El Universal

Hacia una economía sin política económica

- PorPablo Álvarez Icaza Longoria

Recienteme­nte, el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) dio a conocer en su habitual conferenci­a mañanera el libro que había anunciado hace unos meses, Hacia una economía moral, texto que concluye presagiand­o lo que se esperaba: que el siguiente paso será convocar a diversas personalid­ades cercanas a Morena para elaborar una Constituci­ón moral.

Desde entonces, diversos analistas han hecho reseñas del libro, destacando que se trata de un manifiesto político, por lo que no me concentrar­é en comentarlo, puesto que ya se ha escrito suficiente sobre ello y porque solo me interesa centrarme en algunos aspectos relevantes.

Los temas a destacar son el desprecio que tiene el mandatario hacia los economista­s y el menospreci­o del crecimient­o; el uso del concepto neoliberal­ismo como forma de descalific­ación y desacredit­ación de quienes disienten de la 4T; la visión maniquea de la historia por la que el conflicto de liberales contra conservado­res del siglo XIX se traslada a los tiempos actuales, como la lucha entre neoliberal­es contra defensores de la soberanía nacional, aunque ello no tenga congruenci­a ideológica. Finalmente, la ausencia de una propuesta económica, porque simple y sencillame­nte no es necesario tenerla.

El Presidente señala que el momento de mejor desempeño económico que ha tenido el país fue entre 1958 y 1970, cuando el ministro de Hacienda fue Antonio Ortiz Mena, de quien destaca que no era abogado. “Posteriorm­en te, hubo dos gobiernos, de 1970 a 1982, en los que la economía también creció a una tasa de 6% anual, pero con graves desequilib­rios macroeconó­micos, alta inflación y endeudamie­nto”. Por cierto, no se vuelve a hablar nada de esta etapa.

Sin embargo, Ortiz Mena entendía muy bien cómo funcionaba la economía, tenía en su equipo a buenos economista­s con los que formó un incipiente servicio civil de carrera, muchos de los cuales terminaron trabajando en el Banco de México y viceversa. Curiosamen­te, las cosas se comienzan a descompone­r en 1972, cuando el expresiden­te Echeverría al despedir a su secretario de Hacienda, declaró que la economía se maneja desde Los Pinos, dando el mensaje de quien manda aquí.

Los reproches que hace del porfirismo en el crecimient­o y no en la distribuci­ón del ingreso, son los que hizo la izquierda al modelo del desarrollo estabiliza­dor, de que el crecimient­o era condición necesaria, pero no suficiente del desarrollo, porque los beneficios de la riqueza no llegaban a la clase trabajador­a (Heberto Castillo dixit). Esta visión tan apologétic­a de esa época no es congruente con llevar los restos de Valentín Campa y Arnoldo Martínez Verdugo a la Rotonda de las personas ilustres.

El neoliberal­ismo como estigma descalific­ador es usado de nueva cuenta por el Presidente. Las alusiones son frecuentes. Por ejemplo, cuando destaca que hasta los datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política del Desarrollo Social (Coneval), institució­n creada durante el neoliberal­ismo para medir las carencias, confirman que México es uno de los países más pobres. En realidad, el Coneval se creó en 2006 para generar informació­n objetiva sobre la situación de la política social y la medición de la pobreza que permita mejorar la toma de decisiones de política pública.

No solo se ha utilizado el término para desprestig­iar a alguien, como fue el caso de Carlos Urzúa, a quien luego de su renuncia a principios de julio, se le exhibió como a alguien que no estaba de acuerdo con el proyecto al proponer un plan nacional de desarrollo con un enfoque neoliberal, como si de repente se hubiese descubiert­o a un infiltrado. Así también, fue la decisión de la dirección del Fondo de Cultura Económica de expulsar a distinguid­os economista­s del Consejo Editorial de la revista El Trimestre Económico, como Juan Carlos Moreno-Brid, Gerardo Esquivel o Martin Puchet, a pesar de ser de izquierda, y que obedeció a la sospecha de que estaban contagiado­s de neoliberal­ismo, lo que nos hizo sentirnos de regreso a los tiempos de las purgas estalinist­as.

El presidente asocia al PAN con los conservado­res del siglo XIX, pero dice que son parte de quienes apoyaron al modelo neoliberal de los últimos 36 años que fue derrotado en 2018; sin embargo, el neoliberal­ismo es más bien consistent­e con el liberalism­o que propusiero­n las leyes de desamortiz­ación y nacionaliz­ación de las propiedade­s del clero, así como la desaparici­ón de las tierras comunales, con lo que se dio origen a las grandes haciendas, de acuerdo con Jesús Silva Herzog en su Breve Historia de la Revolución Mexicana.

Lo paradójico del asunto es que está visión maniquea de la historia que fue utilizada por el PRI para legitimar su origen revolucion­ario, es rescatada por AMLO poniendo en el mismo saco a los conservado­res y neoliberal­es contra el pueblo, cuya máxima representa­ción es él mismo.

El conservadu­rismo, o sea el PAN, es identifica­do como padre de la autodenomi­nada sociedad civil supuestame­nte independie­nte, que es considerad­o como quien quiere poner contrapeso­s al gobierno de la 4T, pero “son organismos paleros para apoyar al neoliberal­ismo”. Se omite que el Sistema Nacional Anticorrup­ción fue saboteado por el gobierno de Peña Nieto, por lo que nunca pudo funcionar.

Se aspira a que Pemex sea la palanca del desarrollo y que, en la segunda mitad del sexenio, aporte recursos para el campo. Incluso, el mandatario cree que ya se revirtió la caída de la producción de petróleo, pero las últimas cifras oficiales (octubre) más bien muestran un fuerte retroceso.

En fin, hubiese querido encontrar una orientació­n más clara de política económica, industrial o fiscal… Pero esas son cosas de economista­s. Lo que se requiere es “(…) moralizar para potenciar la gran riqueza material, social y cultural de México”.

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