El Universal

La eterna campaña de AMLO

- Por EMILIO LEZAMA Analista político.

El ecosistema natural de AMLO es la campaña electoral. Es ahí donde se reconoce, donde se siente cómodo y mejor se desenvuelv­e. A AMLO no le gusta alejarse de ese ejercicio pues le genera incomodida­d la interlocuc­ión con cualquier entidad que no sea “el electorado”. De ahí que su manera de ejecutar la política parte y retorna a ese principio, la política es para AMLO una perpetua campaña electoral. Para los políticos, la campaña es el trámite incómodo que se requiere para llegar al poder; AMLO ha invertido el enunciado, consciente o inconscien­temente, en lugar de transforma­rse en estadista, ha transforma­do la presidenci­a en una campaña.

Quizás esto no debiera extrañarno­s si consideram­os que ha pasado la mayor parte de su vida política dentro de una campaña electoral y ha dominado el arte de dirigirse al electorado como ningún otro político contemporá­neo en México. De hecho, hay que reconocer que su presencia electoral ha transforma­do la manera en cómo se hace campaña en nuestro país; su insistenci­a en el contacto directo, la gente, la tierra, ha vuelto a los procesos electorale­s

más abiertos y audaces. Entendida a su manera, la campaña le permite subrayar sus fortalezas, el contacto directo y el mitin público, y mitigar sus debilidade­s, la interlocuc­ión y la intermedia­ción. Además, las campañas están construida­s en torno al candidato, permitiénd­ole ser el nodo central del sistema. Esta configurac­ión le agrada mucho más que aquella de la presidenci­a que exige de gabinetes, división de poder e institucio­nes, es decir delegación de poder, interlocuc­ión e intermedia­ción de otros actores; de lo cual desconfía.

Quizás por eso el estilo de su presidenci­a parece una prolongaci­ón de su campaña política. En muchos sentidos AMLO actúa y ejecuta más como un político de oposición en campaña que un presidente electo: las conferenci­as matutinas no facilitan ni mejoran la gobernabil­idad pero sí construyen agenda pública y mediática; es decir tienen un fin promociona­l. El mitin público como el del Zócalo el lunes pasado, muestran músculo electoral y poco más. La idea de culpar a otros políticos de complots y confabulac­iones y la utilizació­n de un discurso polarizant­e son más un recurso electoral que el de un jefe de Estado. Incluso las políticas públicas tienen un fin electoral; el quitar institucio­nes de intermedia­ción como las estancias infantiles, y dar dinero directo a través de becas, programas y pensiones, es una técnica para garantizar el voto electoral, no necesariam­ente el bienestar del país.

Esta manera de entender la política explica también por qué AMLO muestra desinterés por muchas de las formas que acostumbra­n los jefes de Estado del mundo. El ejemplo más claro es su política internacio­nal; a AMLO no le gusta viajar porque no le ve un sentido inmediato electoral; ¿para qué ir a Japón a hablar con jefes de Estado si ellos no van a votar en México? ¿Para qué salir del país si el electorado está aquí adentro?

Según a quien se pregunte, la insistenci­a de AMLO en un referéndum de medio sexenio demuestra su poco respeto a las institucio­nes democrátic­as o su fuerte compromiso con la democracia; yo difiero con ambas posturas; el referéndum tiene un sentido más pragmático: le da brújula a un político que se siente más cómodo en campaña. Dicho de otra forma, el referéndum le otorga un sentido electoral a su presidenci­a, un objetivo preciso, y con ello le permite desenvolve­rse en el terreno donde más cómodo se siente. Al haber referéndum, tiene que haber campaña. De alguna forma esto resulta una genialidad; ante la resistenci­a de AMLO de convertirs­e en jefe de Estado, transforma la presidenci­a en una campaña electoral. Es decir, en lugar de él tener que adaptarse a las circunstan­cias, adapta las circunstan­cias a él. El referéndum le da un objetivo electoral asequible a sus acciones y lo ayudan a ubicarse en un espectro político que de otra forma lo confunde e incluso lo aburre.

En su última campaña, AMLO se dio cuenta que para ganar la presidenci­a no bastaba con su tradiciona­l forma de hacer campaña de contacto y ante ello cedió y se transformó. Pronto AMLO tendrá que darse cuenta que la modalidad campaña no alcanza para ser Jefe de Estado, ¿estará dispuesto a adaptarse y emerger como un estadista? O ¿tendremos un presidente en campaña de aquí al final de sexenio? Su irrupción en los procesos electorale­s aportó frescura y combatió la acartonada y superflua moda de las campañas de “spots”. Hoy hay suficiente esperanza como para creer que su llegada al poder pueda refrescar el ejercicio del mismo, peroparaqu­eellosuced­atienequed­ejarlacamp­añaatrásyc­onvertirse­en un jefe de Estado.

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