La religión en el discurso obradorista
La mañana del domingo 19 de abril de este año, el presidente Andrés Manuel López Obrador escribió en su cuenta de twitter:
“Dicen que no es de su autoría (la de Jesús), que ni siquiera es sermón, que si acaso es la suma —inconexa y heterogénea— de sentencias orales expuestas a lo largo de la historia cívica y religiosa. Alegan que fue estructurado por sus seguidores para aleccionar y conseguir feligreses”.
Y en un nuevo tuit agregó:
“Pero qué bello es parafrasearlo: bienaventurados los pobres, los humildes, los que lloran, los que padecen de persecución, los que tienen hambre y sed de justicia, y los de buen corazón ”.
El mensaje despertó, por supuesto, un sin fin de reacciones encontradas en estos días de densa y compleja discusión política. Pero más allá de esa respuesta, el mensaje hizo evidente, y de manera quizás más nítida, la deliberada utilización de los símbolos religiosos dentro de su discurso político.
Uno podría decir que no se trata de un fenómeno nuevo. Que la utilización de los símbolos religiosos en la política tiene una larga historia en el mundo y, por supuesto, en México. Basta con recordar el uso del estandarte de la Virgen de Guadalupe durante la guerra de independencia.
Sin embargo, no es difícil darse cuenta que esta vez algo parece diferente: la inclusión de símbolos religiosos tiene hoy un sentido diverso al que tenía no hace más de diez años, entre otras cosas porque resulta difícil identificar qué representan exactamente ahora esos símbolos en un movimiento político que no es fácil tampoco calificar bajo los criterios tradicionales de derecha e izquierda.
Una pista de ese significado la podemos encontrar en una frase que el presidente escribe al parafrasear la Biblia. Atribuye la
máxima que encontramos en Mateo a una tradición contenida dentro de la “historia cívica y religiosa”. No logro identificar a qué podría referirse con eso tratándose del evangelio, pero de cualquier manera exhibe una idea: la confluencia de la vida civil y religiosa, en la que conviene detenerse. Me parece que en ello estriba la mayor novedad en el uso de los símbolos religiosos en su discurso político hoy en día.
Desde las leyes de reforma, tanto la esfera civil y la religiosa, quedaron demarcadas y separadas en México de manera legal. Una separación que después el régimen emanado de la Revolución no solo mantuvo, sino que profundizó en las formas tanto del discurso, como de las prácticas de gobierno.
Sin embargo, para Renée de la Torre, antropóloga investigadora del CIESAS, se ha tratado más bien de una mera formalidad que no refleja ni la realidad de las prácticas ni la profundidad de lo religioso de nuestro país. Mucho menos ahora, después de la reforma de 1992 en que se modificó la ley para cambiar la situación jurídica de las iglesias y se otorgó el derecho al voto a los sacerdotes y con ello la plena ciudadanía.
De esta forma, lo que era el dique que separaba, aunque fuera formalmente la esfera civil de la religiosa, quedó reducido a la prohibición de las iglesias a tener medios de comunicación, y poco más (hoy, incluso, hasta esa prohibición puede estar desapareciendo). Mientras tanto, se liberaba a religiosos y políticos de confinar sus discursos a lenguajes, esferas y espacios claramente diferenciados. La arena pública desde entonces se ha visto ocupada por expresiones religiosas públicas lo mismo por parte de presidentes, gobernadores, legisladores que de muchos otros actores políticos.
Esta apertura no significó, al menos en un principio, un cambio profundo en la identificación de los símbolos religiosos, especialmente los católicos, con una posición política conservadora. Los gobiernos del PAN hicieron un uso extenso de la simbología religiosa como un elemento de identidad ideológica, mientras que los militantes del PRD constantemente denunciaban la intromisión de la iglesia para boicotear su lucha política. En 1999, en los albores de la alternancia en México, dos imágenes muestran este contraste: Fox hizo campaña con el estandarte de la Virgen de Guadalupe, mien