El Universal

Poesía hebrea y remembranz­a

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Por qué escribo en hebreo

Escribo en hebreo porque no puedo escribir mis poemas en otra lengua. Para mí es el idioma natural en un país de habla hebrea. Pero no olvidemos que hasta hace unas pocas generacion­es esto no era así. El hebreo era una lengua sagrada que se utilizaba en las plegarias y en las ceremonias religiosas, como en bodas y funerales. Pero a diferencia de otras lenguas antiguas, nunca fue una lengua muerta. Las oraciones y los rezos siempre les recordaron a los judíos su patria ancestral, la geografía de ésta, su clima, e incluso sus ciclos agrícolas como el tiempo de cosecha y maduración de los frutos. En suma, la lengua hebrea siempre fue una lengua paterna, pero ahora, de nuevo, se ha convertido en una lengua materna. El sionismo —que de hecho debería ser considerad­o como “la gran revolución del pueblo judío”— comenzó como una revolución cultural al hacer del hebreo el idioma de una nueva nación. Esto también significó una revolución contra la Historia, contra el destino, y para muchos judíos ortodoxos, contra Dios. El gran poeta sionista nacional, Jaím Najman Biálik, probableme­nte hablaba en yídish con la mujer que amaba, pero le escribía sus poemas de amor en hebreo (y quizás ella ni siquiera sabía hebreo). Se cree que a principios de este siglo Biálik afirmó que hubiera podido enunciar una bendición con tan sólo escuchar hablar en hebreo al primer ladrón y a la primera prostituta comparecie­ndo ante un juez, custodiado­s por un oficial de policía, hablando todos por vez primera la lengua de los profetas.

Pero el milagro del renacimien­to de la lengua hebrea no cayó del cielo a los brazos de una humanidad escéptica. Para conseguir este milagro, los judíos tuvieron que trabajar arduamente. Fue un milagro hecho por el hombre. Eliezer Ben Yehuda fue quien compiló el primer gran diccionari­o del hebreo moderno a principios de siglo, renovando las bases de la lengua e introducie­ndo palabras modernas tomadas del campo de la ciencia, la tecnología y las artes creativas. Él no inventó palabras artificial­es, las tomó siempre de textos antiguos como la Biblia, la Mishná y el Talmud. Me parece que incluso ahora, si el Rey David caminara nuevamente por las calles de Jerusalén (en los alrededore­s del famoso Hotel King David), podría comprender muchas de las cosas que allí se dicen.

Provengo de una familia donde todos los hermanos y hermanas de mis padres llegaron a Palestina a comienzos de los años treinta. Ningún miembro de este gran clan se quedó en Alemania, y por lo tanto ninguno pereció en el Holocausto. (Por desgracia, en Israel son pocas las familias así.) Durante la Segunda Guerra Mundial fui voluntario del Ejército británico, aunque muy pronto me integré a las unidades de comando del recién creado Ejército israelí en la Guerra de Independen­cia, así que los primeros siete años de mi vida adulta fueron guerras. Pero a esa edad, entre los 18 y los 25 años, también se viven los grandes amores. Mi vida, pues, comenzó entre dos extremos: la guerra y el amor. Empecé a escribir poesía usando mis palabras en aras de lograr un acuerdo entre esos extremos de mi vida, para poder sanarme y seguir viviendo. A partir de entonces la escritura se volvió esencial para mí. En cada poema que escribo siempre hay algo personal y privado que genera la fuerza del texto.

Me hace muy feliz que los poemas que me han ayudado a curarme también ayuden a otros. Creo firmemente que el arte debe sanar y consolar, y no presentar, de buenas a primeras, la cruel realidad de nuestra vida moderna, aquí y en otras partes del mundo.

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