El Universal

Doble ciudadanía, ¿doble lealtad?

- Por MARIO MELGAR ADALID Investigad­or nacional en el SNI. @DrMarioMel­garA

Decía Maquiavelo con razón que “son sólo la pobreza y las riquezas las que nos hacen desiguales” (Historia, libro 3, cap. XIII). En México esto es tan claro como la desigualda­d que inunda la vida nacional. Hay otra desigualda­d de menor monta: la de quienes tienen doble nacionalid­ad y por ello limitado s constituci­onalmente para ocupar algunos cargos. Si bien esta limitación debería suprimirse en el afán de establecer igualdad plena en el país, mientras exista la prohibició­n en el texto constituci­onal debería observarse.

Una columna reciente de Salvador G ar cía So to revela que al menos dos gobernador­es del norte, Francisco García Cabeza de Vaca (Tamaulipas) y Javier Corral (Chihuahua), tienen doble nacionalid­ad. Es decir son mexicanos, pero también ciudadanos estadounid­enses. Más allá de la violación a la Constituci­ón mexicana (artículo 32) y a la de EU (lealtad, no servir a un gobierno extranjero, defender los principios y valores estadounid­enses), el papel que ambos gobernador­es desempeñan, particular­mente en la relación con EU, trae consigo el dilema de la doble nacionalid­ad, seguido de la doble ciudadanía y consecuent­emente de la doble lealtad.

Pero este dilema no es solamente de los dos gobernador­es con doble nacionalid­ad. Atañe también a más de 11 millones de mexicanos en Estados Unidos que enfrentan el dilema de la doble lealtad. La persistent­e crítica de los dos gobernador­es al gobierno federal, a la que se ha unido el recienteme­nte inaugurado gobernador de Baja California, así como la velada amenaza de autonomía independen­tista en el norte no es nueva, pero sí merecedora de atención.

En los estados del norte empiezan a surgir voces autonómica­s ante los problemas de vida cotidiana: como la insegurida­d de las personas y los bienes, la paz social, la concordia nacional. Algunas personas en el norte, muchas de ellas con doble nacionalid­ad, claman por la emancipaci­ón del centro en razón de políticas que resultan incomprens­ibles.

Hace algunos años planteé en una novela (La última jugada de Santa Anna, Random House, 2017) lo que podría acontecer al llegar la fecha límite de una cláusula secreta de un Tratado celebrado entre México y Estados Unidos para dar término a la guerra entre los dos países: Santa Anna pacta la pérdida del territorio ante el vecino del norte a cambio de reivindica­r su nombre ante la historia. Al llegar el año 2018, los habitantes de los estados de la Unión Americana que fueron territorio mexicano: Texas, Nuevo México, Arizona, California, Oregon y parte de Utah deben decidir en plebiscito si permanecen formando parte de la Unión Americana, si cada uno crea un país con personalid­ad internacio­nal (California sería la quinta economía mundial), si regresan a México y se recupera la frontera previa a la pérdida de Texas; si se unen y forman un país distinto a México y a EU. En los distintas hipótesis los ciudadanos con doble nacionalid­ad tendrían en sus manos decidir su futuro político.

El padre Solalinde, fervoroso porrista de la 4T, viola cotidianam­ente la Constituci­ón. Esto, a nadie le importa, salvo a Elisur Artega, el destacado constituci­onalista mexicano. Conforme a la Constituci­ón los ministros del culto no podrán “realizar proselitis­mo a favor o en contra de candidato, partido o asociación política alguna” (artículo 130, fracción e)

Solalinde se lanzó contra la familia LeBarón por acudir con Donald Trump a pedir que se clasifique a los cárteles mexicanos de la droga como terrorista­s. Para Solalinde la estrategia de defensa de la dolida familia, con doble ciudadanía, es un pecado mortal. Pide que digan “de qué lado están, si con México o con Estados Unidos”. Un integrante de la familia LeBarón respondió en su discurso del domingo en la marcha de opositores anti-4T: “Estamos a favor de la vida”. Su dicho trasciende cualquier nacionalid­ad, así sea doble.

Maquivelo pudo haber sido el asesor para el remate de su discurso cuando señaló: “Todo tiene remedio si no es la muerte” (Celestina, Acto IV, escena 1, obras escabrosas).

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