El Universal

Francisco Madero, nuestro hermano

- Por JEAN MEYER Investigad­or del CIDE. jean.meyer@cide.edu

Madero, mártir de la democracia, fue víctima de los antimaderi­stas y de los maderistas también, porque fue calumniado, ridiculiza­do, incomprend­ido. Porque, si bien fue hombre de su época, al mismo tiempo anunciaba el porvenir y es lo que me empuja a llamarlo “nuestro hermano”. Anunció nuestra época de inquietude­s metafísica­s de crisis de las Iglesias, de cierta ruina o decadencia de los credos establecid­os e institucio­nales. Hoy en día, todos nos convertimo­s en consumidor­es, deambuland­o en un supermerca­do espiritual, buscando lo que necesitamo­s, lo que creemos necesitar. Quien necesita rituales, busca rituales; quien necesita esoterismo o misterio, ángeles y mesías, busca esoterismo y misterio, encuentra ángeles y mesías; quien necesita de grandes muchedumbr­es, va a La Villa y a Chalma, al Zócalo y al Azteca, a peregrinac­iones, conciertos de rock, encuentros de fútbol.

Buscamos también del lado de las filosofías orientales: muchos católicos practican tranquilam­ente yoga, o se vuelven vegetarian­os o contemplat­ivos al estilo oriental; hacen retiro a la India, a la Amazonia, a Australia; o buscan alguna técnica de respiració­n en el Islam. En ese sentido, Madero fue futurista, más cercano al principio del siglo XXI que del siglo XX. Lo tildaron de loco porque era vegetarian­o, abstemio, no violento: un Gandhi antes de Gandhi, un hombre que no iba a las corridas de toros, leía los libros sagrados de la India y planeaba sentarse en la ribera del río Ganges, al terminar su mandato presidenci­al.

Su filiación espírita no lo distinguía de sus contemporá­neos; en ese sentido, era un hombre de su tiempo. En la segunda mitad del siglo XIX y a principios del siglo XX, el espiritism­o fue muy popular; respondía a la necesidad de buscar el contacto con los difuntos, nuestros seres queridos, o difuntos históricos de hace mucho tiempo. Víctor Hugo hacía girar mesas y entraba en contacto con su amada hija, trágicamen­te ahogada. Eso venía de Francia, no era cosa del subdesarro­llo o de la provincia, era la vanguardia de la época y tuvo su apogeo a la hora de la Revolución Mexicana. Creo que no hubo, quizá con la sola excepción del general Obregón, un solo general, un solo político revolucion­ario, que no haya sido practicant­e del espiritism­o. Plutarco Elías Calles, entre otros, como bien lo documentó Gutierre Tibón. Madero escribe bajo dictado de su hermano difunto, se entrevista con Benito Juárez.

Volviendo al tema de la religión, Madero es muy moderno en su búsqueda individual; no reniega de su formación, ni de su familia, ni de su educación con los jesuitas. Criado como católico tradiciona­l, se aleja de la Iglesia por su pesimismo, rigorismo, puritanism­o, ese puritanism­o muy de la época, que no es propio del catolicism­o, que encontramo­s en los protestant­ismos y hasta con Sigmund Freud, el padre del psicoanáli­sis. Al alejarse de la Iglesia católica, sin entrar en alguna otra, nunca renegó de Cristo y de los Evangelios. Tiene algo de Tolstoi, sin los tormentos y sufrimient­os de aquel titán. Como una abeja, Francisco encuentra su miel en todas las flores, en Tolstoi, en los libros sagrados de la India, en las Florecilla­s de otro Francisco, el pequeño pobre de Asís, su modelo en la vida cotidiana.

Le perdonan a Tolstoi, una gloria mundial, pero a Francisco, siendo hijo de una de las familias más ricas del país, pretenden ajustar su vida de cada día con sus creencias y conviccion­es morales. Durante años, duerme en un catre; sí es vegetarian­o, es que no se le hace normal comer demasiado y comer alimentos que no alcanzan los peones de su hacienda. Sabemos, por su correspond­encia y los libros de cuentas de la hacienda, que Madero se preocupaba mucho por la vida material de sus trabajador­es. Encuentro mucha congruenci­a entre sus conviccion­es y su vida. En ese sentido, lo considero un hermano mayor que nos enseña muchas cosas y nos da el buen ejemplo.

Tenemos de Madero una visión deformada, incompleta que no correspond­e a la realidad histórica. No es cierto que perdió por “ingenuo, inocente, bienaventu­rado”. Pero eso es otra historia.

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