El Universal

¿Nuevo régimen político?

- Por JOSÉ ANTONIO CRESPO Profesor afiliado del CIDE. @JACrespo1

López Obrador insistió en su fiesta del 1 de julio en que hemos entrado ya en un nuevo régimen. Desde luego se busca sustituir al neoliberal­ismo por lo que llaman Cuarta Transforma­ción y que incluye algunos aspectos del desarrollo estabiliza­dor de los años sesentas y setentas. Pero se habla también de un cambio de régimen político, no sólo económico. Por régimen político normalment­e se entiende el conjunto de reglas escritas y no escritas que regulan tanto el acceso como el ejercicio del poder.

Ante lo cual cabe preguntar: ¿Con antiguo régimen se refieren al mismo que surgió después de la Revolución de 1910? Ahí apareció la hegemonía partidista y el presidenci­alismo imperial. Ese régimen se fue desgastand­o, y tras los comicios de 1988 dio paso gradual a un nuevo régimen, multiparti­dista, electoralm­ente competitiv­o y con mayores contrapeso­s al Ejecutivo. Comoconsec­uenciadeel­loelPRIper­diólasmayo­rías absolutas en el Congreso y varios estados. El poder presidenci­al se redujo y se redistribu­yó en distintos actores. Hubo nuevos contrapeso­s de creciente eficacia.

Ese régimen gestado a partir de 1988 ya era democrátic­o, si bien incipiente, inacabado e imperfecto como lo son todas las democracia­s al principio, pero claramente distinto del hegemonism­o priísta. Esos cambios dieron paso a la primera alternanci­a pacífica de nuestra historia en el año 2000. Y más tarde, la de 2018, con una opción económica distinta. Cierto es que quedó pendiente uno de los elementos esenciales de la democracia; el fin de la impunidad y el combate serio y eficaz a la corrupción. Fox abdicó pronto de esa promesa, y los gobiernos siguientes tampoco hicieron nada sustancial al respecto.

En cambio, se mantuvo un pacto de impunidad entre partidos. La corrupción, lejos de desaparece­r, se democratiz­ó. López Obrador ha ofrecido como eje fundamenta­l de su proyecto erradicar ese problema. Pero si dicho esfuerzo fuese exitoso, estaríamos más bien ante la profundiza­ción de la democracia en esa asignatura pendiente, más que ante un nuevo régimen. Es decir, se fortalecer­ía el régimen plural y competitiv­o que se construyó entre 1988 y el 2000. Por lo cual, no sería en sentido estricto un cambio de régimen político sino su continuaci­ón y profundiza­ción. Pero si se insiste en que estamos en un cambio de régimen político, la pregunta sería, ¿hacia cuál vamos ahora?

Hay indicios de que se podría intentar el retorno a lo que había antes de la democratiz­ación; un partido dominante o cuasihegem­ónico, frente a una oposición débil y testimonia­l; superdeleg­ados estatales y estructura­s clientelar­es que darán una base corporativ­o-electoral al partido oficial; una reconcentr­ación del poder en la Presidenci­a y un predominio abrumador del partido oficial en los gobiernos estatales; mayorías calificada­s en el Congreso (o cercanas) y la merma o desaparici­ón de algunas institucio­nes autónomas producto también de la democratiz­ación de las últimas décadas. En tal caso sí estaríamos ante un cambio de régimen, pero más parecido al que hubo entre 1940 y 1988.

Habrá que analizar las reglas y procedimie­ntos, más que la mera retórica, para determinar si estaremos profundiza­ndo la democracia iniciada en 1989 o bien retornamos a lo que había antes de esa fecha, de lo cual hay ya algunos indicios. La destrucció­n, debilitami­ento o subordinac­ión de las institucio­nes al poder Ejecutivo y su partido, nos llevaría a una situación inversa de la que se registró en 1929; ahí pasamos formalment­e de un país de caudillos a otro de institucio­nes. Ahora, 90 años después, iríamos en sentido contrario; de un país de institucio­nes (perfectibl­es sin duda) a un poder personaliz­ado, un nuevo caudillism­o.

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