En casa y con máquina, así se cosía la ropa
La máquina de coser implementó una nueva forma de trabajo en el hogar. Esta actividad amplió el rol de la mujer de ama de casa a trabajadora creativa y se transformó en un oficio rentable
La necesidad de protegerse del clima llevó al hombre primitivo a arroparse con trajes elaborados con sus manos a base de pieles de animales que cazaban y, con el tiempo, también con telas de fibras de lino, lana y algodón que aprendieron a hilar.
A la par de la evolución de las vestimentas, las herramientas para elaborarlas pasaron de ser agujas de hueso a telares o husos, hasta llegar a la invención de una máquina que imitaba la práctica de coser a mano, pero con mayor rapidez y capacidad de producción.
De acuerdo con la diseñadora Diana Fernández , antes del siglo XVIII, la costumbre de coser era una tarea exclusiva de las mujeres. Su dominio era una práctica esencial pues estaban destinadas a convertirse en amas de casa para crear y remendar prendas para toda la familia, además de convertirse en un medio para llevar comida a la mesa.
Sin embargo, continúa Fernández, con el reemplazo del trabajo manual por la industria y la manufactura que implicó la llegada de la Revolución Industrial (1760-1840), el método de coser la ropa se vio alterado en los hogares con estas máquinas.
No hay un inventor único a quien se le pueda atribuir la creación del aparato, pero el primero que funcionó correctamente fue el del sastre francés Barthélemy Thimonnier, quien en 1830 patentó la máquina de madera con engranajes en cobre, según su biografía oficial.
Luego del diseño de Thimonnier, otros modelos fueron presentados con ligeros cambios como el de los estadounidenses John Alexander Lerow y Sherburne Blodgett quienes presentaron su patente en 1849, aunque ésta no era demasiado funcional.
Fue al siguiente año que el estadounidense Isaac Merrit Singer hizo observaciones a las fallas del mecanismo de Lerow y Blodgett y, después de 11 días de trabajo y 40 dólares de inversión, terminó la primera máquina de coser propiamente dicha, se refiere en la página oficial de la empresa Singer.
Entre las mejoras estaba el uso de un pedal de pie parecido al de una rueca que definitivamente superaba los aparatos anteriores, los cuales empleaban la fuerza manual de manivelas.
Cuando obtuvieron la patente para la primera máquina de coser de doble puntada, los socios Isaac Singer y el abogado Edward C. Clark fundaron en 1850 la I.M. Singer & Company y comercializaron su invento por todo Estados Unidos.
Fue el empresario alemán Roberto Boker quien trajo las máquinas de coser Singer a la Ciudad de México en 1867, aprovechando sus contactos en Nueva York. La Casa Boker, fundada en 1865, vendía todo tipo de productos de vanguardia que iban apareciendo en el mercado, así como los más tradicionales como juguetes, cristalería y todo tipo de herramientas, como describe la propia familia Boker.
En México la única posibilidad de la población de adquirir una prenda de vestir era acudir a una sastrería, cuyos precios muchas personas no podían pagar. Por ello, la confección de prendas con un valor más accesible fue en mayor demanda y se buscó una mano de obra más experta, tanto mujeres como hombres comenzaron a especializarse en la costura.
En los años 20, en las vecindades de la Ciudad de México, uno de los característicos personajes era la modista o
costurera que se encargaba de confeccionar vestidos para las niñas, al pasar el tiempo ya se les conocía como las damas que trabajaban para vestir a la clase alta.
Como se ilustra en la novela gráfica Estamos todas bien de Ana Penyas, durante gran parte del siglo pasado el ideal de las mujeres era el matrimonio, por ello los pasatiempos que buscaban iban dirigidos al manejo y perfeccionamiento de tareas que les ayudarían en su vida de casadas, como la costura.
Ya para los inicios de los años 70, todo México conocía y hablaba de la marca Singer y de su maravilloso modelo “Facilita” gracias a su comercial que se escuchaba en todos lados con el slogan “Detrás de cada máquina Singer, hay una gran mujer”, además su sistema de crédito en 14 pagos, representaba toda una novedad.
Aurora Tapia, de 70 años de edad, lleva cinco décadas de su vida cosiendo. Empezó desde que era pequeña y contó cómo es que inició: en su casa había un taller de costura, “cuando terminaban de trabajar, yo metía trapitos y los cosía. Rompí agujas y todo, pero ahí me enseñé”. Sin importar cuántas veces se pinchó el dedo con la aguja, aprendió a coser por su cuenta.
El trabajo de coser, zurcir y remendar a mano implica el riesgo de perder la vista, aun así hubo una época en la que las niñas debían dejar la escuela para aprender esta actividad y poder aportar dinero a la familia, como fue el caso de Aurora, quien a los 13 años ya se encargaba de llevar dinero a su casa.
No obstante, ella recuerda que era común que le dijeran a las mujeres que si trabajaban, el marido las iba a abandonar; ese miedo les impedía buscar algún empleo. Sin embargo, algunas se acercaron a la costura por la necesidad de un ingreso extra, como en el caso de Silvia Arista Reyes, de 70 años, quien lleva la mayor parte de su vida cosiendo.
Silvia se inició en la costura porque le gustaba, era una distracción. Cuando se casó, su esposo le compró una máquina de coser para su uso personal.
En los años 50, este artículo doméstico era un regalo de bodas muy tradicional en algunos lugares del interior de la República porque podría traer beneficios económicos y prosperidad al núcleo familiar.
Para algunas mujeres la costura significa un medio de relajación donde se pueden olvidar de todo, debido al grado de concentración que se requiere y una forma de obtener dinero. Con el tiempo, el papel de la costura empezó a perder cotidianidad en las casas y se convirtió en una práctica rutinaria o un club social de reuniones esporádicas.
Tras la modernización de la industria textil, muchas mujeres vieron la oportunidad de desarrollar un negocio a partir de sus habilidades y conocimientos para sobrevivir, como es el caso de Mari Lu y su “Taller de costura familiar”, quien encontró su amor por la costura a los ocho años. Para ella no es un trabajo, es simplemente hacer lo que le gusta con la ventaja de estar más tiempo con su familia.
Actualmente a las nuevas generaciones no les interesa aprender a usar las máquinas de coser como antes, debido a la inversión de tiempo y habilidades, consideran las entrevistadas. Las tiendas departamentales ofrecen una variedad de prendas de vestir de diferentes costos y estilos que hacen innecesario que la gente las confeccione por sí misma, ya que pueden comprarlo con facilidad en estos lugares.
Si bien la práctica de bordar y coser es una habilidad básica para enmendar un detalle de la ropa, no todos tienen la paciencia o la destreza para hacerla correctamente y no echar a perder la tela en cuestión.
“Rompí agujas y todo, pero ahí [taller de costura] me enseñé”
AURORA TAPIA
Costurera desde hace 5 décadas