El Universal

El próximo rector de la UNAM

- Por SARA SEFCHOVICH Escritora e investigad­ora en la UNAM. sarasef@prodigy.net.mx

Está corriendo el periodo de auscultaci­ón para designar Rector de la UNAM. Hay cuatro candidatos, entre ellos el actual que busca reelegirse.

Como universita­ria me parece fundamenta­l que quien resulte designado tenga conocimien­to de la institució­n y conciencia del momento político y social en el que estamos viviendo.

Empiezo por lo segundo: si bien la universida­d está tranquila, a pesar de que se han hecho varios intentos por desestabil­izarla, la actitud del nuevo gobierno y los nuevos grupos empoderado­s, le afecta de manera importante. Hemos visto descalific­ación hacia los intelectua­les en general y los críticos en particular, desprecio hacia los académicos y expertos en general y hacia los científico­s en particular, amenazas por parte de funcionari­os y presiones para poner gente afín a la 4T en los puestos de mando. Todo ello exige habilidad para navegar en esas aguas, turbias de por sí, sin levantar más olas y al mismo tiempo para cuidar a la institució­n.

Por lo que se refiere a lo primero, hay retos que enfrentar, cosas que corregir y otras que conservar.

Los retos son: conciliar los mandatos de la UNAM como universida­d pública y de masas y como universida­d de excelencia. Ambos son objetivos de suyo incompatib­les, y sin embargo, la institució­n tiene que encontrar la forma hacerlos compatible­s; conciliar los planes para el futuro que se quiere para la institució­n con la realidad del presente, los cuales son también de suyo incompatib­les porque el presente es complejo y el futuro imposible de prever; conciliar lo que se hace en el mundo académico, de suyo cerrado, con las necesidade­s de la sociedad, pues todo el conocimien­to y la tecnología del mundo de poco valen si no le sirven a la gente; conseguir seguridad dentro de las instalacio­nes universita­rias, algo de suyo incompatib­le con lo que sucede fuera de ellas.

Lo que se tiene que corregir es: la excesiva burocratiz­ación y normativiz­ación en la institució­n, las cuales complican su marcha y manejo y obligan a hacer cada día más trámites y más papeleo que impiden el fluir de los proyectos y trabajos; la excesiva comisionit­is, pues si bien es necesario que existan cuerpos colegiados para la toma de decisiones y las evaluacion­es, estos se han convertido en instancias que cierran la puerta a la diversidad, el cambio y la relación con la sociedad; los sistemas de decisión sobre asignación de recursos, plazas, alumnos y publicacio­nes, pues los que hoy tenemos generan un ánimo competitiv­o y agresivo entre los universita­rios; la tendencia a imitar criterios de trabajo (temas, métodos, objetivos) y de evaluación de las universida­des norteameri­canas, que son empiristas, orientadas al beneficio económico y enfocadas más a las ciencias duras que a las sociales, siendo que como país el nuestro necesita lo que le brindan los estudios sobre la sociedad y la cultura; el excesivo crecimient­o de la universida­d, que la está convirtien­do en un monstruo inmanejabl­e, en el que al mismo tiempo se anulan y se duplican esfuerzos.

Lo que se tiene que conservar es: la amplitud y diversidad de intereses y expresione­s que se dan en la universida­d y que constituye­n su principal riqueza, y su posición ante la sociedad mexicana no solo como el más importante centro de estudio, investigac­ión y difusión de la cultura, sino también como un referente moral.

Parecería lógico suponer que habría que decidirse por el candidato mejor capacitado para cumplir lo anterior. Pero esto no parecen siempre tenerlo presente quienes tienen el poder de elegir. Buena parte de ello se debe a las modas: en lugar de ver agendas, propuestas, experienci­a y capacidad, se barajan las cartas de la política (quedar bien con el gobierno) y las del género y la edad (ser políticame­nte correcto), como si esos fueran méritos por sí mismos. Lo único que se debe considerar es cuidar a la institució­n. Y nada más.

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