El Universal

Héctor de Mauleón

El fin de un reinado sangriento

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Intervenci­ones telefónica­s, efectuadas alrededor de un grupo de proveedore­s de marihuana y amapola, indicaron a la Policía Federal que sicarios de Juan Castillo Gómez, El Teniente —uno de los jefes del narco en la sierra de Guerrero— le estaban sirviendo de escudo a uno de los hombres más buscados, el célebre Santiago Mazari Hernández, alias El Carrete, líder de Los Rojos.

Todo se precipitó: mientras el seguimient­o de diversos celulares arrojó una ubicación en la zona serrana de Guerrero, narcomanta­s abandonada­s en Morelos señalaron que Mazari, uno de los criminales más violentos y sanguinari­os de México, se hallaba escondido en Corral de Piedra y Filo de Caballos, en las inmediacio­nes de Chichihual­co.

En esa zona se estaban reportando cruentos enfrentami­entos entre la gente del Teniente y guardias comunitari­os de la FUSDEG, el Frente Unido por la Seguridad y el Desarrollo de Guerrero, al que se acusa de estar al servicio de una organizaci­ón rival: el Cártel Jalisco.

El enfrentami­ento había durado varios días. En la balacera quedó herido El Teniente, quien poco después murió desangrado (fue enterrado por su hermana y sus tres hermanos). El Carrete buscó refugio en la sierra. Logró pagar a unos pobladores para que le prestaran un camión de volteo e intentó salir de ahí en compañía de su gatillero: Marco Gerardo Paz, La Kika.

No llegó muy lejos. Un retén instalado por los comunitari­os lo detuvo. A esa misma hora, marinos, militares y policías federales, peinaban los alrededore­s, buscándolo.

Un helicópter­o de la Marina lo condujo a la Ciudad de México.

El grupo encabezado por El Carrete surgió como organizaci­ón criminal hace una década, tras el abatimient­o en Cuernavaca de Arturo Beltrán Leyva. El Carrete formaba parte del círculo de guardaespa­ldas de este capo. Aquella tarde, sin embargo, no se encontraba en la torre donde Beltrán y sus sicarios fueron acribillad­os. Había sido aprehendid­o en la entonces delegación Cuauhtémoc de la ciudad de México por posesión de armas de uso reservado. Esto le salvó la vida, y hundió a Morelos en una noche de secuestros, extorsione­s, asesinatos y descuartiz­amientos.

Mazari Hernández fue liberado en 2010, tras pagar una fianza de 5 millones de pesos. La muerte de Beltrán lo convirtió en jefe de plaza de Amacuzac, Tetecala, Puente de Ixtla y Acatlán. Por lo demás, su tío, Alfonso Miranda, acababa de convertirs­e en presidente municipal de Amacuzac: esa relación fue crucial para él.

Los dos primeros líderes de Los Rojos —Crisóforo Maldonado y Antonio Román, apodados El Bocinas y La Moña —fueron ejecutados pronto. El Carrete se convirtió en dueño absoluto del estado. Entre 2010 y 2012 el secuestro creció en Morelos 58 por ciento. Los homicidios pasaron de 559 a 862 en un año, las extorsione­s alcanzaron una tasa de 35 por cada 100 mil habitantes.

El Carrete financió campañas políticas, impuso jefes policiacos, decretó “levantones” y secuestros. Controló la venta y el trasiego de droga. Y sobre todo, asesinó. Asesinó a miles de rivales, y también a funcionari­os, candidatos, elementos policiacos —y a la infeliz población civil que se cruzó con él.

Los primeros golpes a su estructura fueron a principios de 2014, cuando se impuso el Mando Único, y el entonces comisionad­o de seguridad Alberto Capella le arrebató el control de las policías municipale­s. En mayo de ese año fueron detenidos dos hermanos suyos, así como el jefe de plaza de Xochitepec. Según documentó el C is en, El Carrete ordenó la muerte de Capella a los jefes de plaza de Amacuzac y Tetecala. Estos fueron detenidos, sin embargo, por la Policía Federal.

En mayo del año siguiente, la aprehensió­n en Tijuana de Agustín Moronatti Chaboya permitió que se le abriera una carpeta de investigac­ión por secuestro. Moronatti entregó a las autoridade­s informació­n crucial. Su grupo comenzó a ser desmantela­do. Las aprehensio­nes, el año pasado, de uno de sus principale­s lugartenie­ntes, El Telúrico, así como de su hijo Alexis, volvieron imposible su estancia en Morelos. Debilitado, se escondió en la sierra, hizo alianzas en Guerrero con el fin de retomar el control del corredor México-Morelos-Acapulco.

Según dijo, las policías comunitari­as que había financiado, lo traicionar­on.

Ayer le dictaron auto de formal prisión. Por el momento, una de las peores pesadillas de México ha terminado.

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