Pasos de dictadura (II)
Hace varias semanas publiqué en este espacio, una colaboración cuyo título era el mismo, sin pensar que sería una primera versión. Ahora, mucho más convencido y preocupado por lo que está pasando en el país, recupero aquellos señalamientos y los engroso para advertir sobre los renovados riesgos que corre nuestra precaria democracia, que creíamos ya esencialmente consolidada.
La dictadura es la abolición de la libertad. Es la abolición de la democracia, entendida ésta como la capacidad de la mayoría de una sociedad plural para decidir sus formas de gobierno y el rumbo de su país, en un marco de respeto a las leyes y sus instituciones, como garantía de convivencia entre personas y núcleos diversos que se desenvuelven en el escenario de una pluralidad civilizada y que respetan, por lo tanto, la libertad de pensamiento de todos y cada uno de sus miembros.
Este concepto de democracia hoy está severamente amenazado y es erosionado cotidianamente por el actual gobierno “de México”. Son varios los nuevos hechos. Por un lado, no solo se amenaza abiertamente a los medios de comunicación que expresan una opinión crítica frente a los resultados de un mediocre e inepto desempeño gubernamental, como han sido los casos de la revista Proceso, del Financial Times y el portal Sin Embargo, entre otros.
También tenemos el cese de funcionarios “incómodos” por manifestar opiniones diferentes a la del Presidente y la descalificación de un órgano tan prestigiado como el Coneval, responsable de evaluar la calidad y eficacia de los programas de combate a la pobreza y la desigualdad, por encima y al margen de las siglas partidistas o las filiaciones ideológicas de los gobiernos en turno.
En este caso concreto, el presidente López Obrador primero cambió al Secretario Ejecutivo para designar a alguien de su confianza y después anuncia su posible desaparición, con el argumento de que sus integrantes piensan y fueron formados de manera diferente a la del actual gobierno y que ni siquiera conocen, como él —dice— las comunidades del país.
O sea, que quienes no tuvieron una formación como el Presidente no le sirven a su proyecto; pero además, su declaración revela un primitivo empirismo y expresa una idea burda sobre lo que es el conocimiento.
Si la sociedad se rigiera por ese tipo de “razonamiento”, la ciencia no tendría razón de existir, ya que solo lo que es conocido visualmente tiene validez, lo demás, deducido, abstraído (como las matemáticas o la física cuántica, o en su momento las leyes de gravedad, el movimiento de los astros, las trascendentales abstracciones de Einstein sobre la energía, sin que jamás viera un átomo), no tiene validez. Seguramente eso explica el desprecio a los científicos e investigadores y los bajos presupuestos para ciencia y tecnología.
Por otro lado, lo que está en curso es que AMLO experimenta en los estados de la República, lo que tiene en mente hacer a nivel nacional: En Baja California con la “Ley Bonilla”, sigue sin reconocer su inconstitucionalidad y no ha anunciado que pedirá su anulación ante la Corte (puede hacerlo a través de la Consejería Jurídica), porque la esencia de esa ley es la indebida prorrogación del mandato.
En Tabasco, tenemos la abominable “Ley Garrote” impulsada por el gobernador de Morena y aprobada por diputados agachones, para reprimir manifestaciones de protesta con hasta 20 años de cárcel. En otros tiempos acciones con consecuencias similares como las tomas de pozos petroleros encabezados por el propio López Obrador, hoy las censura dizque “para no ceder a chantajes” (“No queremos bloqueos a la refinería de Dos Bocas”).
¿Qué ilustran estos hechos? Querer imponer un pensamiento único, violar la Constitución y eliminar la libertad de manifestación es una degradación de la democracia. Son signos evidentes de dictadura. Se oyen sus pasos. Urge que la sociedad organizada detenga este proceso de aniquilamiento de la democracia. La oportunidad está en el 2021.