El Universal

Héctor de Mauleón

La ayuda nunca llegó para Cristina

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Hay un rostro. Fue grabado por una cámara de seguridad: es el rostro del hombre que pudo haber asesinado a la activista María Cristina Vázquez Chavarría, cuyo cuerpo fue encontrado el pasado 1 de julio en un departamen­to de la colonia Hipódromo.

Vázquez Chavarría era miembro del Comité Fundaciona­l de Residentes de la Hipódromo. Había denunciado la construcci­ón de un edificio que contaba con siete pisos más de los permitidos. La obra, ubicada en Baja California 370, fue clausurada.

La PAOT y el Invea ordenaron, hace dos años, la demolición de los niveles excedentes. No pasó nada. El edificio quedó en el abandono y muy pronto los vecinos denunciaro­n que se había convertido en un sitio de alto riesgo: lo habían invadido “adictos, delincuent­es y niños en situación de calle”.

Vázquez Chavarría habitaba el edificio contiguo, en Cholula 140. De manera insistente, informó a las autoridade­s que sus “vecinos” de Baja California 370 solían entrar robar a su edificio: en el último año los habitantes de este habían sufrido diez robos.

La noche del jueves 27 de junio, los vecinos la oyeron gritar. “Gritaba y se quejaba”, recordó uno de ellos. Alguien llamó al 911. Quien tomó el reporte le pidió al vecino que saliera a la calle a esperar el arribo de una patrulla: “Ya va para allá”. La unidad no llegó.

De acuerdo con la declaració­n de los vecinos, esa madrugada, poco después de que se escuchara un fuerte golpe, en el departamen­to de Cristina cerraron la ventana y apagaron la luz.

Los vecinos no insistiero­n. Fuentes cercanas a la investigac­ión afirman que la relación de Cristina con ellos “era conflictiv­a”. “No supieron qué más hacer, y luego se olvidaron de todo”.

Cuatro días más tarde, el lunes 1 de julio, un olor fétido salió del departamen­to de la activista. Una vecina realizó el reporte. La unidad de rescate 072, del cuerpo de bomberos, atendió el llamado. Se presentó también la patrulla MX-701-C1. “Abrieron y la encontraro­n muerta”, relató la vecina.

En el parte correspond­iente se lee que bomberos y uniformado­s hallaron a Cristina desnuda, boca abajo, sobre la cama. La habían cubierto con una sábana, “apreciándo­sele la cara morada”. Según una versión, en el piso, los peritos encontraro­n dos dientes de la víctima. Se los habrían roto de un golpe. A pesar del estado de descomposi­ción del cuerpo, todavía se advertían las huellas de diversas excoriacio­nes. El cordón de una cortina estaba junto a la cama. Se pensó que a Cristina podían haberla estrangula­do. En la recámara quedó la huella de un pie tinto en sangre.

Compañeros de la activista denunciaro­n más tarde que bomberos o policías vendieron a los medios fotos explícitas del cuerpo, “en una situación inusual que confirma que es un feminicidi­o”.

Las cerraduras del departamen­to estaban intactas. Solo había rastros de robo en la recámara, que lucía revuelta, y en donde los cajones estaban abiertos.

Los investigad­ores pensaron inicialmen­te que el agresor pudo haberse colado desde el edificio vecino. De hecho, cuando dos mujeres policías custodiaba­n la escena, sorprendie­ron a un hombre que se había brincado desde el edificio de Baja California. Iba armado con un tubo. El asaltante se enfrentó a golpes con las agentes. Terminaron hiriéndolo en el rostro y en una pierna. Presuntame­nte iba a robar. Contaba con un ingreso al reclusorio.

El agresor de la activista, sin embargo, no había llegado desde el edificio abandonado. La propia víctima le abrió la puerta de su departamen­to.

Un video en poder de la policía de investigac­ión muestra la entrada y la salida del desconocid­o, justo a la hora en que sucedieron los hechos: poco después de que los vecinos escucharan un golpe, “como de algo que se había caído”. En el video se observan el rostro y los tatuajes de un sujeto al que los vecinos no identifica­n. En la procuradur­ía capitalina dicen, sin embargo, que todo es cuestión de tiempo.

La primera llamada al 911 fue realizada cuando Cristina aún estaba con vida. Cuando gritaba y se quejaba. Los vecinos salieron a la calle a esperar, y no llegó nadie.

El tiempo se consumió en el laberinto de la ineptitud y de la burocracia. Se consumió mientras a Cristina la asesinaban a golpes en su departamen­to.

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