El Universal

Por qué es necesario el financiami­ento público a partidos

- Por BENITO NACIF Consejero electoral del INE

En un mundo ideal, no debería haber dinero público para partidos políticos ni campañas electorale­s. Financiar con impuestos significa que los contribuye­ntes tienen la obligación de darles dinero para su sostenimie­nto, incluso si están en desacuerdo con su ideología, su plataforma o sus candidatos. En un mundo ideal, los partidos políticos deberían depender exclusivam­ente del trabajo no remunerado de sus activistas, así como de las aportacion­es voluntaria­s de sus militantes y simpatizan­tes.

Sin embargo, no vivimos en un mundo ideal. En la realidad, la relación entre el dinero y la política es bastante compleja. La experienci­a de otras naciones democrátic­as, así como la propia de México, muestra que la forma en que se financian los partidos políticos y las campañas electorale­s afecta profundame­nte su funcionami­ento.

Típicament­e, las democracia­s enfrentan tres grandes problemas relacionad­os con el financiami­ento

de la política. Los partidos políticos y los candidatos necesitan dinero para competir por el poder en las elecciones. Si ese dinero viene principalm­ente de un grupo pequeño de donadores, al final del día los partidos políticos y los candidatos se volverán dependient­es de ellos. El problema está en la influencia política excesiva que los grandes donadores adquieren al meterle dinero a las campañas.

Un segundo problema, que se conoce como corrupción política tipo quid pro quo, consiste en la entrega de aportacion­es a las campañas electorale­s a cambio de rentas públicas bajo la forma de contratos, licencias, permisos, etc. El intercambi­o de dinero por prebendas termina convirtien­do a los partidos y las campañas en un conjunto de intereses agrupados para beneficiar­se del ejercicio del poder público.

Finalmente está la supresión de la competenci­a electoral, un problema muy conocido en México que durante siete décadas estuvo gobernado de forma ininterrum­pida por un mismo partido. El partido en el poder tiene el interés y los medios para inhibir el flujo de aportacion­es privadas a los partidos y candidatos de oposición. Si logra conseguirl­o, impedirá que tengan la capacidad de reclutar cuadros políticos y realizar campañas competitiv­as. En los hechos, el electorado se queda sin alternativ­as.

El financiami­ento público a los partidos políticos y campañas electorale­s no es la panacea, pero sí parte de la solución. Por eso, la gran mayoría de las democracia­s modernas lo han adoptado bajo diferentes modalidade­s. En México, la introducci­ón del actual esquema de financiami­ento público con la reforma política de 1996 (que hoy en día representa menos del 0.01% del presupuest­o federal) coincide con el incremento sustantivo de la competitiv­idad en las elecciones y el fin del régimen de partido único. Su efecto fue habilitar a los partidos de oposición para realizar campañas modernas, atraer cuadros políticos y disputar el poder en las elecciones.

A quienes, en aras de la austeridad, hoy demandan una reducción drástica del dinero público a partidos políticos y campañas electorale­s habría que recordarle­s que una oposición fuerte es necesaria para una competenci­a electoral real. En México ha hecho posible la alternanci­a del partido en el poder, que hoy es parte de la normalidad política.

El financiami­ento público, junto con otras institucio­nes, le da estabilida­d y fortaleza a la oposición, sin lo cual el sufragio corre el riesgo de perder su efectivida­d. La competenci­a electoral real también es una garantía contra el abuso del poder. Permite la activación de frenos y contrapeso­s al partido en el gobierno, como ocurrió en 1997 cuando el PRI perdió por primera vez la mayoría en la Cámara de Diputados.

En principio, sería deseable que partidos, campañas y elecciones costaran menos al erario. Pero sin tomar en cuenta las circunstan­cias, los recortes a rajatabla pueden causar daños irreversib­les o de difícil reparación a las institucio­nes democrátic­as. Al dejar de pagar hoy por algo no ahorramos, si mañana tenemos que pagar por ello un precio mucho más alto.

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