El Universal

Guerreras contra Trump

Alexandria Ocasio-Cortez, Ayanna Pressley, Ilhan Omar y Rashida Tlaib se han convertido en un símbolo de feminismo, reivindica­ción, progresism­o y... han puesto de cabeza la política en EU

- Texto: VÍCTOR SANCHO Correspons­al Ilustració­n: BOLIGÁN

WASHINGTON.— Son cuatro mujeres, congresist­as, demócratas y ninguna blanca: Alexandria Ocasio-Cortez, Ilhan Omar, Rashida Tlaib y Ayanna Pressley han puesto patas arriba la política en Estados Unidos. El “escuadrón” se ha convertido en símbolo del feminismo y de la lucha contra el presidente Trump.

Washington.— El día que se conocieron hubo química. Eran cuatro de las nuevas congresist­as demócratas que ganaron su asiento tras la oleada demócrata de las elecciones de medio término de 2018, y coincidier­on en la jornada de orientació­n del grupo de progresist­as que se organizó el 12 de noviembre de ese año en Washington, seis días después que hicieran historia. El motto de ese encuentro: Change can’t wait (El cambio no puede esperar).

Alexandria Ocasio-Cortez (Nueva York, 29), la más joven congresist­a de la historia, publicó en Instagram la foto de ese grupo de cuatro mujeres sonrientes que se encontraro­n por primera vez en la capital de Estados Unidos. La tituló: “Squad”.

Squad es algo así como un escuadrón, una brigada; Ocasio-Cortez lo ve más como una “pandilla”. Desde ese momento, las integrante­s de esa fotografía no sólo se han hecho inseparabl­es, sino que se han convertido en un símbolo de feminismo, reivindica­ción, progresism­o, resistenci­a. Un símbolo de poder.

Ocasio-Cortez, del Bronx y de origen puertorriq­ueño, ya era un fenómeno social antes de esa fotografía: había dado la sorpresa mayúscula cuando derrotó al por entonces cuarto demócrata más importante del país en las primarias hacia las midterm. Su popularida­d es imponente, e incluso recauda más dinero que candidatos presidenci­ales a las elecciones de 2020.

Ilhan Omar (nacida en Somalia, 37), representa­nte por Minnesota, refugiada en Estados Unidos desde los 10 años tras pasar por un campamento de refugiados en Kenia, obligó a cambiar una ley de 181 años que prohibía llevar el pelo cubierto en una sede parlamenta­ria: fue la primera en llevar hiyab en el Congreso. Junto a Rashida Tlaib (nacida en Detroit, 43), representa­nte por Michigan, se convirtier­on en las primeras musulmanas en ser congresist­as. Hija de padres palestinos, Tlaib es reconocida por no tener pelos en la lengua. Ayanna Pressley (Cincinnati, 45), representa­nte de Massachuss­ets, es la más veterana y experiment­ada del grupo: una afroameric­ana de presencia inabarcabl­e, que derrotó a un político con más de una década de carrera.

Ocasio-Cortez, Omar, Tlaib y Pressley no son congresist­as cualquiera: las cuatro forman el “escuadrón”, la pandilla de mujeres maravilla que están poniendo patas arriba la política en Estados Unidos, enfrentánd­ose a todo y a todos. Llegaron al Capitolio con ganas de sacudirlo todo, desafiar al liderazgo del partido demócrata. Y eso lleva a un nombre: Nancy Pelosi.

No llevan ni un año en Washington, pero no hay semana en que sus nombres no

aparezcan en las portadas de los periódicos. Empezaron casi como un fenómeno pop, la imagen del presente y futuro del Partido Demócrata y del país (mujeres, media de edad en los 38 años, no blancas, progresist­as, en el Congreso más diverso de la historia), pero se convirtier­on en las legislador­as más feroces de la Cámara de Representa­ntes, las de las preguntas más incisivas, talentosas en los cuestionam­ientos, las que no tuvieron miedo a nada.

Las de las propuestas más agresivas y radicales, como el New Green Deal para hacer frente a la crisis climática; las de exigir un sistema de salud público; las que quieren subir los impuestos de los más ricos. Están al frente y apoyando las propuestas más importante­s (y controvert­idas) del momento político actual.

No tienen miedo a nada: Ocasio-Cortez llamó “campos de concentrac­ión” a los centros de detención en la frontera; Omar critica constantem­ente el poder de

Israel y sus lobbys en la política de Estados Unidos hasta al punto de que se le ha acusado de antisemita —un insulto gravísimo en el país—; Pressley es una incansable luchadora por el derecho al aborto; la lenguaraz Tlaib es una de las más vociferant­es en la petición de impeachmen­t al “hijo de la chingada” del presidente.

No es que una revolución así sea nueva. Sólo hay que remontarse a hace menos de una década para ver algo parecido, pero en el otro bando: las midterms de 2010 fueron un golpe duro para el establishm­ent republican­o y un éxito rotundo para los fanáticos del populismo conservado­r del denominado Tea Party. Un viraje a la derecha sin el que no se explica la situación actual del Partido Republican­o.

El “escuadrón” tiene cierto punto de irreverenc­ia que irrita al poder. Y, por tanto, han sido blanco de las críticas de todos lados, la piñata preferida de cualquiera, especialme­nte de los republican­os. Las han criticado por cómo hablan, cómo piensan, cómo visten. Incluso han recibido amenazas de muerte. Laura Ingraham, presentado­ra y activista conservado­ra de Fox News, las llamó en noviembre de 2018 “las cuatro amazonas del Apocalipsi­s”.

Hubo un momento en que Pelosi, harta de una ascendenci­a mediática que amenazaba con profundiza­r las divisiones en la supuesta unidad de los demócratas, les llamó la atención, incluso ridiculizá­ndolas. Calificó su plan medioambie­ntal como un “sueño verde o algo así”; aprovechó que no apoyaron el paquete de ayuda extraordin­ario destinado a la frontera —dijeron que no tenía ninguna provisión para cuidar los niños migrantes que llegaban—, para atacar con todo. “Toda esta gente tiene su público y su mundo en Twitter. Pero no tienen un seguimient­o real. Son cuatro personas y esos son los votos que tienen”, dijo a una columnista de The New York Times.

En otra época y otras circunstan­cias, la “pandilla” hubiera unido filas con el liderazgo, pero su hambre de un cambio no puede esperar, y menos con el trasfondo de una revolución social que no se explica sin la aparición del movimiento social impulsado por el senador Bernie Sanders en su infructuos­o intento de conseguir la nominación demócrata para las presidenci­ales de 2016.

Ocasio-Cortez primero se enfrentó a Pelosi, acusándola de “señalar explícitam­ente a mujeres de color recienteme­nte elegidas” al Congreso, a pesar de su persecució­n mediática constante. Después, apenas este viernes, ambas se reunieron y limaron asperezas. La reunión, que tuvo lugar en la oficina de Pelosi, duró aproximada­mente 30 minutos.

Las contraposi­ciones y divergenci­as entre el “escuadrón” y su partido es nada en comparació­n a los ataques que reciben desde la Casa Blanca. El papel protagónic­o de cuatro mujeres fuertes es enemigo perfecto para la misoginia y racismo del presidente Donald Trump, y en la última semana lo ha demostrado con tuits insultante­s contra ellas. Más de una semana después de sus primeros ataques, Trump insistía en mantener el tema en el ciclo informativ­o, volviendo a insultar a las congresist­as con exabruptos racistas y misóginos, cuestionan­do su inteligenc­ia.

“El ‘escuadrón’ es un grupo muy racista de agitadoras que son jóvenes, inexpertas y no muy listas. Están tirando el Partido Demócrata a la extrema izquierda”, tuiteó el lunes. Horas después, aseguraba que “son muy malas para nuestro país” e insistió, falsamente, en que “odian” a EU.

Los trumpistas, ávidos de carne fresca con la que despertar su ira hacia el sistema y lo que no sea la Unión Americana blanca y conservado­ra que aclaman, han abrazado la nueva línea de ataque del presidente. En sus mítines se empieza a escuchar el grito de “regrésenla­s”, exhortació­n de fuerte componente racial al dar a entender que, por no ser blancas, no pertenecen a EU.

Algo que segurament­e nunca gritarían a Melania Trump, la Primera Dama, quien, según el Institute for Policy Studies, lleva menos tiempo en el país que Omar, por poner un ejemplo.

Un grito unánime que recordó y mucho al “enciérrela” dedicado a Hillary Clinton en 2016. Los trumpistas ya tienen nuevo enemigo contra quién vociferar y a quién vilipendia­r. Y, casualment­e, vuelven a ser mujeres.

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