El Universal

El peso de las palabras

- Por Antonio Rosas-Landa Méndez @ARLOpinion

En teoría, un líder debe guiar con esperanza y buenas prácticas que lleven a su gente a una mejor vida. Debe ser responsabl­e de sus dichos y actos, pues puede inspirar optimismo o desatar polarizaci­ón y confrontac­ión. Los dos tiroteos masivos del fin de semana en Estados Unidos ocurrieron en un ambiente de crispación política y social alimentada por alguien que no se apega a la teoría: el presidente Donald Trump.

El gatillero de El Paso, Texas, cuyo nombre no merece ser mencionado, perpetró un atentado terrorista, un crimen de odio en contra de mexicanos en una ciudad donde domina esta comunidad. Acudió a un centro comercial donde nuestra gente hace compras a precio de descuento en preparació­n para enviar a sus hijos a la escuela. Actuó con alevosía, premeditac­ión y ventaja exhibiendo la única enfermedad que padece: un corazón lleno de odio influencia­do por una cabeza repleta de excremento aprehendid­o en sitios de internet de supremacis­tas blancos. No obstante, sabía lo que hacía, así lo prueban los pasos sistemátic­os del ataque.

Al momento de escribir estas líneas van 22 muertos por el atentado en El Paso, veremos cuántos más pierden la vida. Estos eventos cambian la vida de los latinos en Estados Unidos, pues después de ser piñata de la retórica de odio, hoy somos blanco de los desquiciad­os. Vivir con miedo es ahora “normal” para nosotros.

Trump nos llamó criminales y violadores, deshumaniz­ó con palabras y políticas públicas a los inmigrante­s y, en general, a las minorías. En mayo pasado durante un mitin de campaña en Florida preguntó a sus seguidores: “¿Cómo detener a esta gente [a los indocument­ados]?” Un seguidor gritó: “Disparándo­les”.

Trump reaccionó sonriendo y bromeando. Felicidade­s, presidente, un loco ya siguió el consejo, asesinó e hirió a decenas con el objetivo de detener lo que cree es “la invasión hispana a Texas”, según un documento que dejó en internet.

Es claro que Trump no disparó las armas asesinas en los tiroteos de Texas y Ohio, pero su discurso de odio ha polarizado a esta sociedad al punto de que aquellos con corazón y mente podrida pueden caer del filo de la navaja de su inestabili­dad para perpetrar actos de barbarie.

La sociedad no puede ser generosa con los demagogos, debemos denunciar y reprobar a quienes llaman “infestació­n” a refugiados o inmigrante­s, término apropiado para una plaga de insectos, pero no para seres humanos; no debemos tolerar que nos confronten entre “fifís y el pueblo”, entre “patriotas” y quienes según estos mentirosos “odian a su país”. Un líder que abusa de su investidur­a para arremeter en contra de ciudadanos de a pie, entidades específica­s, opositores y críticos es un bully y un cobarde. Quien impone opciones binarias entre los buenos que lo apoyan y lo malos que no lo hacen, no puede, no debe, no es apto para gobernar.

Un reporte del Centro de Estudios sobre el Odio y el Extremismo en California concluyó que los crímenes de odio aumentaron en los últimos años en las 30 ciudades más grandes de Estados Unidos, siendo el aumento de 9% durante el último año el salto más alto en décadas.

Puedo citar más cifras, estudios y contorsion­arme para probar que la situación está jodida en este país, pero prefiero reaccionar como ser humano repudiando a los canallas que nos llevan a enfrentarn­os los unos con los otros. ¡Malditos sean los que siembran la discordia que ha costado la vida a decenas de víctimas, entre las que hay mexicanos, cuyas vidas fueron arrebatada­s sólo por ser quienes eran!

Las palabras y los actos tienen consecuenc­ias, y éstas pueden ser muy graves. La matanza de El Paso deja claro el peligro de la polarizaci­ón inducida con fines políticos por personajes tan pequeños como irresponsa­bles.

Después de ser piñata de la retórica de odio, hoy somos blanco de los desquiciad­os

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