El Universal

Islas Marías

- Por ALEJANDRO ENCINAS RODRÍGUEZ Subsecreta­rio de Derechos Humanos, Población y Migración

“Las Islas Marías son, a lo más, una idea, un concepto, nunca un lugar situado en el tiempo y en el espacio. Acaso alguna playa de arena hirviendo, blanca, sin color, donde el sol bebe tierra. Alguna tierra de hombres vencidos, cuyas cabezas se inclinan sobre el tiempo, abarcando en los brazos, sin contener, toda la condena. ¿Qué pueden ser las Islas Marías? No una tierra sino un gesto; escena pura, drama monstruosa­mente simple y apagado, sin recurso hacia la vida, como un golpe pequeño y débil que se diera en lo más hondo del mar. Algo lejano y amarillo sin referencia”.

Así describió José Revueltas a este pequeño archipiéla­go de cuatro islas, ubicado en el pacífico mexicano, frente a las costas de Nayarit, donde, en el año 1905, Porfirio Díaz, estableció el primer centro penitencia­rio federal, con una población de 190 personas privadas de su libertad, replicando el modelo de la Isla de Alcatraz, en California y el de la isla del Diablo, en la Guyana francesa, reproducie­ndo las mismas y deleznable­s prácticas de aquellos penales, donde, tras la Revolución mexicana, Álvaro Obregón enviaba a encarcelar a los políticos disidentes al régimen.

Como parte de este modelo carcelario, durante los años 40 llegaron las primeras familias de los presos a vivir con los sentenciad­os, situación que ha prevalecid­o, hasta hoy, con un muy reducido número de familias, entre las que se encuentran ocho niños.

Durante la década de los 50, el Centro Penitencia­rio confinaba, por igual, a los presos de mayor peligrosid­ad, junto con los disidentes políticos, bajo prácticas de extrema crueldad como el trabajo forzado, los grilletes y el apando, el que consistía en un cubo de láminas de acero de alrededor de un metro cúbico, ubicado a la intemperie bajo los rayos de un intenso sol, de donde surge la fama de la prisión más cruel e inhumana de México, de la que diera testimonio la película, Las Islas Marías, protagoniz­ada por Pedro Infante en 1951.

Son muchas las historias de horror que dan cuenta de la violencia sufrida en esa prisión, al igual que de los personajes que fueron confinados en ella: José Revueltas, el gran escritor mexicano; la madre Conchita, Concepción Acevedo de la Llata, acusada de ser la autora intelectua­l del asesinato de Álvaro Obregón; Pancho Valentino, “el Ministro del Demonio”, un luchador profesiona­l que asesinó a un cura; José Ortiz Muñoz, “el Sapo”, un sanguinari­o soldado, que se arrogaba el asesinato de 150 personas durante una manifestac­ión en León, Guanajuato en 1946, y que fue trasladado del Palacio Negro de Lecumberri, tras el asesinato de un migrante cubano, así como el General Ricardo Martínez Perea, acusado de colaborar con el tráfico de drogas, liberado apenas en 2016. O personajes emblemátic­os, como el padre jesuita Juan Manuel Martínez Macías, “el padre Trampitas”, quien vivió en las islas durante 37 años de manera voluntaria.

Una historia negra que hoy queda atrás, tras la determinac­ión del Presidente de la República, quien ha emitido un decreto para cerrar el penal y dar cabida a la consolidac­ión de un área natural protegida, declarada por la Unesco como Reserva de la Biosfera en 2010, abierta a la investigac­ión científica, así como a la formación y recreación para niñas, niños y jóvenes que encontrará­n un espacio para las artes y la cultura en lo que será el Centro de Educación Ambiental y de Capacitaci­ón “Muros de agua-José Revueltas”, lo que marcará un nuevo paradigma en la política y la historia penitencia­ria del país, regidas bajo los principios de reinserció­n social y respeto a los derechos humanos, dejando atrás los grilletes y la tortura, abriendo una puerta a la libertad.

En los 50 confinaba por igual a los presos de mayor peligrosid­ad y a disidentes políticos, bajo prácticas de extrema crueldad

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