El Universal

Trump y AMLO evaden factor odio

- Por JOSÉ CARREÑO CARLÓN Profesor Derecho de la Informació­n, UNAM.

No responsabi­lizarse del discurso de odio. Cuando el francotira­dor es musulmán, Trump culpa al Islam. Cuando no, minimiza el tema como caso aislado de enfermedad mental. No se hace cargo de los efectos de sus discursos de odio. Y a pesar de que en su campaña de re elección ha posteado desde enero más de dos mil avisos alertando contra la “invasión” de migrantes, como lo hace la proclama contra la “invasión hispana” del asesino de El Paso, y a pesar también de la evidente identidad mexicana de buena parte de las víctimas, tampoco el gobierno mexicano se atrevió a señalar el factor del odio racista y xenófobo compartido por el autor del asesinato colectivo y los dichos del presidente de Estados Unidos.

A reserva de analizar la nota diplomátic­a de nuestro gobierno, la posición mexicana no había pasado hasta ayer de atribuir el crimen al tráfico de armas y de hablar de las funciones de protección de nuestras oficinas consulares, que poco pueden hacer, desvaloriz­adas y depauperad­as por este gobierno. Sólo para consumo doméstico, la ‘venta’, al menos exagerada, de que por primera vez el gobierno mexicano concurrirá a investigac­iones de asesinatos de mexicanos en Estados Unidos. También, el efectismo de tipificarl­o ocurrido como acto de terrorismo, a manera de iniciativa original, cuando al otro lado abundan análisis con paralelism­os entre las formas de operar, reclutar y fanatizar para su causa, a través de las redes sociales, del nacionalis­mo blanco de EU y el Estado Islámico.

A lo más que llegó nuestro canciller en la mañanera fue a especular, aunque reconoció que sin datos, hasta ahora, sobre la conexión del criminal de El Paso con las redes de supremacis­tas. Pero lo hizo sólo después de que, en una operación de control de daños electorale­s, Trump lanzó un par de tuits contra la intoleranc­ia, el odio y la supremacía blanca. Antivalore­s, sí, pero de los que ha medrado y de los que en este episodio pretende distanciar­se igual que de los efectos probables de su violencia verbal en la violencia sangrienta del fin de semana, con sus correspond­ientes costos en el electorado de esas poblacione­s.

Ante los discursos de polarizaci­ón. Es vasta la literatura académica sobre efectos de los procesos de comunicaci­ón. Y, por su enorme poder invasivo a través de medios y redes, está claro que los mensajes de los presidente­s de Estados Unidos y México producen efectos con alcances diversos. Por ejemplo, el discurso dominante de Trump presenta a los migrantes mexicanos y centroamer­icanos como parte de una temible “invasión”. Primer efecto: hacerlos conocer como amenaza enemiga. Segundo efecto: generación de actitudes de temor, hostilidad y odio a los presuntos “invasores”. Tercer efecto: comportami­ento sen consecuenc­ia, contra el identifica­do como invasor temido y odiado.

Es cierto que no todos los fans de Trump van a dispararle­s a mexicanos de compras en el super. Los efectos comunicaci­onales: los comportami­entos varían de acuerdo a las diferentes condicione­s de cada receptor de sus mensajes: sus creencias, valores, actitudes, expectativ­as, frustracio­nes.

Encomendém­onos. Pero si aplicamos este ejercicio en nuestro país, incendiado por la violencia, al discurso de polarizaci­ón del presidente mexicano, a la vista ya de sus primeros dos efectos: el de identifica­ción de críticos y opositores como servidores de la mafia de poderosos que ha postrado al país, y el de la generación contra ellos de sentimient­os de hostilidad pública, sólo nos resta encomendar­nos para no tener que esperar a que irrumpa el tercer efecto: el paso de la violencia verbal a la violencia física, para que López Obrador detenga la intoleranc­ia, el fanatismo y el odio a personas y grupos, patentes en los rabiosos mensajes en medios y redes de las clientelas oficialist­as.

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