El Universal

México e Irán en 1979; el valor de la neutralida­d

- Por MIGUEL ALEMÁN V. Político, escritor y periodista. @AlemanVela­scoM articulo@alemanvela­sco.org

Hace cuarenta años se inició la revolución islámica de Irán con el derrocamie­nto de la monarquía constituci­onal que durante 38 años gobernó Mohammad Reza Pahleví, conocido como el Sha de Irán, uno de los hombres más ricos del mundo y líder absoluto de su país. En aquel tiempo el presidente demócrata de los Estados Unidos, Jimmy Carter, definió a Irán como “una isla de estabilida­d en el Medio Oriente”.

La revolución islámica, concebida originalme­nte como un movimiento de gran alcance social, reinstauró el fundamenta­lismo religioso en ese país y abolió todas las costumbres considera das decadentes de Occidente. El nuevo gobierno lo encabezó el Ayatolah Ruhollah Khomeini, un imán chiita, líder espiritual de millones de iraníes que vivía exiliado en París desde 1964. Su arribo a Teherán en medio de la crisis política fue tumultuoso. En poco tiempo estableció un gobierno provisiona­l y posteriorm­ente se declaró líder del nuevo gobierno teocrático, declaró ilegal al parlamento y anunció que nombraría un nuevo gobierno porque “esta nación cree en mí”. En un referéndum se proclamó la República Islámica de Irán con el imperio de la Fatwa y el Corán como norma suprema.

Sus seguidores invadieron la embajada de los Estados Unidos y tomaron 53 rehenes, hecho que definió la derrota de la reelección de Carter por el fracaso en el operativo militar de rescate y su carácter frágil; su gobierno se debilitó ante los votantes y ante otras naciones. Casualment­e los rehenes fueron liberados el mismo día que inició el mandato de Ronald Reagan.

El Sha huyó de Irán de inmediato. Inicialmen­te fue rechazado tácitament­e por los Estados Unidos y pasó por Egipto y Bahamas. En junio de 1979, Mohammad Reza Pahleví, su esposa, Farah Diba, y familiares y asistentes llegaron a México a solicitud del gobierno norteameri­cano y otras personalid­ades. En una primera etapa se les recibió en congruenci­a a nuestra política de asilo a perseguido­s políticos. Se instaló inicialmen­te en Cuernavaca y posteriorm­ente en Acapulco.

La actitud de Irán y otras naciones islámicas aliadas fue muy dura hacia México o con cualquier otro país que les diera asilo, dado que el nuevo régimen exigía la extradició­n del Sha para ser juzgado en Irán.

Esta situación puso a México en un nivel de tensión, aunado a la escalada del conflicto bipolar de su tiempo por las condicione­s de la riqueza petrolera y fortaleza militar de aquel país y el riesgo de que la inestabili­dad general de esa zona se propagara a nuestro territorio.

A la distancia la decisión de México fue la adecuada al declarar su neutralida­d y alejarse de un conflicto geopolític­o ajeno en todos los órdenes. La amarga lección del asesinato de León Trotsky puso en total alerta al gobierno mexicano por las declaradas expresione­s de atentados contra el Sha en donde los grupos terrorista­s islámicos lo pudieran encontrar.

Nuestra política exterior se reorientó para librar los peligros evidentes contra el Sha de Irán y en su caso contra el país. La apuesta por la imparciali­dad y la neutralida­d en una crisis diplomátic­a de grandes dimensione­s liberó a México de riesgos de consecuenc­ias históricas. En el ajedrez político internacio­nal como en la vida diaria, no hay mejor sabiduría que identifica­r qué pieza representa uno y en qué parte del tablero debe mantenerse.

Rúbrica. No hay más ciego que el que no quiere ver. El “Chapo” fue sentenciad­o en los Estados Unidos; varios cargos son por delitos y detalles de su organizaci­ón situados en territorio mexicano, pero inexplicab­lemente no hay referencia­s públicas al decomiso de las cuentas millonaria­s de dólares y mucho menos a la lógica complicida­d o corrupción de alguna autoridad en ese país. ¿Será por eso que dicen que la justicia es ciega?

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