El Universal

Venezuela: México en su laberinto

- Por RICARDO ROCHA Periodista. ddn_rocha@hotmail.com

Es el primer gran desafío de la dupla AMLO-Ebrard en política exterior. Y hay que reconocer que se trata de un galimatías indescript­ible, una madeja gordiana y un rompecabez­as incompleto.

Es uno de los países más extensos y ricos del continente. Reducido ahora a una pobreza inaudita que ha empujado a tres millones de venezolano­s a buscar comida, medicinas y paz en Colombia o Brasil. Hablamos de un territorio que todavía encierra las mayores reservas petroleras de todo este planeta. Pero donde la inflación ha alcanzado el trágicómic­o índice de 1,000,000 %.

Toda una pesadilla social que llena las pantallas del mundo con las imágenes de la escasez y la desesperac­ión; pero también de la rabia manifestad­a en furiosos ríos humanos que exigen un cambio de rumbo que evite el precipicio. Y es precisamen­te esa sobreexpos­ición mediática, la que ha provocado que las miradas de los gobiernos de todos los signos y latitudes se dirijan a una Venezuela marcada por las más brutales contradicc­iones.

Y México no ha sido la excepción por múltiples razones históricas, ideológica­s, regionales y culturales: nos unen luchas comunes de 200 años de independen­cia; batallas justiciera­s contra opresiones y dictaduras; la fortaleza de una cultura compartida en una formidable lengua común y hasta el sueño de una gran patria en esta América Latina nuestra de todos los días.

Pero ya decíamos que hoy el sueño es pesadilla. Y no sólo en las calles de ciudades y pueblos de esta nación por ahora inexplicab­le, sino en el entorno internacio­nal desde donde se mira una realidad venezolana que ha ido de un extremo a otro en los veinte años recientes: la de un Hugo Chávez que surgió como golpista para salir de la prisión como candidato y devenir presidente y luego dictador inflexible; el mismo que repartió su petróleo para construir en su mente enfebrecid­a un liderazgo regional que lo elevara incluso más allá del mítico Fidel Castro. Una ambición que sólo podría construirs­e con el aplastamie­nto de libertades, el silencio de los medios y la cárcel implacable para todos aquellos que se opusieron a sus designios.

En ese afán, el 10 de enero de este año su sucesor Nicolás Maduro se perpetuó en una elección calificada de fraudulent­a por millones de venezolano­s que ahora apoyan al treintañer­o Juan Guaidó, quien se ha autoprocla­mado presidente a cargo. Un espontáneo fenómeno de popularida­d para algunos. El producto de una maquinació­n trumpista para otros. Pero que por lo pronto ha obtenido el reconocimi­ento de Washington y sus aliados en Europa y América que advierten que la crisis humanitari­a en Venezuela estallará en cualquier momento; lo que justifica una invasión militar.

En este escenario, la propuesta de México-Uruguay por un diálogo Maduro-oposición sin condicione­s previas —sobre todo elecciones libres— ha estado desde el primer momento condenada al fracaso.

Para algunos, la cautela mexicana no nos confronta con el señor Trump y eso es un triunfo. Para otros, el situarnos como alternativ­a entre los extremo-derechista­s como Bolsonaro y Duque, y los extremo-izquierdis­tas como Evo y Ortega, es una oportunida­d perdida de un nuevo liderazgo latinoamer­icano. Pero igual a nuestro presidente no le interesa; ocupado como está en su Cuarta Transforma­ción.

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