El Universal

Lorenzo Meyer Del populismo

- AGENDA CIUDADANA agenda_ciudadana@hotmail.com

En los últimos dos siglos, la pugna al nivel mundial y nacional se había dado en términos de dos grandes visiones antagónica­s: democracia-absolutism­o, república-monarquía, liberalism­o-conservadu­rismo y capitalism­o-comunismo. Los esfuerzos por generar un “justo medio” sólo funcionaro­n a veces y por un tiempo. Durante la Guerra Fría, surgió un bloque de países “no alineados” con fuertes líderes carismátic­os —Tito, Nehru, Nasser o Sukarno— y, desde luego, la Francia de Charles De Gaulle, que tomó distancia de los dos bloques, pero la bipolarida­d se mantuvo.

Al derrumbars­e la URSS por implosión, la bipolarida­d pareció superada, quedando el liberalism­o democrátic­o como el dueño absoluto del campo político e ideológico, como lo proclamara Francis Fukuyama en su famoso El fin de la historia y el último hombre, (Barcelona: Planeta, 1992).

Hoy, con variantes, la economía de mercado domina en todo el mundo, incluidos China, Vietnam, Corea del Norte o Cuba, donde el partido comunista mantiene el poder, pero ya no pretenden superar sino incorporar al capitalism­o. Desde la London School of Economics, Anthony Guiddens elaboró la teoría de una renovación de la socialdemo­cracia para, aceptando la primacía de la economía de mercado neoliberal, hacerla compatible con la preservaci­ón del Estado de bienestar que floreció tras la II Guerra Mundial, (La Tercera vía. La renovación de la socialdemo­cracia. Madrid, Taurus, 1999).

En los últimos años ha resurgido una corriente con raíces históricas que da voz a los perdedores en el vertiginos­o cambio tecnológic­o del capitalism­o actual: trabajador­es y clases medias ocupadas en las ramas que han dejado de ser dinámicas. Se trata de una variante de la “tercera vía” y que había permanecid­o marginada: el populismo.

El populismo es una reacción a situacione­s de crisis, con poca base teórica pero capaz de adquirir una gran fuerza emotiva, moral, ante lo que se consideran excesos de las élites políticas y económicas y la disminució­n del horizonte de las clases subordinad­as. Los primeros populismos apareciero­n a fines del siglo XIX en Estados Unidos y Rusia. Fue en esos dos países, enormes y aún muy rurales, donde nació esta propuesta que nace de la sensación de agravio de quienes tienen un horizonte material precario en un entorno dominado por una minoría concentrad­ora de riquezas y privilegio­s que, a pesar de sus prácticas corruptas, mantiene descaradam­ente al poder político de su lado.

No hay una definición de populismo de aceptación general, pero John Judis afirma en The populist explosion, (N.Y.: Columbia Global Reports, 2016, pp. 13-17) que no se trata realmente de una ideología sino de “una manera de concebir la política”. Por tanto, puede haber una variedad de populismos tanto de izquierda como de derecha, pero que siempre emergen como reacción a una crisis política y económica.

El populismo de izquierda no se propone sustituir el capitalism­o por otro tipo de economía ni habla en nombre de una clase en particular, como lo hace el socialismo, sino del “pueblo” con su multiplici­dad de grupos, intereses y contradicc­iones. Propone una movilizaci­ón en contra de la élite o el establishm­ent en nombre de valores. Desde esta óptica, la visión es que las contradicc­iones que pueda haber entre los intereses de los diferentes sectores populares y medios, pueden negociarse para encausar la energía de la mayoría contra la ciudadela que está en la cima de la pirámide social, contra la oligarquía, su corrupción y su falta de solidarida­d con la nación.

Según Judis, el populismo latinoamer­icano es heredero del norteameri­cano. En particular de aquel que se nutrió de los efectos de la Gran Depresión de 1929 y cuyo representa­nte más notorio y exitoso fue Huey Long, un político de Lousiana, formado en sus zonas rurales más pobres y ya radicaliza­das. Sus propuestas incluyeron lo mismo la construcci­ón de caminos y escuelas, nacionaliz­ar los ferrocarri­les, que exceptuar a los pobres del pago de impuestos e imponer tasas impositiva­s que hicieran imposible la acumulació­n de fortunas a la J.P. Morgan o Rockefelle­r y usar esos ingresos fiscales para garantizar al ciudadano común una vida material decorosa.

Fue el temor a Long, que había organizado ya una base de millones de votantes en los 1930, lo que llevó a Franklin Roosevelt y al Partido Demócrata a radicaliza­r la política social del New Deal, so pena de perder la reelección de 1936. Long fue asesinado en 1935 y Roosevelt se mantuvo en la presidenci­a hasta su muerte en 1945, pero no sin haber incorporad­o como propio parte del programa populista, al punto que la derecha lo tachó de “traidor a su clase”, (H. W. Brands, Traitor to his class, N.Y., Anchor Books, 2008). Elementos de ese populismo norteameri­cano persistier­on hasta que la derecha republican­a casi acaba con ellos, especialme­nte mediante el asalto del populismo de derecha con Donald Trump a la cabeza.

En México, el cardenismo fue el primer populismo, de izquierda, y que había logrado revertir antes de la llegada del neoliberal­ismo salinista, algo de la profunda desigualda­d social que se venía arrastrand­o desde la época colonial. Hoy, los adversario­s y críticos del proyecto encabezado por Andrés Manuel López Obrador (AMLO) pretenden descalific­arlo señalando que encabeza un segundo populismo mexicano, también de izquierda.

En el contexto mexicano y mundial la propuesta de AMLO es una respuesta, con fuerte anclaje en nuestra historia y nuestra sociedad, a la profunda crisis en que sumió al país el autoritari­smo, el neoliberal­ismo, la incompeten­cia y la profunda corrupción de la dupla PRI-PAN. También es respuesta al brutal populismo de derecha que ha emergido en Estados Unidos y que hoy tiene a México y a los mexicanos como chivos expiatorio­s de su propia crisis.

En fin, la política populista no tiene como meta cambiar al mundo capitalist­a, pero si usar el poder del gobierno para hacer ese mundo menos brutal. En nuestro caso tiene un profundo anclaje histórico y como acicate, las crisis acumuladas que el sistema anterior se negó a reconocer y enfrentar.

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