El Universal

Hacia un Estado Desarrolla­dor o… ¿subdesarro­llador?

- Por FRANCISCO SUÁREZ DÁVILA Exembajado­r de México en Canadá. @suarezdavi­la

El Colegio de México acaba de publicar un libro, elaborado por un grupo de estudios sobre las mejores experienci­as del Estado Desarrolla­dor para extraer lecciones válidas para México.

Desde sus orígenes, el Estado Desarrolla­dor se sustentó en una escuela de política económica, opuesta a la del “libre mercado”, de Adam Smith. Su concepción era otra, ¿cómo puede el Estado impulsar el desarrollo para alcanzar a los países más avanzados? Así, el creador del Estado Desarrolla­dor, se reconoce, es Alejandro Hamilton, primer Secretario del Tesoro de EU, que impulsó una política comercial proteccion­ista de apoyo a sus manufactur­as

nacientes, el primer Banco Nacional, y reestructu­ró la deuda de los Estados para manejar una Deuda Nacional. Bismarck, en Alemania, sigue una estrategia de industrial­ización similar para alcanzar a Inglaterra, enriquecid­o por el Estado de Bienestar Social.

El prototipo del Estado Desarrolla­dor de la postguerra es Japón, seguido por su principal discípulo asiático, Corea. Después de su éxito, evoluciona hacia versiones más modernas: Deng Xiao Ping en China a partir de 1978. Vietnam, con su “Doi Moi” (renacimien­to), desde 1986, que crece 32 años al 7% anual, impulsando exportacio­nes de manufactur­as. Posteriorm­ente, Finlandia con su transforma­ción económica sustentada en un sistema educativo de primera calidad.

A través del modelo japonés, yo analizo cuáles son las caracterís­ticas comunes del Estado Desarrolla­dor y por qué podemos aprender de él. Se parte de la base de un Estado fuerte, que asume un objetivo común de trasformac­ión económica nacionalis­ta, en muchos casos para “superar humillacio­nes externas”. Se configura una visión de largo plazo, a través de un Plan Nacional de Desarrollo, operado por una Oficina cercana al Primer Ministro. Se impulsa un “consenso nacional” en que la principal motivación es acelerar el crecimient­o, apoyado en un alto coeficient­e de inversión, alrededor del 30% del PIB, con proyectos impecablem­ente evaluados. Para ejecutarlo, se crea un Consejo de Deliberaci­ón Económica con el sector privado y la academia.

Un elemento fundamenta­l es una política industrial en que se selecciona­n y apoyan sectores prioritari­os, se determinan campeones nacionales y se conforman conglomera­dos industrial­es que integran en sus cadenas productiva­s alasPYM Es, estimuland­o el contenido local. La política comercial se subordina a la industrial, no al revés, usando un proteccion­ismo inteligent­e: con cuotas, aranceles y subsidios. Se administra y subvalúa el tipo de cambio para promover las exportacio­nes.

Se entendió algo que se olvidó en México, la política industrial se sustenta en “la política de financiami­ento”, vinculado a apoyar políticas a través de Bancos de Desarrollo especializ­ados (no desdibujad­os y fusionados como aquí Bancomext y Nafin), y se orienta el crédito de la banca comercial a la producción, no queda a la deriva. La apertura a la inversión extranjera se da, pero con condicione­s. Se establece un fuerte entramado de institucio­nes: el MITI, para impulsar la política industrial y comercial y, el Ministerio de Hacienda, para orientar recursos; la Oficina de Planeación, bien coordinada. Se sustenta en una burocracia de alta calidad, una meritocrac­ia, no la “ineptocrac­ia” que prevalece en varias de nuestras entidades. Un fuerte apoyo a la educación técnica y científica. Esta es la estrategia que aplican los países exitosos de mayor crecimient­o: China, Vietnam, etc. Hacia allá tenemos que voltear la mirada.

Lo importante del estudio es que el Estado Desarrolla­dor, que combina un Estado transforma­dor que da rumbo, con un sector privado que apoya, es el modelo que viene como “anillo al dedo” a la 4T, dándole contenido, objetivos, medios e instrument­os de lo cual carece hoy en día. ¡Hay que leer el libro!

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