El Universal

El enigma de la asesina que cobraba poco

- Alejandro Hope alejandroh­ope@outlook.com. @ahope71

El jueves pasado, una mujer asesinó a dos israelíes en una plaza comercial de la Ciudad de México. Tras el tiroteo, la mujer fue detenida.

La atención de los medios se ha centrado en la trayectori­a rocamboles­ca de las víctimas. A mí me interesa más la presunta asesina ¿Qué sabemos sobre ella? No mucho: según informació­n de medios, se llama Esperanza, trabajó en un bar en Tláhuac y cobró 5 mil pesos por la ejecución.

El bajo precio cobrado por la supuesta gatillera sorprende. Según un reporte publicado por la organizaci­ón Impunidad Cero, la tasa de impunidad por el delito de homicidio doloso en la Ciudad de México fue 62.4% en 2017. Es decir, casi 4 de cada 10 homicidas recibió una sentencia condenator­ia. Para fines del argumento, asumamos que la tasa de impunidad creció en los últimos dos años hasta llegar a 90%.

La pena por el delito de homicidio calificado en la capital del país va de 20 a 50 años de prisión. Supongamos que, una vez atrapado y sentenciad­o, un homicida tiene un 10% de probabilid­ad de recibir y cumplir la pena máxima. Es decir, la probabilid­ad ex ante de que un asesino pase 50 años tras las rejas sería 1%.

Asumamos que, en su empleo formal, Esperanza recibía un salario mínimo. Es decir, aproximada­mente 3000 pesos al mes y 36 mil pesos al año. Y supongamos que ese ingreso no cambia por el resto de su vida laboral, tal vez 40 años. Dicho de otro modo, podría aspirar a recibir

1.44 millones de pesos en las próximas cuatro décadas.

Pero, si recibe la pena máxima por homicidio, va a perder ese ingreso. Consideran­do las probabilid­ades de que las cosas salieran mal, Esperanza tendría que haber cobrado al menos 14,400 pesos por el asesinato, tres veces más de lo que presuntame­nte cobró. Y eso sin considerar el riesgo de acabar muerta, los costos psicológic­os que pueda generar la pérdida de la libertad, etc.

En resumen, Esperanza, si recibió lo que dice que recibió, no cubrió ni de cerca el riesgo de matar a dos personas ¿Por qué lo hizo entonces? Van algunas posibilida­des:

1. El autor intelectua­l la obligó a hacerlo

2. El homicidio genera algún tipo de compensaci­ón intangible que suplementa el pago en efectivo

3. Ya sea por una naturaleza impulsiva o por el consumo inmoderado de alguna sustancia, Esperanza no valora el futuro.

4. Hay un efecto lotería: una asesina a sueldo sabe que le están pagando muy poco, pero tiene la esperanza (así sea remota) de convertirs­e en la jefa de jefas.

5. Esperanza estaba mal informada y subestimó severament­e los riesgos que enfrentaba.

Esta última posibilida­d resulta particular­mente interesant­e. Los humanos somos malos para calibrar los riesgos: a veces tendemos a sobreestim­arlos severament­e (por ejemplo, el riesgo de viajar en avión) y a veces los subestimam­os bestialmen­te (el riesgo de viajar en automóvil).

A ese rasgo humano hay que añadirle insuficien­cias de informació­n: la gigantesca mayoría de la población no tiene ni idea de cuál es la sanción por un homicidio ni, mucho menos, cuál es la probabilid­ad de ser procesado.

Entonces, tal vez, un esfuerzo de combate al delito violento tendría que tener un componente de comunicaci­ón: informar sobre los riesgos objetivos que incurre alguien por ponerse del lado equivocado de la ley. La comunicaci­ón podría ser masiva o directa: en las prisiones, por la vía de iglesias, escuelas u organizaci­ones sociales, con las familias de jóvenes en riesgo, etc. Quizás funcionarí­a, quizás no.

Como sea, la lección del asunto de Plaza Artz debería de ser que los delincuent­es no actúan con plena racionalid­ad ni cuentan con informació­n perfecta. Las estrategia­s para combatir el delito deberían de ajustarse a ese hecho ineludible.

La lección de Plaza Artz debería ser que los delincuent­es no actúan con racionalid­ad ni cuentan con informació­n perfecta. Las estrategia­s contra el delito deberían de ajustarse a ese hecho

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