“Actuar es mi destino”
Eric del Castillo celebra 85 años.
“Sé lo que es un golpe, una patada, sé lo que es que intenten ahorcarte, sé lo que es andar en un caballo desbocado, arriba de un tren, sé sembrar, fui ayudante de albañil. No me arrepiento de nada en la vida”, dice el actor Eric del Castillo, que ayer cumplió 85 años.
Está sano, trabajando en una obra donde interpreta a Dios (lo cual dice que le va muy bien), y ha recibido llamadas de amigos, colegas y de su hija Kate desde EU. No hubo ninguna celebración ostentosa, sólo una comida íntima con su familia.
“La mera verdad no me gustan los regalos, tengo como 10 trajes, ¿para qué pido más si ni me los pongo? En cuanto a regalos, una vez me compré una camioneta verde Durango que salió en su época, preciosa, y me la robaron, entonces pensé que no hay que tenerle amor a las cosas materiales, no me interesan ni las alhajas, la ropa, nada, me interesa estar con mi familia”.
Aunque hoy es un hombre que ama estar en casa, con su familia y sobre los escenarios, tuvo una infancia tremendamente rebelde, en la que se escapaba constantemente de su casa, ubicada en una vecindad pobre de la colonia Algarín.
“Nos escapamos por lo menos 10 veces, me separaron de mi hermano porque decían que yo era la manzana podrida... y seguí más rebelde todavía, andaba arriba de los trenes, tuve unas aventuras que no sé cómo estoy vivo, pero esas aventuras me dieron experiencias, lo que llamamos los actores, vivencias.
“Hoy le doy gracias a Dios, nunca pensé llegar a los 85 años y aquí estoy, trabajando, qué más puedo pedir”, dijo el actor.
Eso sí, leía un montón, era fan de los Supersabios, Memín Pinguín y del escritor Emilio Salgari. Más adelante, entre sus aventuras, se sumaría la de meterse a un seminario.
“Estuve casi un año, yo pensé que esa era mi vocación y lo hice con todo el interés de ser misionero de Guadalupe. Así me veía yo, en un barco viajando por el mundo pero me enfermé de los ojos, tenía un padecimiento y tuve que suspender los estudios, o mejor dicho me sugirieron que saliera porque era un seminario pobre y no podía estar ahí sin estudiar”.
Salirse, por supuesto, fue lo mejor que pudo hacer porque se hizo actor y supo que ese era su destino.
“Mis amigos muchas veces me vacilaban por haber sido seminarista, y yo les decía que cuál era la diferencia si un sacerdote trabaja con los sentimientos humanos y ¿con qué trabaja un actor? Pues con los sentimientos humanos”.
A final de cuentas es su vocación: “Me gusta actuar, es mi obsesión, mi trabajo, mi destino, todos tenemos un destino, este me tocó vivir, lo disfruto, nadie me va jubilar”.