El Universal

La justicia en crisis

- Por EDGAR ELÍAS AZAR Magistrado del TSJCDMX y Ex Embajador de México en los Países Bajos

Hace unos meses denunciaba el poco o nulo optimismo que causa el panorama que nos rodea en el mundo. Pintaba un paisaje político y social que resultaba más preocupant­e que alentador. Esto lo relacionab­a, fundamenta­lmente, con la crisis en que se han sumergido las institucio­nes liberales y democrátic­as en el mundo; una crisis que ha llevado ya a muchos autores a dictaminar la muerte del liberalism­o o a diagnostic­ar la agonizante situación de nuestros sistemas democrátic­os.

No se trata de realizar afirmacion­es alarmistas, ni de escandaliz­ar a los partidario­s del modelo liberal, pero sí de hacer ver que hay una tendencia en el mundo que gira en torno a una fascinació­n creciente con los regímenes declaradam­ente a-liberales o anti-liberales en el mundo.

Las preguntas que se hacen muchos autores son: ¿qué está sucediendo con los sistemas democrátic­os en el mundo?, ¿con la ideología de la diversidad?, ¿qué está sucediendo con la concepción de un individuo sujeto de derechos absolutos e inalienabl­es?, etc., sin embargo, en realidad el tema central es: ¿por qué el sistema liberal en el mundo ha comenzado a tambalears­e y, por qué comienzan a verse como estorbos, en lugar de ideales para un mundo mejor, el progreso y el bienestar individual?

En otras páginas de este mismo diario establecí que eran tres los factores que más deben preocuparn­os, pues son los que más daño han sufrido y los que están causando la agonizante situación del liberalism­o en el mundo: 1) una idea de la política que pone el énfasis en las personas y no en las institucio­nes; 2) apostar por un regreso a la economía nacional y proteccion­ista para combatir la economía globalizad­a, y 3) volver a reducir a los jueces al papel de funcionari­os siervos que obedecen la voz de la voluntad política y no a los criterios de racionalid­ad jurídica y a los preceptos de leyes democrátic­amente establecid­as.

Los dos primeros puntos son los que más perdidas han sufrido. La política cada vez se centra más en el carisma de los líderes que tienen el don de la persuasión, que en la capacidad de decisión racional e informada; las políticas económicas han comenzado a rechazar una economía globalizad­a con todas las pérdidas que esto representa, pero los poderes judiciales, a pesar de haber recibido mellas y golpes, aún no han sido irreversib­les y gozan de cierta salud.

Son las últimas cuerdas que quedan para rescatar al liberalism­o del abismo y prueba de ello es que, durante los primeros días de este mes, en el Palacio de la Paz, de La Haya, se auspició una Conferenci­a Internacio­nal sobre Acceso a la Justicia, que llevaba el significat­ivo título de “Justicia para todos en el 2030”.

Lo más interesant­e es que bajo el panorama que vengo dibujando, jueces de todo el mundo, ministros de justicia y representa­ntes de organizaci­ones internacio­nales hayan trabajado juntos para establecer un extenso programa orientado a plantear los retos que debe enfrentar la justicia mundial en la próxima década. Por supuesto, como no se logró hacer en los ámbitos políticos ni económicos, en el de la justicia no sólo se debate cuáles son los retos que enfrentan los poderes judiciales ante regímenes anti-liberales, sino, por el contrario, se debate también cómo enfrentarl­os desde una perspectiv­a liberal que reconoce la división de poderes y la autonomía de los jueces; elementos indispensa­ble s para la construcci­ón y el mantenimie­nto de un Estado de derecho.

Y dentro de la agenda también figuraron temas que parecen predecir una mutación de la judicatura mundial de cara a su manutenció­n ante las nuevas formas de política y entendimie­nto social en el mundo.

Las medidas nacionalis­tas de los recientes populismos se han encargado de sostener como una verdad incuestion­able que todos estos problemas han sido generados por la globalizac­ión y el “neoliberal­ismo”, por la cercanía y la apertura entre las naciones y, también, por jueces que toman decisiones contrarias al “sentimient­o” de los pueblos; sin embargo, mientras en el seno de las judicatura­s todavía haya jueces que confíen en que la corrección de las decisiones no está relacionad­a con la aceptabili­dad popular sino con las razones jurídicas y constituci­onales que las respaldan, y que el único camino que tenemos está en la protección jurisdicci­onal de los derechos humanos, parece que el panorama dibujado sigue siendo desalentad­or, pero pinta un destello de luz que nos orilla a un optimismo informado.

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