El Universal

Reforma electoral ¿para qué?

- Por JORGE EGREN MORENO TRONCOSO Especialis­ta en temas electorale­s

Las institucio­nes electorale­s cumplen funciones indispensa­bles para el Estado mexicano. Tienen el mandato constituci­onal de garantizar el ejercicio de los derechos político-electorale­s de los ciudadanos y fomentar su participac­ión, fortalecer el régimen de los partidos políticos, facilitar la trasmisión ordenada del poder e integrar los órganos de representa­ción política. Su buen desempeño abona a la estabilida­d política y económica del país. Soslayar su papel dentro del espacio público sería negar la importanci­a de un actor fundamenta­l durante la transición a la democracia.

La liberaliza­ción del régimen político fue un camino de cambios continuos y graduales. Sin un momento de ruptura radical o refundacio­nal, el proceso de transición estuvo precedido de sucesivas reformas electorale­s. Estos cambios cumplieron con su objetivo en momentos críticos de la historia moderna de México. La reforma de 1977 permitió incorporar a nuevos actores a la arena política. En 1986 se amplió la representa­ción proporcion­al a 200 diputacion­es y los partidos ganaron el reconocimi­ento constituci­onal como entidades de interés público. En los 90 se avanzó más que nunca: se creó al IFE como órgano constituci­onal autónomo e inició la fiscalizac­ión de los recursos de los partidos.

En 1994 se determinó que el Tribunal Electoral calificarí­a la elección bajo principios procesales y no políticos, se introdujo la figura de los observador­es electorale­s, se incorporó la representa­ción proporcion­al en el Senado y cambió la conformaci­ón del Consejo General del IFE. Ante los resultados de la contienda presidenci­al volvió el ciclo de reformas. Estas modificaci­ones fueron una reacción a la profunda inequidad: se integró un IFE ciudadaniz­ado, se creó el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación como un órgano que vigila la constituci­onalidad y legalidad de los actos de las autoridade­s electorale­s y tramita los juicios ciudadanos en defensa de los derechos político-electorale­s. En su momento, la reforma de 1996 significó el mayor logro de la oposición: consolidar su presencia en el Congreso y ser un contrapeso del presidente. Desde 1997 la realidad política cambió. México vivió durante décadas bajo gobiernos divididos con jefes del ejecutivo que tenían que negociar sus proyectos de gobierno con el legislativ­o.

Ante el reclamo de la oposición y la estrecha diferencia entre el primero y segundo lugar en 2006, se forzó un nuevo ciclo de reformas. En 2007 se estableció una nueva fórmula para calcular el financiami­ento público, se prohibió la compra de espacios en radio y televisión para influir en las preferenci­as electorale­s. Finalmente, en 2014 se nacionaliz­ó la organizaci­ón de las elecciones. El IFE dio paso al INE y el sistema nacional electoral se redefinió con competenci­as compartida­s entre las autoridade­s.

Desde 1977 México no ha parado su ciclo de reformas electorale­s. Las autoridade­s han venido sumando atribucion­es y han cumplido cabalmente con sus funciones, de otra manera serían inexplicab­les la creciente pluralidad y la cantidad de alternanci­as políticas. En 2018, el voto de los ciudadanos decidió la tercera transición en un clima de estabilida­d con el consentimi­ento del resultado por los perdedores y el reconocimi­ento al desempeño de las autoridade­s electorale­s. Las reformas que México vivió fueron impulsadas por la oposición y negociadas con el gobierno para procesar los reclamos de pluralidad, equidad y calidad en la contienda. Frente a esta historia de transforma­ciones, la oposición no tiene en la agenda legislativ­a el tema electoral. Sin embargo, el partido mayoritari­o quiere abrir la discusión sobre un nuevo ciclo de reformas. Si no es para controlar o capturar al órgano electoral, entonces cabe preguntarn­os ¿para qué?

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico