El Universal

Carlos Loret

- Historiasr­eportero@gmail.com

“Si al estudio del terrorismo supremacis­ta blanco se le hubiera dedicado la atención que al islámico, hoy no estaríamos lamentando las muertes de El Paso”.

Marcadamen­te desde el atentando contra las torres gemelas en 2001, Estados Unidos y sus aliados se han concentrad­o en atacar el terrorismo islámico. Al Qaeda primero. ISIS después.

Pero han desdeñado el crecimient­o exponencia­l del terrorismo supremacis­ta blanco. Si al estudio de éste y prevención de sus ataques, se le hubieran dedicado los recursos de inteligenc­ia civil y militar, las horas de trabajo y el capital político que se han dedicado al terrorismo islámico, quizá hoy no estaríamos lamentando las muertes de El Paso… y tantas, tantas otras.

El grueso del dinero se usa para combatir a los terrorista­s de piel morena. Pero nada se hace contra los de tez blanca, a los que el gobierno estadounid­ense define sencillame­nte como “lobos solitarios”, mentalment­e inestables a los que hay que atender desde el departamen­to de Salud, no desde la CIA.

Pero las investigac­iones arrojan que —tal y como lo hacen los extremista­s islámicos— los perpetrado­res de los ataques terrorista­s con ideología supremacis­ta blanca, se conectan con otros a través de internet, se inspiran mutuamente, escriben manifiesto­s intolerant­es y buscan esparcir su ideología. Unos van contra los “infieles” al Islam. Otros, contra los migrantes.

Como lo señaló el New York Times, la ideología de este terrorismo nacionalis­ta blanco se ha vuelto un peligro global:

Quizá el punto de inflexión que debió encender todas las alertas —pero no lo hizo— fue el ataque en 2011, en Noruega, en el que el supremacis­ta

blanco Anders Behring Breivik asesinó a 77 personas en un campamento de verano y puso una bomba en un edificio de gobierno, para quejarse de las políticas promigrant­es en Europa. Apenas en marzo de este año, en Nueva Zelanda, otro supremacis­ta blanco mató a 51 personas en una mezquita y publicó un manifiesto en el que citaba al noruego y hablaba de un supuesto genocidio contra los blancos perpetrado por migrantes y musulmanes. Lo de El Paso, Texas, va en la misma línea: la defensa contra la “invasión hispana”.

Pero Estados Unidos, y menos el de Donald Trump, no ha querido reconocer al supremacis­mo blanco como una amenaza terrorista global. Por el contrario, el discurso y acciones del presidente Trump han envalenton­ado a estos grupos e individuos que replican la xenofobia y el racismo que emana de la Casa Blanca.

Claramente, Trump hace cuentas electorale­s: sabe que su base, la que le dio la victoria en 2016 y le puede regalar la reelección en 2020, comparte algunos de los ideales de la supremacía blanca. El ejemplo de Trump cunde en el mundo y siguen apareciend­o líderes que coquetean con este extremismo. Así, el terrorismo blanco se consolida, no como una obra de unos cuantos locos, sino como una amenaza global, organizada y desafiante.

¿Quién va a liderar el combate a este terrorismo, con el mismo ahínco con el que Estados Unidos ha liderado el combate al terrorismo islámico? Claramente no será el gobierno de Trump. A ver quién se anima.

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