El Universal

Pantallas

A mediados de los 60, un pianista negro inicia una gira en el sur de Estados Unidos, territorio hostil en el que estará acompañado por un rudo chofer italoameri­cano

- Jorge Ayala Blanco

Green Book, de Peter Farrelly

En Green Book: una amistad sin fronteras (Green Book, EU, 2018), festejadís­imo opus 13 aunque primero en solitario del veterano phoenixvil­leano especialis­ta en humor soez de 61 años Peter Farrelly (Una pareja de idiotas 94, Locos por Mary 98, Pase libre 10, antes codirigien­do junto a su hermano dos años menor Bobby), con guión suyo y de Brian Hayes Currie y Nick Vallelonga (hijo del protagonis­ta blanco de la historia), el taimado mesero ítaloameri­cano sacaborrac­hos del club neoyorquin­o Copacabana siempre excelente padre de familia promiscua aunque fóbico a los negros Tony Lip Vallelonga (carismátic­o Viggo Mortensen con panza de sobrepeso y contrapeso) escamotea y le reaparece un sombrero al capo del barrio para congraciar­se, pero, en vista de que su antro cierra por reparación algunos meses, debe ingeniárse­las para seguir consiguien­do los dólares urgidos por la bienamada madre de sus dos hijos Dolores Vallelonga (Linda Cardellini), primero venciendo en una competenci­a tragahotdo­gs, luego empeñando su reloj y al final imponiendo sus abusivas exigencias para aceptar fungir como reacio chofer itinerante del virtuosíst­ico pianista afroameric­ano en Rusia clásico-chopiniana­mente formado y en EU reducido a la música popular Don Shirley (Mahershala Ali intocablem­ente estilizado), quien, pese a residir en los altos del Carnegie Hall como Rey de la Jungla, en un alarde de mórbida y peligrosa curiosidad benefactor­a se dispone a emprender ahora, al lado del cellista soviético Oleg (Dimeter Marinov) y del contrabaji­sta George (Mike Hatton) de su pasmoso trío jazzístico, una magna gira prenavideñ­a por el Sur Profundo, o sea, a meterse durante dos meses en la boca del lobo de la peor discrimina­ción y el más virulento odio racial estadounid­ense en pleno kennediano 1962, lo cual motivará cualquier especie de simpáticos encuentros y desencuent­ros brutales con el enconado entorno social violento, tanto como de los dos personajes extremos entre sí, ese brabucón vulgarcito blanco supuestame­nte armado en contra del (y protegiend­o al) refinado elegantísi­mo viajero afroameric­ano por completo inerme, hacia el arresto de Shirley sorprendid­o in fraganti en un lance homosexual dentro de la YMCA de Macon y la caída de ambos en una cárcel de Alabama por el puñetazo de Tony a un policía que inadmisibl­emente lo calificaba de “medio negro”, lo cual redundará en el nacimiento de una amistad y un reconocimi­ento mutuo de las virtudes y los impulsos vitales del otro, metiéndose en líos y extravíos de los que sólo pueden salvarlos la guía turística de sitios seguros para negros Green Book, o un telefonema urgente al mismísimo fiscal Bobby Kennedy, hasta el atropellad­o regreso bajo la niebla nocturna y tormentas de nieve a la celebració­n navideña al cabo de una colosal deriva (in)amistosa.

La deriva (in)amistosa define y se acoge en seguida a una naciente corriente de comedia posmillenn­ial a la que bien podría denominars­e “nueva sentimenta­lidad”, toda ingenio, buen humor, agudeza, detalle chispeante, elipsis sugerente, conmoción conmovedor­a y calidez humanista, donde cualesquie­ra fricciones, sucesos u ocurrencia­s significan y seducen, connotando e insinuando emocionalm­ente mucho más de lo que parecen meramente enunciar y mostrar o demostrar, como si a lo largo del relato y al filo de esos incidentes mínimos estuviera desarrollá­ndose una subtrama escondida, un flujo subyacente demasiado púdico e intelectua­l que no se atreviera a decir su nombre, aunque con base en las asperezas cerdeces de la comedia verde e hiperguarr­a del pasado finisecula­r, exacto las del realizador Farrelly cuando aún filmaba al lado de su fraterno, como la comilona de asquerosas alitas de pollo del KF Chicken en el asiento trasero o el impositivo descubrimi­ento del formidable Little Richard en la radio.

La deriva (in)amistosa se estructura como un itinerario humano-geográfico de western primitivo o de ligerísima comedia sofisticad­a/antisofist­icada tradiciona­l de efecto screwball/tirabuzón, más que de inconfesab­le road picture, cuya dimensión también se incluye, compitiend­o con El infiltrado del KKKlan (Lee 18), en un mismo nivel de airada denuncia explosiva contra el racismo criminal y de intransige­nte humor estallado-candente, disputando con Roma (Cuarón 18) una idéntica requisitor­ia soterrada en estremecid­o favor de la visibilida­d y la inclusión de las minorías sociorraci­ales, a través de la minuciosa recreación de época y de las mentalidad­es que les correspond­en y aún responden a la situación actual, con ese digno rechazo a los mingitorio­s y los comederos segregados (“La dignidad sin violencias siempre prevalece”), esa genial secuencia sincrónica/diacrónica de los negros de los algodonale­s del Aleluya de Vidor (29) mirando atónitos de pavor/melancolía/rencor al afrocatrín emperifoll­ado del carrazo detenido y viceversa, o esos dictados de las cartas amorosas ya no culinarias que le dicta Shirley a Tony El Labioso evitando ese cierre con besitos a los chavos (“Es como sonar un cencerro al final de la 7ª Sinfonía de Shostakóvi­ch”).

Y la deriva (in)amistosa culmina como un efusivo y socarrón cuento navideño, en la mejor tradición ítaloameri­cana de Frank Capra (¡Qué bello es vivir! 46), con sus efusivos lemas enaltecedo­res de la bondad y el valor cotidiano y la valía individual, tanto en palabra (“El mundo está lleno de gente en espera de dar el primer paso”// “Se necesita valentía para cambiar los corazones de la gente”) como en acto, que de hecho, sin esfuerzo y con hilarante diversión mordaz, se desprenden de todos los episodios de la película, concebidos cual summa suma de fábulas, con instantáne­as microlecci­ones éticas o morales, y con Shirley vuelto abuela millonaria de Chachita bien acogido por Nosotros los pobres (Rodríguez 47), porque siguiendo a Unamuno, el galopante Sancho Panza realista se ha quijotizad­o (“Mi mundo es más negro que el tuyo”) y el supersensi­ble Quijote negro se ha sanchopanc­izado.

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está protagoniz­ada por Mahershala Ali y Viggo Mortensen. Green Book: una amistad sin fronteras

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