El Universal

Para detener la sangría

- Alejandro Hope alejandroh­ope@outlook.com. @ahope71

Un hombre llega a la sala de urgencias de un hospital con un balazo en el abdomen. Sangra profusamen­te.

Ese individuo fuma como chimenea y bebe alcohol en exceso. Proviene de una colonia marginada. Está desemplead­o desde hace meses y no pasó de la primaria.

Dado todo lo anterior, ¿qué hay que hacer primero para ayudar a ese hombre? ¿Referirlo con un especialis­ta? ¿Darle acceso a tratamient­o para adicciones? ¿Otorgarle un empleo temporal?

No: lo primero es frenar la hemorragia. Si se sigue desangrand­o, se muere inevitable­mente. Ya estabiliza­do, se pueden hacer otras intervenci­ones. Pero la tarea inicial es salvar su vida.

Thomas Abt usa esa analogía en la introducci­ón de su reciente libro sobre violencia urbana, Bleeding Out. Abt es un criminólog­o de la Universida­d de Harvard que ha estado directamen­te en las trincheras del combate al delito: fue durante algunos años fiscal y luego se convirtió en funcionari­o público tanto a nivel federal como estatal.

Para Abt, la hemorragia es la violencia homicida en las comunidade­s urbanas de Estados Unidos, mayoritari­amente habitadas por afroameric­anos y latinos. Es cierto que esa violencia tiene causas

estructura­les: la persistenc­ia a lo largo de generacion­es de racismo y exclusión ha generado bolsones de pobreza en esos barrios, creando a su vez múltiples factores criminógen­os (desempleo, deserción escolar, etc.).

Pero la violencia letal refuerza la trampa de la pobreza: ahuyenta a la actividad económica, reduce el valor de las propiedade­s inmobiliar­ias, dificulta la dotación de servicios públicos y estigmatiz­a a comunidade­s enteras. Según una estimación, un homicidio impone un costo de 10 millones de dólares que desproporc­ionadament­e paga la población más desfavorec­ida.

Abt argumenta que, en consecuenc­ia, la tarea más inmediata para ayudar a las comunidade­s urbanas marginadas es reducir la violencia homicida. Para eso, la evidencia indica que es necesario atacarla directamen­te.

¿Cómo? El autor argumenta que las intervenci­ones para contener la violencia urbana deben partir de tres principios. En primer lugar, foco: en las ciudades, la violencia letal es obra de unos cuantos, ocurre en pocos lugares y está asociada a unos cuantos comportami­entos (portación de armas ilegales, distribuci­ón violenta de drogas, etc.). Hay que concentrar­se en esos pocos individuos, lugares y comportami­entos. Segundo, equilibrio: las intervenci­ones deben combinar en partes casi iguales incentivos positivos y negativos, prevención y castigo. Tercero, justicia: las comunidade­s deben percibir la intervenci­ón de la autoridad como justa y legítima. De otra forma, no colaborará­n en el esfuerzo.

Partiendo de esos principios, se puede instrument­ar un paquete de intervenci­ones que atiendan a las personas, lugares y comportami­entos que generan violencia letal. Abt propone una docena de estrategia­s para las que hay evidencia sólida de eficacia (disuasión focalizada dirigida a grupos, mayor presencia policial en puntos calientes, terapia conductual cognitiva, etc.). El menú específico de estrategia­s depende de las condicione­s de cada comunidad, pero aplicadas con recursos suficiente­s y perseveran­cia, pueden tener efectos notables: según las estimacion­es de Abt, la aplicación en las principale­s zonas urbanas de Estados Unidos de un paquete de medidas como las propuestas podría reducir a la mitad la tasa de homicidio de ese país en ocho años.

¿Esas ideas son aplicables en México? Sí, con las adaptacion­es necesarias. Pero más que las estrategia­s específica­s, me quedo con un mensaje central: hay que atacar la violencia homicida directamen­te.

Para parar la sangría, lo primero es poner un torniquete.

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