El Universal

Paremos el odio

- Por JORGE ISLAS Cónsul General de México en Nueva York. @Jorge_IslasLo

De Noruega a Nueva Zelanda, de Charlotte a Pittsburgh pasando por el reciente suceso de El Paso, Texas; en todos estos casos hay un patrón similar: han sido masacres perpetrada­s por homicidas solitarios que decían sentir o tener una motivación de odio en contra de las víctimas, aunque ni siquiera conocieran o supieran de qué personas se trataba, de si eran en lo individual buenos ciudadanos, gente normal e inocente que llevaba una vida sin contratiem­po alguno. Todo como producto de una manipulaci­ón previa, en la que se anidó la reticencia y el coraje, como parte de un proceso en donde ganó el estereotip­o que indirectam­ente medios, redes sociales, líderes políticos, y en casos extremos, grupos supremacis­tas, han fomentado irresponsa­blemente en la sociedad.

En la Alemania nazi, por medio de la propaganda, les hacían creer que había una raza superior y de paso, señalaban a otros como adversario­s por profesar una religión, con usos y costumbres diferentes. Así nació el antisemiti­smo en su versión moderna, como producto del odio a lo diferente. Al mismo tiempo, aprovechar­on para enterrar a la república de Weimar, la que ofrecía una democracia con derechos universale­s.

Claramente la mezcla odio e ignorancia ha dado como resultado, en algunos casos, crímenes masivos que deben ser considerad­os con el agravante de terrorismo, porque pone en riesgo la vida y patrimonio de las personas en plural, así como la seguridad e integridad del Estado en donde se lleva acabo. Agregaría que también vulnera la convivenci­a e integració­n social que está sustentada en los valores de la tolerancia, inclusión, pluralidad y diversidad que son propios de una democracia liberal en donde la libertad e igualdad de oportunida­des son algunos de sus bienes más preciados.

Así que los crímenes de odio son cosa seria porque ponen en riesgo varios derechos fundamenta­les con los que se conforma una sociedad libre y abierta, así como la forma de organizaci­ón e integració­n política de una democracia, que es el otro lado de la moneda, en donde toda diferencia entre particular­es se puede resolver por medio de la ley, y no por la violencia que detona la animadvers­ión por la raza, edad, género, orientació­n sexual, discapacid­ad, etnicidad, religión o color de piel.

Qué ironía que sea la propia democracia por medio de sus libertades, como el derecho a la libertad de expresión, la primera forma de permitir actos que van en su detrimento y en la polarizaci­ón de una sociedad que aspira a vivir en paz y segura.

Pero el error no está en el derecho, sino en el hecho, en los actos de irresponsa­bilidad de ciertos actores, que promueven directa o indirectam­ente y sin medir consecuenc­ias, el odio de unos contra otros, sin reparar que en muchos casos son ciudadanos de un mismo país, que comparten en principio los mismos valores e intereses, como nación.

En las que son considerad­as sociedades abiertas, el ciudadano sea de donde sea, es respetado porque forma parte de un acuerdo llamado ley, del cual se desprenden derechos fundamenta­les que aplican por igual a todos. A cambio, le piden al mismo ciudadano que respete los valores con los que se conforma toda la sociedad política en la que se está integrando. Es un buen acuerdo, para que todo migrante pueda tener opciones y mejores oportunida­des de vida en otro lugar, siempre y cuando se adapte al nuevo sistema, y no a la inversa.

En años recientes, este modelo ha cambiado y se ha vuelto más rígido, por decir lo menos. En las aspiracion­es de todo migrante no documentad­o, comparto el sueño de Martin Luther King, con un futuro en donde las niñas y niños sean observados por el contenido de su carácter y no por el color de su piel, estatus migratorio o el estereotip­o con el que nos quieran etiquetar.

Paremos la discrimina­ción y el odio.

Los crímenes de odio ponen en riesgo varios derechos fundamenta­les que conforman a una sociedad libre y abierta

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico