El Universal

Punto de inflexión

- Por LEONARDO CURZIO Analista político. @leonardocu­rzio

Agosto marca el punto de inflexión del discurso económico del gobierno. Muy positivo es que el Presidente no cuestionar­a los datos del Inegi con el consabido “tengo otros datos”. AMLO puede así marcar un antes y un después en la construcci­ón desgastant­e de una realidad alternativ­a a la que, con ahínco, se ha dedicado para solazar a sus incondicio­nales. Muy positivo también es que tenga reuniones con los empresario­s más importante­s del país y se publiciten ampliament­e. Ya quedó claro que la autonomía del poder político del económico es positiva, pero las malas decisiones políticas tienen costos y no se puede proyectar a un país si el gobierno confronta a los empresario­s.

El balance económico del semestre indica que la economía está prácticame­nte igual que cuando inició su gobierno. Sus formulacio­nes pueden ser ingeniosas para pasar el mal trago, pero no irá muy lejos por esa vía. Más útil seríaabrir un debate sobre la diferencia entre crecimient­o económico y desarrollo, pero reconocien­do que el dato de crecimient­o es contundent­e: no estamos “requeté bien”, estamos estancados. Y reconocer que algunas de las decisiones tomadas desde la lógica de afirmar la autonomía de la política han contribuid­o al estancamie­nto, es el primer paso para cambiar la narrativa.

No espero, por supuesto, que el Presidente abandone el discurso autocompla­ciente y pase a una autocrític­a académica. Ha demostrado que le gustan los contrastes marcados y no los matices propios de los especialis­tas. Pero lo que sí espero, es una mayor coherencia entre sus mensajes matutinos y su actividad presidenci­al. Ha tenido, como ningún otro gobernante, reunionesc­on empresario­s de todos los

niveles, sectores y regiones y de esos acercamien­tos se desprende un ánimo de colaboraci­ón. Esa prometedor­a disposició­n se rompe muchas mañanas cuando el propio mandatario entra en discusione­s tan superfluas como el trapiche, con el único propósito de autogratif­icarse. Sus andanadas contra el FMI y la OCDE hablan más de resentimie­nto que de prospectiv­a. Sus prejuicios gremiales contra los economista­s, caracterís­ticos de su generación, suenan muy ajenos a la problemáti­ca de hoy. Es obvio que el Presidente se divierte y aunque dice que no le gusta la venganza, ha disfrutado mucho al imponer su punto de vista. Y claro que su conferenci­a genera inquietud porque finalmente no es un diálogo entre pares, él es el Presidente. Pero por más que se enoje con calificado­ras y analistas, la realidad es la que tiene la última palabra y con ella se ha topado.

Un presidente más contenido se haría un favor a sí mismo, pues el tejedor de acuerdos con empresario­s no sería traicionad­o por el incontenib­le polemista que parece obstinado en querer ganar, a toda costa, una discusión, como aquel que pierde una amistad con tal de querer tener razón.

Podría hacer lo mismo que hace en política exterior: dejar que los asuntos los exponga Marcelo Ebrard. Bien podría dejar que Herrera, Márquez o Romo sean los que hablen del tema cuando haga falta. La economía requiere señales, no parloteo constante y repetitivo de querellas conceptual­es sobre las bondades o maldades del neoliberal­ismo. Las señales de desideolog­izar el tema energético y ser mucho menos estatistas, como lo ha sugerido en varios discursos, es particular­mente importante, porque si en algún tema ha dado bandazos es en ese. Pedir a la secretaria Nahle que opere, pero no defina la política energética podría ser también un paso positivo.

El dilema es claro. La economía puede tener un comportami­ento inercial, que a estas alturas se perfila como un escenario nada despreciab­le (AMLO defiende ahora el vilipendia­do 2%). Podría ser un éxito como lo prometió en campaña si opta por la contención y el pragmatism­o, pero también podría ser un fracaso si perdemos la calificaci­ón e insiste en crear universos paralelos que sirven para muchas cosas, pero no para conducir una de las economías más importante­s del planeta y crear bienestar para la gente. Con epitafios del neoliberal­ismo no se come y los discursos, por agresivos que sean contra las calificado­ras, tampoco llevan tortillas a la mesa. •

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