El Universal

Días de furia

- Por ARTURO SARUKHÁN Consultor internacio­nal

El nuevo huracán político desatado a lo largo de la semana en Estados Unidos a raíz de los tuits execrables del presidente Donald Trump en contra de cuatro legislador­as demócratas ha sido tan familiar como extraordin­ario, y ha consumido a la clase política estadounid­ense en su totalidad, desde las campañas presidenci­ales hasta la Casa Blanca y el Congreso, pasando por todos los medios y la sociedad en su conjunto. Y le ha cosechado nuevamente al mandatario un lugar en los libros de historia. En una moción de censura que no se daba desde hace más de un siglo con el presidente William H. Taft, el Congreso votó el miércoles pasado para condenar a Trump por su tuit racista instando a las congresist­as progresist­as del autoprocla­mado “escuadrón” de “resistenci­a” antitrumpi­sta, Alexandra

Ocasio-Cortez, Ayanna Pressley, Rashida Tlaib e Ilhan Omar, de origen puertorriq­ueño,afroameric­ano, palestino y so malí, respectiva­mente( tres de ellas nacidas en EU y la última naturaliza­da después de llegar al país a los 12 años), a que regresaran “a los lugares de donde vinieron”.

No debería sorprender que Trump no toque fondo. No se necesitaba­n estos tuits para saber que es un racista hecho y derecho o que considera a los migrantes y a los de tez más oscura como subhumanos ni que su xenofobia y chovinismo demagógico y nacionalis­ta no tienen límite. Y tampoco existe fuego que el presidente no busque atizar. Trump ve la Oficina Oval como un gigantesco megáfono para exacerbar las fisuras culturales y raciales que persisten en la sociedad estadounid­ense. Para él, los blancos son automática­mente estadounid­enses. Los demás sólo califican si muestran suficiente deferencia o apoyan su concepto particular de lo que consiste ser estadounid­ense. Durante décadas, en sus negocios, el entretenim­iento y la política, Trump ha alcahuetea­do sin escrúpulo alguno y de manera oportunist­a las divisiones raciales, étnicas y religiosas de EU para hacerse de dinero, notoriedad y ahora, poder.

Detrás de la “locura” —o del racismo congénito— de Trump, hay también método. El presidente está tratando de dividir a los estadounid­enses en torno a la etnicidad, para evocar una visión de un país de suma cero en el que los blancos deben luchar contra los no blancos por empleos, oportunida­des, bienestar y seguridad. Y en esto, el pasado es prólogo; el cálculo de Trump es que puede repetir en 2020 lo que hizo en 2016, ganando el Colegio Electoral cortesía de Michigan, Pennsylvan­ia y Wisconsin, y que puede volver a exprimir de ahí su reelección —sobre todo en Wisconsin— al apelar a votantes blancos motivados por resentimie­nto racial. Trump le ganó por 77 mil votos a Clinton en esas tres entidades combinadas —que serán estados bisagra en 2020— y con ello, el Colegio Electoral. Gracias a la redistrita­ción electoral y a la geografía política, tanto la mayoría demócrata en la Cámara de Representa­ntes como la hoja de ruta a la Casa Blanca no pueden sobrevivir sin apelar a esos 77 mil votantes en los distritos conservado­res que están en juego ahí en 2020.

Nadie es más consciente de los efectos del miedo que este presidente. Cuando Bob Woodward le pidió a Trump en entrevista para su libro que reflexiona­ra sobre la naturaleza del poder, él respondió: “El poder real es el miedo”. Trump busca que la elección general sea entre blancos y los demás. No quiere que en la mente de sus votantes la contienda sea entre él y Biden o Sanders o Warren, o quien resulte nominado. Quiere cebar a su electorado con una quimera socialista, antiameric­ana, extranjera y con cuatro cabezas, las de las congresist­a s que atacó. Muchosdemó­cratas centr is ta s están preocupado­s por una campaña republican­a que haga del“escuadrón” sinónimo del partido. Y de paso, Trump quiere profundiza­rla brecha ideológica que se está abriendo entre Nancy Pelosi y el liderazgo más moderado y centrista del partido y su ala progresist­a, encarnada por estas cuatro legislador­as. Lo moralmente correcto y lo electoralm­ente inteligent­e estarán en tensión y colisión en el largo camino demócrata a los comicios de noviembre 2020. Este es el reto para el Partido Demócrata: cómo responder con contundenc­ia a los ataques a valores seminales del país, como la diversidad, sin permitir que ello facilite el que Trump acabe determinan­do y controland­o la agenda y narrativa políticas que él busca privilegia­r cara al 2020.

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