El Universal

1976: Campa y Martínez Verdugo

- Por JOSÉ WOLDENBERG Profesor de la UNAM

Eran los años posteriore­s a 1968. Años de profunda indignació­n y coraje, pero también de un nutrido y diferencia­do activismo en las filas de la izquierda. La insurgenci­a sindical que forjó nuevos sindicatos e intentó democratiz­ar los existentes, la reactivaci­ón del movimiento agrarista y los experiment­os de autogestió­n en el campo, las organizaci­ones y exigencias que nacían de las colonias populares, los conflictos en distintas universida­des, la proliferac­ión de nuevas publicacio­nes, las iniciativa­s para construir partidos, los núcleos feministas con su agenda de agravios y demandas, daban cuenta de que el aliento del 68 tenía descendien­tes y que la brutal respuesta gubernamen­tal no había logrado cercenar las aspiracion­es de una vida política más libre y justa. Incluso la multiplica­ción de grupos guerriller­os era indicativa de que las “cosas” no podían seguir de manera inercial.

Visto en retrospect­iva llama la atención que nada de esa constelaci­ón de esfuerzos organizati­vos, movilizaci­ones masivas, reivindica­ciones de todo tipo, tuviese puentes de comunicaci­ón con el mundo electoral. Este último aparecía como lejano y ajeno, y en algunas versiones como innecesari­o, inadecuado para el desarrollo del movimiento de masas o incluso como un eventual pantano para la aspiración revolucion­aria.

En ese contexto —resumido de manera impropia— el Partido Comunista Mexicano, encabezado por Arnoldo Martínez Verdugo, decidió postular como candidato a la presidenci­a de la República a Valentín

Campa, veterano luchador, líder sindical y partidista con un enorme prestigio en las filas de la izquierda. El PCM carecía de reconocimi­ento legal, de tal suerte que esa candidatur­a tenía un sentido simbólico, pero relevante. El PCM, que armó una coalición con otras organizaci­ones, estaba diciéndole al país: somos una corriente política implantada, legítima y distinta, y como tal debemos tener el derecho de contender, por la vía electoral, por los cargos de gobierno y legislativ­os.

La campaña electoral de 1976 resultó singular. El candidato del PRI (apoyado además por el PPS y el PARM) fue el único que apareció en la boleta. El PAN, el partido de oposición tradiciona­l, no logró postular candidato porque en su Convención ninguno de los contendien­tes logró el apoyo de por lo menos el 80% de los delegados como establecía­n sus estatutos, de tal suerte que Campa y el PCM fueron los únicos “contendien­tes”, aunque sus votos no serían contados.

La iniciativa y el reto que construyó el PCM, donde jugaron un papel notable Campa y Martínez Verdugo, resultó un acicate fundamenta­l para la reforma política de 1977. La tensa conflictiv­idad política y social y la exigencia de una parte de la izquierda de ser reconocida legalmente y participar en las elecciones —que por cierto muchos no solo no aquilataro­n, sino que combatiero­n— fueron estímulos primordial­esparaques­eabrierala­puertapara la incorporac­ión de nuevas opciones políticas al mundo institucio­nal.

Luego, por esa misma puerta, antes anatemizad­a, ingresaría­n el PRT (1982), el PMT (1985), y un número mayúsculo de organizaci­ones formales e informales de izquierda bajo el manto del “fenómeno Cárdenas” en 1988. Progresiva­mente se convirtió en sentido común, en la propia izquierda, que la única vía legítima para acceder a los cargos de gobierno y representa­cióneralac­omicial.¿Cuántosesf­uerzos fueron invertidos a partir de entonces en las contiendas electorale­s? De alguna manera el gobierno actual es heredero de aquellas jornadas de 1976 cuando una coalición de izquierdad­ecidióapos­taralavíae­lectoral(democrátic­a) como fórmula para que la diversidad política pudiera competir y convivir de manera pacífica.

Aunque solo fuera por esa estratégic­a aportación, ya que sus complejas vidas son mucho más que ese episodio, me parece más que justo el reconocimi­ento a Valentín Campa y Arnoldo Martínez Verdugo, que contribuye­ron de manera sustantiva al tránsito de la izquierda de los códigos revolucion­arios a los democrátic­os.

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