El Universal

Paola Rojas

- Paola Rojas

En unas cuantas horas más de 30 personas fueron asesinadas en Estados Unidos. A pesar de que los tiroteos masivos son ya habituales en ese país, lo ocurrido el 3 de agosto en El Paso, Texas, generó un importante debate en torno al control de armas y aumentó las preocupaci­ones por el crecimient­o del terrorismo doméstico. El presidente Donald Trump dijo con firmeza que las armas no deben caer en manos de enfermos mentales.

Pero fue el mismo Trump quien poco después, en Twitter, se autoprocla­mó “el mayor defensor de la Segunda Enmienda”, garantía constituci­onal que avala el derecho a portar armas. Incluso informó que estuvo en contacto con los líderes de la Asociación Nacional del Rifle (NRA) para asegurarse de que sus posturas serán respetadas. No dudó en reiterar que tiene muy buena relación con esa organizaci­ón. Y cómo no tenerla si de acuerdo con el Center for Responsive Politics, la Asociación Nacional del Rifle gastó 30 millones de dólares en impulsar su candidatur­a a la Casa Blanca. Pagaron anuncios de apoyo al republican­o y también publicidad negativa en contra de su rival demócrata Hillary Clinton. La NRA tiene cinco millones de miembros. Nació en 1871 y con el paso de los años se ha convertido en un poderoso grupo de presión por su gran capacidad de cabildeo.

El tema de las armas está en el corazón de la esencia estadounid­ense. La Segunda Enmienda de su Constituci­ón defiende el derecho de la gente a tenerlas y portarlas. Hay muchos que deciden su voto sobre la base del derecho a tener estos dispositiv­os. Consideran que un pueblo armado es capaz de defenderse a sí mismo. Plantean incluso que la posibilida­d de actuar en legítima defensa los protege de su propio gobierno porque evita que la autoridad se vuelva tiránica.

Del otro lado están los defensores del control de armas. Ellos creen que las ciudades estadounid­enses serían más seguras si no hubiera tanta gente armada. Estos últimos han adquirido más fuerza e influencia con las matanzas recientes. Sin embargo, hay motivos para creer que muy poco cambiará la situación con respecto a la regulación y que Estados Unidos seguirá siendo uno de los países con menos limitacion­es para adquirir y portar armas de fuego.

Hay mucho dinero en juego. Pieter Wezeman, investigad­or del Instituto Internacio­nal de Investigac­iones para la Paz de Estocolmo, estima que la venta de armamento mueve 100 mil millones de dólares anuales. El principal exportador del mundo es precisamen­te Estados Unidos. Sus ventas son 58% superiores a las de Rusia, que es el segundo exportador mundial. El negocio no ha dejado de crecer. Entre 2013 y 2017, los estadounid­enses aumentaron sus exportacio­nes de armas en 25%.

Si bien son los estados de Medio Oriente los que han sido los principale­s clientes de la Unión Americana, ningún continente está fuera de su cartera. La ecuación es sencilla, mientras más conflictos bélicos haya, mayores son las ganancias para el líder en producción de armamento.

HUERFANITO.— Las armas que se mueven en la clandestin­idad son también un gran negocio. El segundo más lucrativo solo después del narcotráfi­co. Se estima que más de medio millón de personas mueren al año asesinadas con armamento ilegal. Frenar ese comercio debiera ser una prioridad para los estadounid­enses. México ya lo planteó. Falta ver si atienden el llamado con la celeridad con la que nosotros respondimo­s a su “petición” de frenar la migración ilegal. •

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