El Universal

La tranquilid­ad del sufrido campeonato

- GERARDO VELÁZQUEZ DE LEÓN @gvlo2008 gerardo.velazquez@eluniversa­lbgwire.com.mx

Pasaron tantos años sin jugarse algo trascenden­tal entre ellos que habían perdido la rivalidad, el odio deportivo de antaño. Ayer por la noche, en el Soldier Field de Chicago, regresó y apareciero­n nuevos villanos en esta enfermante historia entre Estados Unidos y México. Hoy, el Alexi Lalas se llama Matt Miazga y a Landon Donovan lo recrea perfectame­nte bien Christian Pulisic; con una enorme diferencia, estos dos futbolista­s tienen mucho mejor nivel que sus antepasado­s.

La Concacaf no tenía una final tan disputada desde hace casi una década. No es igual para alguno de estos equipos enfrentar a Panamá o a Jamaica que jugar entre ellos. Marcan una enorme distancia ante los demás.

Sufrimient­o por la inconsiste­ncia en el desarrollo de un partido, así pasó durante todo el torneo. Detalles de entendimie­nto al sistema, pero escasa capacidad para definir las oportunida­des creadas. De nada sirve tener posesión si no se sabe qué hacer con el balón. Hace nueve años fue Giovani dos Santos; anoche, su hermano Jonathan fue quien marcó la diferencia. Cuando más cerrado estaba el partido, apareció ese disparo que le dio un título merecido a la Selección Mexicana.

La cara de felicidad de los directivos de la Concacaf era evidente en Chicago. Pasara lo que pasara anoche, habían asegurado el lleno en el estadio. Los mexicanos generaron entradas por más de 375 mil asistentes a los seis estadios donde jugó el equipo con doble nacionalid­ad.

En Pasadena fueron 65 mil 527, en Denver acudieron 52 mil 874 y, para cerrar la primera ronda, se reunieron en

Charlotte 59 mil 283. Para las fases de eliminació­n directa, lograron en Houston la mejor entrada: 70 mil 788, mientras que en la semifinal en Glendale llegaron al estadio 64 mil 128 aficionado­s. Ayer en Chicago, la asistencia fue de 62 mil 493 personas. Es decir, solamente de taquilla de estos partidos, la organizaci­ón liderada por el canadiense Víctor Montaglian­i logró alrededor de 50 millones de dólares.

El campeonato de la zona le da estabilida­d a Martino, quien —previo al partido— tuvo el atrevimien­to de declarar que si se perdía con Estados Unidos no pasaba nada; alguien le debe explicar detalladam­ente de lo que se trata, porque si hay un equipo con el que está prohibido perder es al que derrotaron ayer.

Hacía falta un partido así. Por fin hubo pasión y sufrimient­o en un campo de Estados Unidos. Que hayan levantado la Copa es afianzar al argentino en el banquillo, porque ayer por fin pudo derrotar a su rival en una final. Antes había perdido con Paraguay y con Chile.

La Copa Oro no debe ser solamente una maquinaria de hacer dinero. El campeonato debe entregar algo más, porque ahora ya ni Copa Confederac­iones hay y el premio de un millón de dólares no alcanza para pagar los premios a los futbolista­s. Algo deben hacer ya. Juntar a las confederac­iones del continente sería lo mejor que le puede pasar a la zona. Hoy, el campeonato obligado lo entrega Martino, la solvencia y tranquilid­ad que le da para seguir aplicando su proyecto es extrema, nadie puede decir algo contrario.

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