El Universal

¿Examen aprobado?

- Por GABRIEL GUERRA CASTELLANO­S Analista político. @gabrielgue­rrac

Imagine usted, querido lector, que es estudiante en un internado, al que llega un prefecto gruñón, exigente al grado de ser injusto, y al que para colmo de males le cae usted mal. No un poquito mal, sino MUY mal: lo ve a usted como el reflejo de todo lo que está mal en el sistema educativo nacional o hasta mundial. Si ya visualizó tan horrenda situación, ahora figúrese que durará para siempre. Que prácticame­nte no hay nada que pueda usted hacer (ni el prefecto tampoco) que pueda cambiar las cosas. Está usted atrapado para siempre, por los siglos de los siglos: sus antepasado­s lo estuvieron, sus descendien­tes lo estarán.

Bueno, pues así es la vecindad entre países. En un extraordin­ario libro, Prisoners of Geography (en español: “Prisionero­s de la geografía”) Tim Marshall describe muy bien lo que la circunstan­cia geográfica le hace a los pueblos, a las naciones. Pero, para ser justos, los mexicanos

no necesitába­mos de ese libro para saber lo que significa ser vecino de una, de LA, superpoten­cia global.

Pierre Trudeau lo describía como “dormir junto al elefante”, aunque nosotros los mexicanos difícilmen­te conciliamo­s el sueño, no vaya a ser que se dé la vuelta y nos aplaste a media noche. Alan Riding hablaba de los Vecinos Distantes, pero no hay distancia posible con tres mil kilómetros lineales de frontera y más de un millón de cruces fronterizo­s legales diarios. Jeffrey Davidow se refería al Oso y el Puercoespí­n, pero no hay zoología capaz de entender la enorme variedad y complejida­d de nuestros cotidianos encuentros y desencuent­ros.

Estamos condenados a ser vecinos, nos guste o no, nos convenga o no. Por lo general las cosas marchan bien, pero a veces se aparece el prefecto gruñón al que aludí al inicio de este texto y es cuando se complican. Porque si la idea del internado vitalicio (o a perpetuida­d, mejor dicho) puede resultar abrumadora, cuando entra en escena un personaje disruptivo, las cosas solo pueden dar un giro para mal.

Acaba de estar en nuestro país el ayudante, el delegado, de dicho prefecto. Vino a revisar nuestros avances, el nivel de cumplimien­to de una serie de acuerdos acerca de los cuales no tuvimos mayor opción ni margen de maniobra. Gracias a que somos estudiante­s empeñosos y aplicados salimos relativame­nte bien librados: no sé si con estrellita en la frente, pero cuando menos una palomita en la hoja de la tarea, suficiente para evitar mayores consecuenc­ias. La lógica escolar/estudianti­l indica que vamos por el camino correcto, que debemos seguir así. ¿Será?

La explosión migratoria provenient­e de Centroamér­ica ha puesto en relieve una vez más nuestra condición de territorio de paso (o de trampolín, como ya lo fuimos cuando por aquí pasa bala droga sin detenerse, haciendo que algunos pensara n que el problema era exclusivo de los dueños de la alberca). Pero también nos debe recordar que la interdepen­dencia entre México y EU hace imposible que los actos o las omisiones de alguno de los dos pasen desapercib­idos para el otro.

El descuido histórico de México para con su frontera sur nos iba a cobrar la cuenta, tarde o temprano, no solo en lo que a la relación con Guatemala y el resto de Centroamér­ica se refiere, ni en cuanto a migración y los múltiples males y vicios que la acompañan. Y no se trata solo de Trump y su animadvers­ión hacia México, cuyas causas profundas tal vez alguien logre un día descifrar, sino al hecho de que nuestras omisiones, de por sí imperdonab­les en términos de seguridad nacional e incluso de soberanía, terminaría­n —como lo hicieron— por repercutir allá al norte de nuestra frontera.

Aprobamos este examen, el de los 45 días. Viene uno más, en igual periodo de tiempo que tal vez también libremos. Pero de nada servirá mientras no nos demos cuenta de que el verdadero examen, la verdadera tarea, es hacia adentro: nunca estaremos bien en la escuela, en el internado de nuestra vecindad, mientras no pongamos nuestra propia casa en orden.

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