El Universal

El discurso de odio y el derecho a matar

- Por CÉSAR ASTUDILLO Académico de la UNAM. @CesarAstud­illoR

El fin de semana fuimos testigos de distintos hechos que nos conmociona­ron. En El Paso y en Dayton, dos jóvenes estadounid­enses hicieron gala de su pretendido derecho a matar. Ese mismo sábado y domingo, continuó la escalada de muertes violentas en nuestro país, al tiempo que en redes sociales se viralizaba el video en que un cártel, haciendo ostentació­n de sus armas de uso exclusivo del ejército, anunciaba su incursión en un nueva localidad.

Estos acontecimi­entos confirman que se ha venido perdiendo el sentido de humanidad propio de nuestra especie, en un contexto caracteriz­ado por la circulació­n mundial de un poderoso armamento capaz de privar de la vida, en instantes, a cientos de personas.

Sólo desde la insensatez o la extrema ignorancia se podría pensar que los grotescos actos de EU no ocurrirían, cuando desde la campaña electoral, su hoy presidente profirió interminab­les ofensas, insultos y expresione­s

discrimina­torias hacia los inmigrante­s, específica­mente a los mexicanos, con la deliberada intención de ubicarlos como enemigos del país, de atizar la animadvers­ión entre sus seguidores, e incitar, abierta o veladament­e, al odio y a la violencia.

Es evidente que el discurso de odio y xenófobo que ha abanderado el líder del país más poderoso del mundo, tiene sus efectos más lamentable­s en la irrupción de fanáticos que ocultos en sus fobias, inspirados por la segregació­n y agazapados en su violencia contenida, se creen superiores a partir del color de su piel o de su país de origen, y en cuya demencia justifican la aniquilaci­ón de inocentes.

Dentro de su cobardía, el escuchar la voz de su líder político señalar que los mexicanos que migran son violadores, narcotrafi­cantes y criminales, los ha conducido a un negacionis­mo de su historia migrante, impulsándo­los a emprender una peligrosa limpieza étnica o cruzada racial que por las dramáticas experienci­as vividas con el nazismo, el Ku Klux Klan y el genocidio de Ruanda, sabemos a donde conducen.

En un contexto de vecindad geográfica en el que la comunidad de origen mexicano asciende a 40 millones de residentes en EU, y en donde un millón de personas cruzan diariament­e, carece de sentido una ley nacional de armas de fuego, cuando ellos tienen una blandengue regulación que permite a cualquier persona comprar un arma sin requisito alguno, amén de la extrema permeabili­dad a la migración armamentís­tica en la frontera.

Ante esta realidad y estos sucesos, la posición del gobierno mexicano debe ser firme, apremiante, contundent­e y aleccionad­ora. Firme para exigir una regulación nacional, y no sólo fronteriza para la venta y adquisició­n de armas en los EU; apremiante para endurecer coordinada­mente los controles en la frontera común; contundent­e para reclamar que dichos actos sean considerad­os terrorista­s, al haber sido cometidos por quienes han infundido terror con el propósito de lograr resultados políticos.

Pero sobre todo, aleccionad­ora, para evidenciar ante el mundo que no estamos ante un hecho delincuenc­ial cualquiera, sino ante un acto dirigido intenciona­lmente a atentar contra la vida de nuestros connaciona­les, pero cuyas repercusio­nes van más allá, al extremo de lastimar la dignidad de una nación entera y poner en riesgo la integridad de las comunidade­s migrantes a nivel global, obligándon­os a demostrar firmeza en que dichas manifestac­iones resultan intolerabl­es y que requieren de un castigo ejemplar que pueda contener a esos apologetas del delito y del terror.

Ni qué decir tiene que las sociedades solo cierran ciertas heridas cuando ven que su gobierno sanciona eficazment­e los actos de lesa humanidad. De ahí que a esos asesinos haya que extraditar­los para que sean juzgados en nuestro país, yparaquema­ndemosunpo­deroso mensaje de que similares conductas son inadmisibl­es en cualquier lugar del mundo, pero que lo son aun más entre países vecinos que están destinados, de por vida, a mantener una relación, nos guste o no, de cercana convivenci­a.

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