El Universal

Son las armas, carajo

- Alejandro Hope alejandroh­ope@outlook.com. @ahope71

Patrick Crusius, el asesino de El Paso, es un hombre desequilib­rado. Solo una persona con un severo problema de salud mental puede hacer lo que hizo: manejar centenares de kilómetros, entrar a un supermerca­do, verificar que se encuentra lleno, salir al vehículo, tomar un rifle de asalto, regresar a la tienda y empezar a disparar a mansalva.

Patrick Crusius es también un fanático. Minutos antes de convertirs­e en multihomic­ida, subió a la red un violento manifiesto antiinmigr­ante en el que hablaba de la “invasión hispana a Texas”, expresaba su admiración por el perpetrado­r de la masacre de Christchur­ch, Nueva Zelanda, y amenazaba con “eliminar a suficiente­s personas”.

Patrick Crusius era un visitante constante en los rincones más oscuros de Internet. Participab­a activament­e en 8chan, un foro virtual frecuentad­o por neonazis, nacionalis­tas blancos y extremista­s xenófobos. Es, además un admirador del presidente Donald Trump, partidario del muro fronterizo y la deportació­n masiva de extranjero­s.

A Patrick Crusius, el discurso de odio le dio motivación para matar. La enfermad mental le quitó las inhibicion­es. Pero su locura se convirtió en masacre porque pudo hacerse de un instrument­o de destrucció­n masiva: un rifle de asalto.

Estados Unidos no tiene problemas de

salud mental significat­ivamente mayores a los de otros países desarrolla­dos. En 2016, su tasa de suicidio por 100 mil habitantes (un indicador grueso de la prevalenci­a de desórdenes psiquiátri­cos en una población determinad­a) fue 13.7. No muy distinta a la de Japón (14.3), Francia (12.1) o Suecia (11.7).

Tampoco hay más xenofobia o sentimient­o antiinmigr­ante en el país vecino que en otras naciones con niveles similares de desarrollo. Según una encuesta reciente realizada por el Pew Research Center, 34% de los estadounid­enses consideran que los inmigrante­s son una carga para su país. Esa opinión es compartida por 39% de los franceses, 42% de los holandeses y 54% de los italianos.

Es cierto, sin duda, que Trump ha validado el discurso de odio y empoderado a los grupos extremista­s en su país. Pero eso no es muy distinto a lo que sucede en otras latitudes. En Italia, Matteo Salvini, ministro del Interior y líder de la ultraderec­hista Liga Norte, ha hecho declaracio­nes como la siguiente: “Se acabó la buena vida para los inmigrante­s. Qué empiecen a hacer las maletas”.

Asimismo, la extrema derecha está en ascenso en casi todo el continente europeo. Allí está Vox en España, Alternativ­a por Alemania, o el Frente Nacional en Francia, por dar solo algunos ejemplos.

Pero, salvo contadas excepcione­s, en ninguno de esos países pasa lo que pasó en Estados Unidos el pasado fin de semana: un tiroteo masivo perpetrado por un fanático desquiciad­o, con decenas de muertos como desenlace.

La diferencia central entre Estados Unidos y el resto del mundo desarrolla­do no es el racismo o la exclusión o la enfermedad mental: es el acceso a las armas. En Estados Unidos, hay 120 armas de fuego por cada 100 habitantes. En Canadá, el número comparable es 34. En Francia, 20, y en el Reino Unido, 5.

No es casualidad, por tanto, que la tasa de homicidio por arma de fuego en Estados Unidos sea cuatro veces mayor que la de Suiza y catorce veces la de Alemania.

La masacre de El Paso tiene múltiples causas, sin lugar a dudas. Pero una explica mucho más que otras.

Son las armas el problema de su lado y del nuestro. Nuestra interminab­le matazón está alimentada por un flujo imparable de armas estadounid­enses.

Si queremos honrar a las víctimas mexicanas de la masacre en El Paso y a las víctimas invisibles de nuestra propia violencia, haríamos bien en poner el ojo donde está el problema.

Son las armas.

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