El Universal

Layda Negrete

- Por LAYDA NEGRETE Abogada. @LaydaNegre­te

“El mejor sistema de justicia penal no es el que lleva los índices delictivos a cero, sino el que lleva la confianza al cien”.

Pedro es un estudiante mexicano en Londres a quien le robaron su celular en esa ciudad. Cuento su historia, porque ilumina la calidad de atención que sigue una de las mejores policías del mundo ante el reporte de un delito rutinario. La crónica sugiere que los procesos son tan o más importante­s que el resultado e inspira a la revisión de nuestro sistema de denuncia.

“Me perdí cuando regresaba a casa un domingo. Mientras veía el mapa en mi teléfono escuché una moto detrás de mí. Al levantar la vista, ya tenía encima al motociclis­ta, estiró el brazo, me arrancó el teléfono, aceleró y se fue. Solo alcancé a gritar ‘¡Hey!’

En la cuadra había una sola persona, quien se me acercó a preguntarm­e qué pasaba. Él llamó al 999 y lo primero que le preguntaro­n es si yo estaba herido o si necesitaba ser trasladado. Como estaba yo bien, la operadora le dijo que no lo tratarían como una emergencia y que la patrulla podría demorar hasta 25 minutos. Tenía la opción de esperar en el lugar, ir a cualquier estación de policía en otro momento o hacer mi denuncia en su página de internet. Decidí esperar. Platicando con la persona que me ayudó, resultó también ser mexicano: de Cozumel.

Justo a los 25 minutos llegó la policía en una camioneta BMW impecable, con la torreta apagada a velocidad normal. Se bajaron tranquilam­ente de la patrulla un hombre y una mujer uniformado­s, de unos treinta años. A mí se me acercó el hombre, Se presentó y lo primero que me preguntó fue si era la víctima y cómo me sentía, si no me habían lastimado y si me sentía en condicione­s para platicar. Yo dije que estaba bien.

Me pidió que le contara qué pasó y que tomaría notas. Sacó un vil cuaderno y sin mayor protocolo conté todo. Me escuchó atento y me dijo que era la tercera persona de ese día que reportaba un incidente similar en ese sector. Hizo preguntas sobre la moto y el conductor que no pude contestar. El policía asentía y me decía: ‘Voy a revisar si hay alguna cámara pero lamento decirte que creo que tenemos pocos datos para seguir esto. Si tienes una aplicación para ubicar tu teléfono inmovilíza­lo y cambia tus contraseña­s’. Hasta el final me preguntó mi nombre, mi edad y si quería darles alguna forma de contacto. Me aclaró que con sólo mi nombre podía hablar a la policía y dar seguimient­o al asunto. Yo le di mi correo. Todo tomó unos 8 minutos. Para concluir, preguntaro­n si me sentía seguro para regresar a casa porque ellos podían llevarme. Acepté el aventón. Se despidiero­n de mí muy amablement­e.

Al día siguiente recibí un correo de la Metropolit­an Police de Londres en donde me explicaban que con la poca informació­n no podrían investigar y que mi caso estaba cerrado, pero que podría reabrirse en cualquier momento oportuno. Me decían que lamentaban mi situación, que me agradecían mi denuncia y que toda la informació­n que había dado les era de utilidad. Era un correo supersenci­llo, pero me hizo sentir que mi caso les importaba.

Desde el día que me robaron, me la paso contando a todo mundo mi tragedia pero también mi gusto con la respuesta de la policía de Londres.”

La historia de Pedro sugiere que no todos los delitos se pueden resolver, pero sí se pueden atender; que el mejor sistema de justicia penal no es el que lleva los índices delictivos a cero sino el que lleva la confianza al cien; que la policía no solo puede sino, a veces, debe decir: no; y que aún en esas instancias es posible cosechar victorias.

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