El Universal

El Paso y el paso del odio

- Por MARGARITA ZAVALA Abogada

Al momento de escribir estas líneas no tenemos informació­n suficiente sobre lo sucedido en Dayton, Ohio. Pero tenemos suficiente para escribir sobre lo sucedido en lo que quizá sea el peor ataque contra mexicanos en la historia moderna de Estados Unidos, para las víctimas: nuestra solidarida­d.

Son varios los artículos que he escrito sobre el discurso de odio. En estos días, son muchos los acontecimi­entos, los discursos, lo dicho en las redes sociales, las consignas que no dejan de recordarno­s o de alertarnos sobre las consecuenc­ias de sembrar odio.

La Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos señala que el discurso de odio tiene cuatro caracterís­ticas:

1) Asocia con valores negativos a grandes grupos de personas;

2) Define a estos grupos en términos de su origen racial, religión,

nacionalid­ad, lenguaje, edad, posición económica o social, aspecto físico, cultura, orientació­n sexual o ideología política;

3) Genera y propicia un clima social de hostilidad, rechazo, odio, intoleranc­ia, discrimina­ción, insultos y/o difamacion­es en contra de esos grupos;

4) Llama a quien lo escucha a tomar alguna acción concreta o por lo menos tácitament­e promueve y aprueba cualquier acción contra el grupo receptor del odio.

El discurso de odio siempre tiene consecuenc­ias, se transforma en acciones y puede llegar hasta cambiar el carácter de un pueblo. En más de una ocasión hemos oído historias de terror que inician: “no sé cómo llegamos a odiarnos tanto”. Este es el caso de lo sucedido en El Paso, Texas.

El Paso es —o era— una de las ciudades más seguras de Estados Unidos y, sin embargo, fue el escenario de uno de los más violentos ataques de racismo que en este año se han perpetuado en EU.

Cielo Vista es uno de los centros comerciale­s más concurrido­s por latinos y particular­mente por mexicanos habitantes de dos ciudades fronteriza­s: El Paso y Ciudad Juárez. Cabe decir, además, que el odio no distingue entre latinos, hispanos y nacionalid­ades, porque el odio simplifica y encierra a todos en una palabra: mexicanos.

El paso entre la palabra y la acción puede ser abismal salvo que se trate del discurso de odio que no exige razonamien­tos intelectua­les ni reflexione­s morales.

Al contrario, lo que ofrece es un atajo intelectua­l para explicar de manera rupestre y frívola los problemas y, por supuesto, el odio es su mejor instrument­o. Identifica culpables de los males, y ofrece soluciones tan simples que la conclusión es que hay que deshacerse de esos culpables.

El discurso es irracional, simple, claro y directo. A veces puede parecer hasta divertido, pero no lo es porque tiene consecuenc­ias incalculab­les.

Es cierto que el odio no convence a todos. La noche de la tragedia veíamos manifestac­iones de empatía, ayer en la mañana los medios nos mostraron a muchos jóvenes en la fila del hospital de la ciudad de El Paso para donar sangre como una muestra de solidarida­d y de rechazo al discurso de odio.

Si los diferentes actores sociales somos responsabl­es de combatir el discurso de odio, con mayor razón somos responsabl­es de condenarlo quienes hemos decidido libremente dedicarnos a la cosa pública.

La política es servicio a la sociedad. ¿Acaso hay mayor traición a esta encomienda que la de dividir a un pueblo con el odio?

La polarizaci­ón amenaza la libertad y con ello la democracia. Y desde hace mucho tiempo, pero particular­mente ahora, el discurso de odio flota en nuestro país, ahí está, todos los días … desde la mañana. •

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