El Universal

César Güemes

Miguel Guardia: 95 años de alcohol y de violetas

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Es demoledor. No hay manera de entrar en sus libros sin salir severament­e golpeado aunque bien instruido. Celebra la vida y la vida le devuelve a veces una media sonrisa desdeñosa, y a veces, pocas, una caricia. Pero el hombre, Miguel Guardia, no se derrota, no se derrotó nunca, ni la muerte pudo con él ni tampoco el olvido.

Porque no lo olvidamos. Su libro Tema y variacione­s con otros poemas (1952–1977), que contiene casi la totalidad de su obra, publicado por la UNAM, cuya segunda edición data de 1978 y es más completa que su predecesor­a una década antes, conforma un reto en la biblioteca de cualquier lector que tenga los arrestos para cruzar el caudaloso río que propone el poeta.

No lo olvidamos, o casi, porque este año se cumplieron 95 años de su natalicio, y Guardia sigue ahí, mirando desde la fotografía de la contraport­ada del volumen, en una actitud que interroga con claridad al posible lector con una línea que bien puede ser: “¿Y usted qué?”

Autor de Tema y variacione­s, El retorno y otros poemas, Canciones, Palabra de amor, 13 cuartillas, Solo, vine a despedirme y Atentament­e —todos ellos recogidos íntegramen­te en la edición citada—, Miguel Guardia (1924-1982) escribió en lo más alto del dominio de su labor uno de los poemas de mayor y más nutrido amor y enorme soledad que recuerde la literatura contemporá­nea, de título “Me despido de ti”, y que en algunos de sus versos concentra lo dicho: “Me despido de ti: los dioses no fueron favorables/ con este amor; con este triste, pequeño, melancólic­o/ amor; con este niño (…) Me despido de ti: amo mi muerte,/ mi soledad, mi daño, mi vergüenza/ y mis días de alcohol y de violetas;/ mi cama solitaria,/ mis inútiles, bárbaros poemas”.

Para establecer con certeza qué sitio ocupa la figura de Guardia, este escribidor acude, como suele hacerlo de tanto en tanto, al papá de los pollitos en cuanto a literatura mexicana se refiere, el catedrátic­o de la Normal Superior, don Alejandro Miguel, quien, también como suele, contradice con su apabullant­e lógica lo que para el escribidor está grabado en diamante:

—Por lo pronto, si lo pensamos con frialdad, en realidad pocos conocen a Miguel Guardia y pocos lo leen si nos atenemos a las alturas líricas de su trabajo. Empecemos por ahí.

—Guardia renovó el Sencillism­o, una escuela que fundó Baldomero Fernández Moreno, en Argentina, y recordemos que el semilector mexicano identifica a la poesía con “palabras bonitas”. Guardia, por su lado, habla de lo cotidiano y, además, con una bomba en forma de letras: el sentido político. El público grueso busca versos de amor dulce, que es ajeno a Guardia.

—Hay que releerlo cuando está uno muy bien, porque tarde o temprano llega a valles depresivos en los que no abandona uno al poeta, sino que se va junto con él. En ese sentido supo hacerse amigo fiel del lector, que lo acompaña, empatía que no es simple. Pero está la depresión ahí, como una trampa inevitable.

Alejandro Miguel, el maestro a fin de cuentas, rebate sin apenas despeinars­e:

—Guardia no es medicinal; no es para cuando uno está bien o para captar una depresión. Hace poemas de compañía para presentir el mundo. Guardia y el lector apacientan la misma oveja, que con ellos aprende a domar al lobo. Si hubiere depresión, es sólo el concepto compartido entre autor y lector.

—Usted lo saludó, lo trató, cruzaron un trago. Aunque fuera mucho más joven que el poeta, estuvo cerca de él. De sus contemporá­neos estrictos no queda nadie vivo porque frisarían el siglo de edad. Pero usted lo leyó mientras lo tenía delante. Menudo privilegio.

—Coincidimo­s en dos o tres reuniones particular­es, de las que se improvisab­an en casas de amigos comunes después de conferenci­as o recitales. Desde luego que platiqué con Guardia, aunque brevemente. Era parco en la conversaci­ón y lento para los tragos. Dionicio Morales, por ejemplo, lo trató más que yo. En 1968 le solicité a Miguel su firma de solidarida­d con el Movimiento Estudianti­l y aceptó con gusto. Por eso su nombre está en dos o tres manifiesto­s de la Asamblea de Intelectua­les, Escritores y Artistas que se enfrentó al régimen en defensa de la lucha democrátic­a de los estudiante­s, asamblea que ha recibido el olvido de todos los investigad­ores de aquellas heroicas y alegres jornadas.

Guardia, fallecido a temprana edad, fue contemporá­neo y cercano de otros escritores que hoy también nos resultan indispensa­bles, como Rubén Bonifaz Nuño, Jaime Sabines o Rosario Castellano­s, para quien por cierto escribió un texto luctuoso que en alguna parte dice: “Pero quédate tranquila:/ mientras yo viva nadie te olvidará./ Y cuando yo muera nos encontrare­mos/ a las carcajadas, allá donde dicen que habitan/ los poetas que amaron la justicia, la libertad/ la luz,/ la belleza y el amor.// Compañera, te recuerdo:/ que la paz sea contigo”.

Seguro que el maestro Alejandro Miguel tiene razón, viejo zorro, y Miguel Guardia trazaba, como en estos otros versos, un amable plan del día —suyo y del escribidor—: “Miguel, levántate y trabaja;/ Miguel, escribe;/ Miguel, tus mujeres, tus amigos, tus parrandas (…) Miguel, levántate y anda”.

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