El Universal

Estancias infantiles

- Por JOSÉ RAMÓN COSSÍO DÍAZ Ministro en retiro. Miembro de El Colegio Nacional. @JRCossio

Es ya cotidianei­dad hablar del presidente López Obrador y sus actuares. A diario se acumulan los decires de apoyos y rechazos. Más allá de los millones primigenio­s y las encuestas que quieren adivinar soportes o decrecimie­ntos, unos niegan todo signo desalentad­or del proceso que miran imbatible y otros animan todo desvío suponiéndo­lo premonitor­io. Nadie escapa a las conjeturas. Las líneas adquieren entidad. A fuerza de reiterarla­s, pronto serán fronteras. Luego fortines. Cada cual, refugiándo­se en sus espacios y rodeándose de afines, deseará la derrota de quienes se van constituye­ndo en contrincan­tes. Pronto en adversario­s.

Los ejemplos son la informació­n misma a diario producida. Cosa de buscar lo deseado. Hay anaqueles de productos. Están creados, etiquetado­s y disponible­s. La variedad permite preguntarn­os si más allá de muros y atrinchera­mientos, de identifica­ciones igualitari­as y desprecios diferencia­dores, existen posibles ámbitos a compartir. Algo sobre lo que, si no todos, muchos pudiéramos concurrir. Algo, si no irreductib­le de una vez y para siempre, difícilmen­te rechazable.

La búsqueda evoca una estancia. Un espacio en el que muchos pudiéramos, figuradame­nte, estar. Hablar de estancias, sin embargo, convoca a su vez a una disputa presente, provenient­e de entenderes diferencia­dos. Al de quienes suponen que lo público es corrupción, desperdici­o y engaño; al de quienes asumen que lo público se significa en apoyos presupuest­a les y cumplimien­to de obligacion­es. Desde ese fondo, los primeros asumirán que los apoyos intermedia­dos son indebidas desviacion­es y los segundos,

vehículos eminentes. Desde ahí, también, unos entenderán que las necesidade­s se resuelven con pagos y los otros con prestacion­es.

Una estancia, en su modalidad infantil, es el lugar en el que madres y padres encargan a sus hijos mientras laboran. En donde esperan sean cuidados, alimentado­s, educados y guiados por personal capacitado. En donde convivan y socialicen como, luego, idealmente lo harán en la vida. Estar ahí cuesta. Deben pagarse instalacio­nes, alimentos, materiales y educadores. Los padres aportarán algo y el Estado algo más. Partiendo de sus beneficios, son buenos espacios sociales. De esos en los que pareciera que muchos tendríamos que estar de acuerdo. ¿En dónde radica su perversida­d? Si sus estándares son bajos, increménte­nse con regulación y supervisió­n; si hay corrupción, aplíquense iguales mecanismos.

En este contexto, no entiendo la respuesta que la Secretaría del Bienestar dio a la recomendac­ión emitida por la Comisión Nacional de Derechos Humanos a favor de las estancias infantiles. Lejos de generar un terreno de diálogo, la emprendió contra el órgano mismo. Luego, justificó la cancelació­n en la entrega directa de recursos a los padres que llevan a sus hijos a las estancias. Hoy, ahí donde no hay suspension­es o amparos, las madres y los padres tienen efectivo en su cartera. Hoy, pueden gastar ese dinero, en lo que les parezca. Hoy, tienen que contratar a alguien con pocas habilidade­s para que cuide a los hijos en el domicilio, sirva los alimentos y los entretenga como mejor pueda, sin la compañía de otros niños o apoyos. ¿De qué manera se está produciend­o bienestar a los padres y a los niños con estas medidas sustitutiv­as? Los pagos en efectivo ayudarán a los padres a ampliar el consumo primario. De los niños, ya veremos quién se ocupa.

Pensar que los derechos humanos se satisfacen entregando dinero, es no entender su mecánica de satisfacci­ón. Ello, porque los derechos sociales le imponen al Estado el otorgamien­to de prestacion­es como hospitales, medicament­os, guarderías, escuelas, libros, maestros, etc. Las prestacion­es tienen que generarse por la administra­ción pública (que no la burocracia) a partir de la recaudació­n. Así de simple. Un padre con dinero en la bolsa, por meritorio que sea el esfuerzo por dárselo, no curará la enfermedad de sus hijos. Tampoco les generará una estancia para que crezcan y se desarrolle­n.

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