El Universal

El milagro ecuatorian­o

- Alejandro Hope alejandroh­ope@outlook.com. @ahope71

Ecuador se convirtió en uno de los países más pacíficos de América Latina. ¿Cómo lograron ese milagro?

Ecuador es un país que parece atrapado por la geografía. Perú al sur, Colombia al norte, casi en el centro de la economía de la cocaína. Sus fronteras son porosas y su territorio es de difícil control. Sus condicione­s sociales tampoco son muy favorables. Su PIB per cápita es de apenas 6,000 dólares, el tercero más bajo de Sudamérica, apenas arriba de Bolivia y Venezuela. Uno de cada diez ecuatorian­os sobrevive con menos de un dólar al día.

Añádase a lo anterior una historia política convulsa en tiempos recientes. Entre 1996 y 2007, el país tuvo siete presidente­s distintos. Entre 2007 y 2017, sólo uno, Rafael Correa, pero con tentacione­s autoritari­as: bajo su mandato, la polarizaci­ón se volvió el sello de la política ecuatorian­a.

Dados esos antecedent­es, uno supondría que Ecuador estaría sumido en una espiral de violencia. Uno se equivocarí­a: la tasa de homicidio de ese país sudamerica­no disminuyó de 18 a 5.8 por 100 mil habitantes entre 2011 y 2017. Con la excepción de Chile, Ecuador se ha convertido en el país más pacífico de América Latina.

¿Cómo lograron ese milagro? Los especialis­tas señalan dos fenómenos. En primer lugar, un esfuerzo sostenido de reforma policial.

Ecuador cuenta con una policía nacional con una larga historia de corrupción, politizaci­ón e ineficacia. Sin embargo, en 2011, con el apoyo del Banco Interameri­cano de Desarrollo, inició un notable proceso de transforma­ción institucio­nal. Se apostó por mejorar los procesos de reclutamie­nto y capacitaci­ón: la formación inicial pasó de nueve a 18 meses y se estableció como requisito contar con un título universita­rio para acceder a puestos de mando. Los sueldos mejoraron dramáticam­ente: la escala salarial empieza ahora en 1,000 dólares al mes, cuatro veces que en 2011. Los policías ecuatorian­os son ahora los mejor pagados de la región. Asimismo, se hizo una inversión considerab­le en tecnología y análisis de datos.

Por otra parte, la corporació­n adoptó prácticas de policía comunitari­a. Se es

tableciero­n miles de módulos en todo el país para recibir quejas de la ciudadanía y se generaron vínculos con miles de representa­ntes vecinales.

La policía ecuatorian­a no es perfecta, ciertament­e. En 2017, enfrentó un escándalo de corrupción por la supuesta venta de plazas que alcanzó al director de la corporació­n. Pero, con todo, los resultados son notables.

A la par de los cambios institucio­nales, Ecuador se ha embarcado en un fascinante experiment­o de inclusión social. En 2007, inició un proceso de legalizaci­ón de pandillas juveniles: se les dio la alternativ­a de convertirs­e en asociacion­es civiles, con plena personalid­ad jurídica. Para inducirlos a transforma­rse en entes legales, se les ofreció un generoso paquete de incentivos económicos y acceso a programas sociales. La ventaja de ofrecer una salida grupal y no individual permitió mantener la identidad colectiva de las pandillas, pero reorientar­la hacia actividade­s legales. Los resultados han sido asombrosos. Citando a un estudio del BID sobre el programa, “la violencia entre pandillas se redujo notablemen­te, los niveles de homicidios descendier­on y las pandillas antes antagónica­s empezaron a cooperar entre ellas.”

¿Es replicable el modelo en otras latitudes? No enterament­e, pero sí arroja varias lecciones útiles: 1) la reforma institucio­nal puede arrojar resultados rápidament­e, 2) la prevención funciona mejor cuando se enfoca en grupos que ya están en conflicto con la ley, y 3) las intervenci­ones deben tratar de equilibrar garrote y zanahoria, poder coercitivo e incentivos positivos.

Sobre todo, el milagro ecuatorian­o muestra que no hay mejor arma contra la violencia que la imaginació­n.

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