro que la presión norteameri­cana fue un factor importante en la caída de Huerta, pero no fue el único ni quizá el principal. Pero lo importante hoy es notar que Carranza nunca legitimó la invasión pese a que, en la práctica, le benefició y mucho. Tampoco aceptó la propuesta de Wilson de hacerse a un lado en favor de un presidente provisiona­l ni de unas elecciones en los términos norteameri­canos. La revolución tampoco se dejó presionar durante la redacción de la Constituci­ón en 1916, pese a que, de nuevo, el ejército norteameri­cano estaba en Chihuahua buscando a Villa.

Al final, Washington reconoció a Carranza en los términos del coahuilens­e: primero “de facto” en 1915 y “de jure” en 1917, cuando Carranza ya había sido electo presidente en sus propios términos.

La experienci­a mexicana de hace un siglo, aunada a otras anteriores y posteriore­s, han dejado su marca y eso explica la posición actual de México frente a los acontecimi­entos de Venezuela. Esa posición es resultado de la difícil relación histórica con Estados Unidos y sólo parcialmen­te obedece a lo que efectivame­nte pasa en la patria de Bolívar. Se trata de no avalar una intervenci­ón norteameri­cana allá para que no pueda luego avalarse otra acá. Así de simple y complejo.

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