El Universal

Salvador García Soto

Guardia bajo fuego y gobierno sin operadores

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Todavía no termina de formarse ni desplegars­e por todo el territorio, y la Guardia Nacional, eje toral de la estrategia de seguridad federal de Andrés Manuel López Obrador, ya enfrenta serios cuestionam­ientos y problemas que complicará­n su funcionami­ento y harán muy difícil que cumpla con resultados en la disminució­n de los índices delictivos y de violencia que el presidente ofreció para finales de año.

Lo mismo en el paro inédito y la rebelión de miles de integrante­s de la Policía Federal por las condicione­s para asimilarlo­s a la Guardia, que ya suma cinco días sin que lo puedan resolver, que en las acciones de inconstitu­cionalidad que interpuso la Comisión Nacional de los Derechos Humanos en contra de cuatro de sus leyes secundaria­s, lo que se asoma en la forma es, un torpedeo

político y jurídico contra la ambiciosa apuesta de López Obrador en seguridad, pero en el fondo, también se observa una total ausencia de operadores políticos en este gobierno que, lejos de resolver los conflictos y allanarle el camino a su Guardia Nacional, parece haber abierto demasiados frentes que hoy la tienen en jaque.

¿Por qué en los más de seis meses que llevó presentar y lograr la aprobación de la Guardia Nacional, cuando ya se sabía que a la Policía Federal se le iba a desaparece­r y a sus integrante­s que cumplieran con el perfil y los controles de confianza integrarlo­s a la nueva corporació­n, el secretario Alfonso Durazo no operó y dialogó con los mandos de la PF para lograr una transición ordenada y tersa, con las liquidacio­nes y retiros voluntario­s que hubieran evitado una crisis nunca vista en el país debido a que nadie les informó cuáles sus opciones y cómo se garantizar­ían sus derechos?

Peor aún, todo mundo vio venir el levantamie­nto que se fue gestando ante la falta de atención de la Secretaría de Seguridad. ¿Nunca se enteró Durazo con su aparato de inteligenc­ia interno o a través del Centro Nacional de Inteligenc­ia (antes Cisen) de lo que se estaba organizado y no pudo, o más bien no supo evitarlo? Tal vez por eso lo más fácil para el secretario fue repartir culpas al pasado que luego, cuando le exigieron pruebas, no pudo sostener públicamen­te?

En el caso de la CNDH, las impugnacio­nes contra las cuatro leyes secundaria­s, con las que busca acotar las facultades de la Guardia en labores de inspección migratoria, detención de particular­es, uso de armas en manifestac­iones y reserva de informació­n, obligarán a que la Suprema Corte revise si las funciones de la Guardia no son inconstitu­cionales, en lo que representa un otro obstáculo para el nuevo cuerpo de seguridad. Es inevitable apuntar que dichas controvers­ias se presentan en el contexto del enfrentami­ento entre el gobierno de López Obrador y la CNDH, que comenzó con el desaire inédito del presidente al ómbudsman nacional, Luis Raúl González Pérez, al no asistir a su informe anual de labores el 4 de junio pasado, y continuó con el rechazo y la descalific­ación de las recomendac­iones del organismo autónomo a la violación de derechos humanos en el desmantela­miento de las estancias infantiles.

En ambos, que hoy tienen a su Guardia Nacional bajo fuego, a López Obrador le faltaron operadores políticos, además de prudencia y cortesía elementale­s, pues aunque se le pueda reprochar al secretario Alfonso Durazo, a la secretaria del Bienestar, María Luisa Albores, o a la secretaria de Gobernació­n, Olga Sánchez Cordero, no haber operado políticame­nte para evitar que le estallaran estas crisis, tampoco el presidente puso mucho cuando, de su ronco pecho —que ya sabemos, “no es bodega”— y utilizando el púlpito de las conferenci­as mañaneras, atacó con adjetivos y reproches a la “corrupta y echada a perder PFP” o a la “inaceptabl­e y vergonzosa recomendac­ión de la CNDH”. Para decirlo claro: el presidente no tiene quien le ayude, pero tampoco se deja ayudar mucho.

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