UNA VIDA EN LA XEW
PABLO O’FARRILL RECUERDA SUS AÑOS EN LA ESTACIÓN, CUYA VENTA VE COMO POSITIVA.
Pablo O’Farrill abre la puerta de su casa, apenas visible por la densa enredadera que cubre el muro. Es alto, delgado y de sonrisa amable. Ni de lejos aparenta sus 78 años. Viste un traje gris perfectamente combinado y en el dedo meñique un anillo con las siglas que resumen 64 años de su vida: XEW.
La puerta da directamente a una oficina repleta de historia, no sólo suya sino la de la radiodifusión en México. Allí, bajo esa luz verdosa provista por el techo, cuelgan fotografías en las en las que aparece junto a varios artistas: Cantinflas, La
Prieta Linda, María Félix, Luis de Alba, Chicoché y muchos más. De fondo, suena Frank Sinatra.
Hay recortes de periódicos, diplomas y reconocimientos a su labor en radio; figuras de cristal, micrófonos dorados, en fin, tantas cosas que se han ido acumulando y que el polvo ha hecho de las suyas, pero aún así, las letras XEW sobresalen dondequiera.
Pablo comenzó a trabajar en las emblemáticas oficinas de la calle Ayuntamiento a finales de 1956, 26 años después del nacimiento de la llamada “La voz de América Latina desde México”.
Tenía apenas 14 años, pero tras la muerte de su padre, director de orquesta de esa radiodifusora, le pidió trabajo a Emilio Azcárraga Vidaurreta, el fundador.
“Me recibió y me dijo: ‘¿De qué quieres trabajar?’ Y como en la vecindad donde yo vivía, en Luis Moya, había un operador que para nosotros era un ídolo, volteé a verlo y le dije: de operador, pero sin saber nada, ¡era un chamaco! Me respondió ‘Ok, mañana empiezas’, y me llevó con los maestros de la locución de esa época; Manuel Bernal, Luis Ignacio Santibáñez, Ramiro Gamboa, grandes monstruos. Todos ellos me acogieron y me enseñaron”.
Desde que entró a los estudios Azul y Plata y Verde y Oro, nadie lo pudo sacar. Levanta de su escritorio un retrato donde está frente a los
controles cuando tenía 14 y otra donde tendría 20. Orgulloso, cuenta que realizó todo tipo de actividades, aunque se apasionó por los efectos de sonido y la musicalización de las radionovelas, que considera uno de los productos con mayor encanto.
“Era una parte importantísima de la radio, nosotros creábamos efectos de la basura, era una imaginación muy hermosa”, dice y saca de una caja varios objetos: un teléfono de disco, un empaque de plástico con relieves, una bolsa de celofán y una cadena. Con el primero hace el sonido de una máquina de escribir, con el segundo una ruleta de casino, luego el crujido de un incendio y al final el galope de un caballo.
Recuerda que de día se hacían programas de 10 o 15 minutos y en la noche grandes conciertos con público, incluso muchos iban de gala para escuchar orquestas. Las filas para entrar eran inmensas, lo mismo que para publicitarse.
Pablo dice que alguna vez, haciendo los efectos para el programa Apague la luz y escuche, de Arturo de Córdova, se cayó en una tina llena de agua intentando hacer el efecto de un submarino. Todos soltaron una carcajada pero como era en vivo, tenían que continuar.
“Era tanta la magia de la radio que había una radionovela de La vida de San Martín de Porres, con José Antonio Cosío. Cuando él salía de la radio le besaban la mano porque pensaban que era san Martín de Porres. Las radionovelas eran imaginación, si tú me preguntas por qué no hay fotos, pues porque los actores físicamente no eran agraciados, pero tenían voces preciosas”.
Gracias a su trabajo, pudo convivir con todos los artistas que se forjaron allí y entabló amistad con algunos, como Armando Manzanero y Gabilondo Soler que, pese a su carácter difícil, fue su amigo.
“Nosotros conocemos a los actores como son, cuando están con el público son otra cosa. Trabajé mucho con Agustín Lara en su casa blanca en Veracruz, era muy enojón, se enojaba de todo; Jacobo Zabludovsky era muy amable. Trabajé un año con Pedro Infante”, comenta.
También pudo ver la transición de los tres Emilio Azcárraga: Vidaurreta, Milmo y Jean. Ahora que sigue trabajando en la XEW, le está tocando la última. Apenas el mes pasado, Grupo Televisa anunció la venta de su participación accionaria en Grupo Radiópolis, que incluye 17 estaciones, entre ellas la K-Buena y la histórica XEW. Él lo ve como un cambio positivo, y aplaude seguir trabajando allí dando visitas guiadas a jóvenes. Jubilarse, dice, jamás.
“Muchos de mis compañeros se murieron al año de jubilarse y yo tenía mucho miedo de morir. Estoy enamorado de la radio, nací con la radio y quiero morir con ella también”.
Nació en Navojoa, Sonora. Sus amigos de la primaria recuerdan que en el salón siempre hacía voces y se presentaba a sí mismo como si estuviera a punto de comenzar un show. No fue consciente, hasta muchos años después, de la influencia que la radio tuvo sobre él en la infancia.
Con su voz imponente y perfectamente educada, El Lobo, como lo apodan, cuenta que era fan de las radionovelas.
Un día, dice, tendría ocho años y al ver que estaba por comenzar Corona de espinas, se fue en bici a la estación local de Navojoa para ver entrar a los actores.
La decepción fue grande cuando le dijeron que eran grabaciones desde la Ciudad de México.
“Cuando oía la radio se me llenaba el espíritu de contento y decía: yo quiero ser ese”, pensaba también en ser el héroe anónimo de la radio, porque no lo veías. Ese es el encanto que tiene la radio, tú te imaginas al villano, al muchacho chicho de la historia, es como leer un libro”.
Fue hasta la prepa que un maestro supo detectar su talento y darle la dirección correcta: le recomendó viajar a la Ciudad de México, al llegar, supo que necesitaban periodistas en Televisa y fue.
“Me hicieron la prueba, en aquellos años yo era un joven desconocido, para mí fue muy emotivo que Roberto Armendáriz, que era el director y locutor, me hablara de usted y me dijera: ‘Quédese por favor, vamos a dar un curso de educación de la voz y terminando el curso, hablamos’. Ese ‘por favor’ me marcó”, recuerda llorando.
Comenzar como relator de noticias le dio muchas herramientas, luego le tocó vivir la etapa final de las radionovelas. Así conoció a su adorada Lucila de Córdova y a Héctor Martínez Serrano.
“Me impactó conocerlos porque ahí sí no correspondía lo que veías con lo que escuchabas. Era una mujer anciana caminando con dificultad haciendo papeles de dama joven. Impresionante”.
Fue narrador de la radionovela El rostro del amor, que recuerda como una tarea difícil porque venía con la técnica del relator.
“Vi cómo empezó a decaer todo eso de las radionovelas, en esa época llegó un director joven que vino a cambiar todo, Jaime Almeida Pérez, que en paz descanse. Él era un jovenazo y le trajo a la W una etapa de modernidad”.
El Lobo dio dos décadas de su vida a esta empresa, hasta 1998 (cuando las oficinas ya estaban en Tlalpan); también le interesó lo político, incluso hizo líder del sindicato de locutores de 83 a 89; luego fue por la presidencia del Sindicato Nacional de Locutores de México, y entró justo después de Paco Stanley, del 88 al 91.
“Fui un loco porque quise hacer muchas cosas y muchas las logré, fui un loco porque descuidé mi carrera por atender asuntos políticos que no me correspondían. Ser líder sindical, ser presidente de una asociación nacional quita mucho tiempo, es muy ingrata la labor y hay que tener vocación”.
Sin embargo, agradece haber tenido muchas oportunidades, como la de discutir con uno de los Azcárraga las condiciones laborales de los empleados.
Después de esa etapa, decidió volver a la conducción.
Actualmente trabaja en La Sabrosita 590 AM, es conductor de eventos y da clases.
Respecto al cambio de manos que acaba de vivir la XEW, señala: “Televisa hizo radio malita, perdón. No es que yo crea que son mejores los señores Alemán y su equipo, pero don Miguel Alemán Velasco hizo una transmisión histórica, la llegada del hombre a la luna. Yo creo que sí va a mejorar, sobre todo porque alguien que compra llega para invertir, quitar lo que no le parece y para poner. y Magnani dirigió la XEW FM en los años más gloriosos de la W, que fueron los 80 y parte de los 90, el hombre sabe de radio”.