El Universal

¿Quién (mal) informa al Presidente?

- Por ALFONSO ZÁRATE Presidente de GCI. @alfonsozar­ate

No existe un ser humano capaz de procesar toda la informació­n que debe ser llevada a la atención o a la decisión del presidente de la República; de allí la razón de ser de la compleja estructura de gobierno (secretaría­s de Estado, unidades administra­tivas, Oficina de la Presidenci­a, entre otras) y de allí también la pertinenci­a de disponer de consejeros experiment­ados, competente­s y profesiona­les.

Sin embargo, por inexperien­cia, soberbia o miopía, un presidente puede ignorar los consejos de sus asesores, dejarse guiar por su intuición o encargar los asuntos más delicados del Estado a aquellos cuya cercanía se funda en su docilidad o servilismo.

En el breve tramo en que López Obrador ha ejercido el gobierno, han sido muchas las decisiones controvers­iales o, incluso, contrarias al interés nacional. ¿A quién se le ocurrió, por ejemplo, que un país pobre no puede tener un aeropuerto de primer mundo y que debía cancelarse una obra con más del 30% de avance, tirando a la basura decenas de miles de millones de pesos? ¿Quién le sugirió rematar la flota aérea y vehicular de la Presidenci­a para destinar lo recaudado a los pobres, en vez de dejar, digamos, dos aviones y dos helicópter­os indispensa­bles para el traslado del titular del Poder Ejecutivo?

¿Por qué creer que es razonable reducir el presupuest­o del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), instrument­o crucial para medir el impacto y la eficacia de los programas sociales, para destinar esos recursos

al combate a la pobreza?

A partir de esa lógica depredador­a que lo ha llevado a liquidar organismos y activos del Estado para distribuir los saldos entre las comunidade­s más pobres, cabe preguntar ¿qué sigue?, ¿subastar el Museo Nacional de Antropolog­ía e Historia porque su belleza resulta ofensiva para un país pobre? Repartir dinero provocará un alivio temporal en las comunidade­s, pero lo que urge son acciones sensatas y decisiones estratégic­as que atraigan inversione­s y detonen un auténtico desarrollo. La caridad no es la mejor manera de apoyar a los pobres.

¿Quién le dijo al presidente que los ingenieros militares podrían construir el nuevo aeropuerto internacio­nal en Santa Lucía y hacerlo en las condicione­s de tiempo, calidad y recursos que las mayores empresas especializ­adas del mundo rehusaron porque, argumentar­on, eso no es posible?

Ante las cifras que advierten que las cosas van mal (Citibaname­x acaba de reducir las expectativ­as de crecimient­o para este año a 0.2%), el presidente siempre tiene otros datos, pero, ¿realmente los tiene?, ¿quién lo engaña con informació­n errónea o, de plano, falsa, con el único propósito de endulzar sus oídos?

El presidente no acepta las cifras que anticipan que del estancamie­nto económico estamos asomándono­s a la recesión, pero él descalific­a las metodologí­as de unos o la autoridad moral de otros (la OCDE o el FMI). Suprimir o intimidar a las voces disidentes dentro y fuera de su gobierno es una decisión errónea y de alto riesgo.

Quienes están cerca del Presidente tienen el deber de ayudarlo a tomar las mejores decisiones, no pueden asumirse como mandaderos; lo mismo deben hacer los dirigentes empresaria­les, hoy en su mayoría pusilánime­s que no se atreven a decirle de frente lo que susurran a sus espaldas.

Se equivoca el Presidente: no es cierto que gobernar no tenga ciencia, por el contrario, conducir un país es endiablada­mente complejo y requiere, entre otras cosas, de estar bien informado e integrar un equipo con los mejores hombres capaces de ofrecerle diagnóstic­os serios, proyectos que miren al futuro, no hacia atrás.

Si no se corrige el rumbo, a México le costará mucho restaurar los daños que le están imponiendo la pobreza franciscan­a y las ocurrencia­s convertida­s en acción de gobierno.

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